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Yoga: Un camino liberador

Revista Fucsia.com, 22/4/2009

La práctica continuada del yoga suele ser un bálsamo para sanar el cuerpo y alimentar el espíritu. Cómo involucrarla a la vida cotidiana.

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Una actitud define a los consuetudinarios y recientes practicantes del yoga: la tranquilidad que respiran. Esta disciplina milenaria que nació en Oriente, según lo demuestra una roca grabada hace 4.500 años en Mohenjo Daro, India, en la que aparece un monje yoghi en trance de meditación, con las piernas cruzadas en posición de loto, y que tiene como su máximo exponente a Siddartha Gautama (Buda), quien 2.500 años atrás enseñó de manera simple la práctica de la meditación sobre un cojín, basada en la respiración y en la cesación de los procesos de la mente, ha demostrado ser, sobre muchas de las disciplinas de relajación mental y física a cuya práctica acuden muchas personas para paliar los afanes de la vida diaria, la más difundida y aceptada.

El recogimiento espiritual a través de la inmovilidad y el silencio ha probado sus beneficios a través de diversas escuelas como el Chan chino, transmitido de India a China, el budismo tibetano o el zen japonés. Miles de personas para quienes los problemas de la vida diaria se convierten en un duro peso que amenaza con llevar al traste su tranquilidad, se han visto redimidas por el aprendizaje del yoga. Éste, coinciden, los lleva verse a sí mismos como seres pacíficos en esencia, a descubrir que cada persona tiene sus propios límites y que reconocerlos es el principio de aceptarnos tal y como somos.

Los ejercicios físicos que configuran la práctica del yoga ayudan a recuperar el equilibrio perdido a través de la conjunción cuerpo–mente. A la vez que permiten tomar conciencia del cuerpo hacen posible que la mente vuelva al presente. Como una tarea inmediata que hace abstracción de todo lo demás, el yoga nos pone frente al ‘ahora’ como única realidad y, de esta manera, logra que las preocupaciones desaparezcan durante el instante en que se llevan a cabo los ejercicios de relajación; y eso es lo que importa.

Armonía e integración
En la búsqueda permanente de la armonía con el mundo más próximo y con el universo como un todo, el yoga es un medio que ayuda a quienes lo practican a lograr esa armonía y a integrarse con su entorno, en suma, a sentirse completos. El término yoga, que viene del término yuj (“conectar, unir, uncir”) define a una disciplina que los ‘conecta’ con su propia realidad, que los ‘une’ a su propio yo, que los ‘unge’ como realizadores de su propio equilibrio.

El yoga es, pues, un estado mental que nace de lograr el aprendizaje de técnicas que permiten alcanzarlo. Y si es fácil denominarlo, no es tan fácil hacerlo. Quienes han logrado concienciar acerca de su cuerpo y derivar a partir de esta concienciación hacia un estado de apaciguamiento de la mente, afirman que no es fácil alcanzarlo, que reducir el estrés es cosa que toma tiempo, y que cada vez que se hace una sesión de yoga este cometido se logra durante un mayor lapso de tiempo y con resultados más prolongados. Por eso, el yoga se convierte paulatinamente en una herramienta que transforma la vida de muchas personas.

La práctica del yoga se va haciendo más necesaria en la vida cotidiana para aquellos que logran obtener de ella una recompensa para su cuerpo y su espíritu. Una vez aprendidos los pasos que llevan a la relajación, cambian los aspectos físico y sicológico de las personas. Y es que el yoga le procura al cuerpo una sensación inmediata de bienestar en el momento en que logra hacerlo más ligero, menos tenso, libre de ataduras. Y cuando las personas logran integrarlo a su vida diaria, les ayuda a sobrellevar el peso de los problemas en su trabajo y en su vida familiar, a hacerse más liviana la existencia.

Muy personal
Cecilia Núñez de Bejarano empezó hace más de treinta años a practicar el yoga: “Después de una gran decepción llegó a mis manos un pequeño volante que invitaba a hacer yoga. Ese papel le trajo mucha felicidad a mi vida”, dice ella, quien conoció los principios de esa disciplina —tolerancia, verdad y paz—, y encontró fascinante comprobar que dándole mantenimiento a todo el cuerpo se podía lograr la serenidad completa: “Como se me facilitaba el deporte, pues formaba parte de un equipo de baloncesto, me fue fácil aprender. Empecé, como lo hacen muchos, por los ejercicios de estiramiento para ir pasando paulatinamente a realizar los asanas o posturas, que son 84 básicas, y a partir de las cuales uno puede hacer variaciones”.

