columna

Antes de dar el sí

Revista Fucsia, 14/12/2008

Antes de casarse hay que tener claras más cosas que la fiesta, la luna de miel y el vestido de novia. Por Odette Chahin

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Hace poco en un brunch de chicas, una muy querida amiga mía nos contó que había recibido una llamada a las tres de la mañana de un ex novio suyo que estaba próximo a casarse, éste, entequilado y enguarizado, le declaró su amor y le dijo que ella era la mujer de su vida, luego, le mandó un mensaje de texto que decía: “Te amo, ¿qué piensas?”. Mi amiga le dijo en términos menos decentes, que pensaba que él era un demente y lo mandó a freírse el espárrago. Me pregunto qué pensaría su pobre fiancée si se entera de las declaraciones de su futuro marido a escasas 12 horas de la boda.

Yo pensé que esto era un caso aislado, pero luego, otra amiga nos chismoseó que un ex suyo, ahora comprometido, le mandaba mensajes coquetos y la llamaba mucho para invitarla a comer, o más bien para comérsela. Me pregunto entonces: ¿por qué diablos se casan los hombres con una, si en realidad aman a otra mujer? Será que las personas antes de casarse actúan igual que cuando se va a empezar una dieta, es decir, que el día antes se atracan con todos los antojos antes de pasar hambre.

Cuando estaba en la universidad, cierta compañera de clase armó matrimonio en menos de dos meses con un soldadito gringo tipo G.I. Joe, porque se quería largar del país. A mí, ella nunca me cayó bien, así que estaba feliz porque se iría bien lejos. Las amigas del curso le organizaron la típica despedida de soltera, con stripper incluido; lo atípico fue que la novia se terminó cenando al stripper embadurnado en aceite de coco delante de todas las invitadas y antes de que ella pudiera decir “yo no hice nada”, el G.I. Joe se enteró, y bye, bye matrimonio.

Hoy en día, las personas se casan porque uno por ciento de las veces los condones fallan, por conveniencia, por mudarse de donde los papás, por dinero, por soledad, porque no quieren envejecer solos, por desespero, por tapar su homosexualidad, por las lluvias de sobres, etc.; es por esto, que la mayoría de matrimonios dura menos que la cocción de un huevo, como dicen las abuelas: “es que ya no los hacen como antes”. Sólo unos pocos se casan por verdadero amor y porque quieren empezar una familia juntos, pero esto es tan raro, como ver a una presentadora de farándula en una biblioteca.

Antes de casarse, tan importante como escoger el vestido, el lugar y la orquesta, es dejar en claro muchos otros detalles, como las finanzas de la pareja, quién se encargará de ganar el pan y quién de echarle la mantequilla, porque contrario a lo que piensan los enamorados, nadie puede vivir sólo de amor. Por otro lado, aunque la Iglesia esté en contra de las relaciones prematrimoniales, creo que es necesaria la ‘pruebita’ con la pareja. Así como uno jamás compraría un carro antes de haberse montando en él, igual debe ser con la pareja… No vaya a ser que haya defectos de fábrica. Muchas personas ven el matrimonio como los cantantes ven a los Grammy, si no obtienen uno, se sienten fracasados. Hace poco, sentada con un compañero de la oficina, me di cuenta de que las mujeres no somos las únicas obsesionadas con casarse, un amigo, de unos 36 años, me contó que había comprado apartamento con todo y cuarto para el bebé, me confesó que tenía unas ganas horribles de casarse, pero que sólo le faltaba lo más importante: con quién. La clave es no desesperarse para no terminar con cualquier contentillo pasajero, porque nadie cumple bodas de papel, y mucho menos de oro, con una de esas parejas tipo premio de consolación.

En una sociedad donde en promedio cada mujer tiene una cirugía estética, un aborto y un divorcio, el cuento de que casarse es para toda la vida, suena tristemente anticuado. Ojalá que cuando les toque ponerse ese merengoso vestido blanco y escuchen la Marcha nupcial, sea porque en realidad no pueden vivir sin esa persona que las espera en el altar, y no porque se sienten solteronas a los 25 ó porque el amor de su vida ya se casó con otra.