Cecilia toma el yoga como una norma de vida: “Todos los días me levanto, doy gracias a Dios, me baño y hago mi gimnasia. El yoga exige una concienciación permanente acerca de que todas las personas estamos constituidas por tres cuerpos: físico, mental y espiritual; y de que hay que ejercitarlos todos. La meditación, o el aquietamiento de la mente, es uno de los puntos importantes de la filosofía yoga”.

Simultáneamente a su práctica, Cecilia descubrió los beneficios de alimentarse bien y se volvió vegetariana. Tuvo dos meses de inmersión completa con un gurú, en Caracas, y después de dedicarse de lleno a esta actividad ha recibido varios reconocimientos por su trabajo y es instructora de varias instituciones: “He comprobado que con la práctica constante del yoga se logra salud, belleza física y serenidad ante cualquier circunstancia, porque la paz interior no la venden en las droguerías ni se compra con todo el dinero del mundo. Del recto pensar, el recto decir y el recto actuar, se desprende el saber vivir”.

Las ‘asanas’ o posturas
Lo primero que enseña a sus alumnos un profesor de yoga son las posturas físicas del Hatha Yoga, que son la base para purificar la mente y prepararla para las horas de meditación que conducen a un estado de compenetración con el absoluto que se llama samadhi, y que hace que la mente quede en blanco, que se ‘neutralicen’ o detengan sus pensamientos. Si el practicante logra que su mente permanezca concentrada en su objetivo sin que nada la detenga, experimentará una sensación única de paz. Lo que hacen básicamente las asanas es equilibrar el cuerpo, fortaleciendo sus zonas débiles y aportándole flexibilidad a las que están tensas. Esas posturas hacen trabajar al mismo tiempo los huesos, los ligamentos, músculos y tendones, y por extensión, los órganos. Las asanas desarrollan la energía vital (prana) del cuerpo, lo purifican y sanan.

Atreverse a empezar a practicar el yoga plantea una serie de preguntas a quienes nunca se han familiarizado con su método. Algunos creen que tienen un cuerpo demasiado duro o rígido y no se deciden a probar una primera vez. Y aunque no todas las personas pueden hacer yoga, y sobre todo deben hacérselo saber a su posible entrenador aquellas que sufren de problemas de columna, de problemas auditivos como vértigos y otras dolencias, muchas encuentran en la familiarización con sus posturas y ejercicio el mejor remedio para salvaguardar su cuerpo, su mente y su espíritu.

Tres posiciones para meditar
Ten en cuenta algunas consignas básicas y evita dos limitaciones principales: mucha rigidez o el dejarse llevar demasiado.

1. Sentada sobre el suelo, sobre un tapete o un cojín firme, para evitar el encorvamiento de la columna vertebral. Las piernas pueden estar estiradas delante de usted, cruzadas o, para las más flexibles, en posición de loto o de semiloto. La espalda bien relajada, el mentón ligeramente hacia adentro. Las manos deben estar puestas sobre los muslos, las palmas volteadas hacia el cielo. Los ojos semicerrados y la mirada puesta en el horizonte, metro y medio delante de usted.

2. Sentada en una silla, los pies apoyados sobre el suelo y apartados de la silla de modo que toquen el piso sin esfuerzo. Las piernas dobladas deben formar un ángulo recto, la columna vertebral debe estar extendida y la espalda relajada. El mentón debe dirigirse ligeramente hacia adentro con el fin de aligerar la nuca. Esta postura es perfecta para las que sufren de problemas circulatorios o de lumbago, o para las que gustan de hacer una pausa de meditación en el trabajo.

3. Estirada sobre la espalda, sobre un colchón firme, un tapete o sobre una superficie lisa, para un buen mantenimiento de la columna vertebral. Los brazos deben reposar suavemente a lo largo del busto, las palmas de las manos volteadas hacia el cielo. Las piernas deben estar ligeramente separadas (en caso de mal de espalda ponga un cojín debajo de las rodillas) y dirigidas hacia afuera. Para una mejor respiración, pon un cojín firme debajo de la cabeza.