Ojos salidos del lienzo

, 12/3/2015

Acaba de estrenarse en las carteleras de cine del país la más reciente película de Tim Burton, Big Eyes, en la que Amy Adams personifica a la pintora Margaret Keane. La historia revela cómo su esposo se atribuyó el crédito de su obra durante años.

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Al director estadounidense Tim Burton siempre le han gustado las historias que se mueven en mundos imaginarios donde prima la oscuridad de los personajes. Por eso, no es de extrañar que uno de los fraudes de arte más épicos de la historia se convierta en el tema de su más reciente película, Big Eyes, pues aunque no es ficción y los efectos especiales se hacen a un lado, la protagonista cae en una especie de delirio visual producido por haber aceptado que su esposo se llevara el crédito de sus cuadros.

Como desde pequeño Burton creció obsesionado por aquellas reproducciones populares de niños y animales con los ojos descomunalmente grandes, decidió que la vida de Margaret Keane debía dejar el anonimato del circuito kitsch para ser vista por Hollywood.

El guión fue escrito por los ganadores del Globo de Oro, Scott Alexander y Larry Karaszewski, quienes en 2003 conocieron la historia y se autoproclamaron fanáticos de Margaret y Walter Keane –los pintores más vendidos de la década del sesenta–, mientras se tomaron diez años para llevar a cabo la producción.

“Había un montón de razones por las que queríamos hacer esta película. Pensamos que Margaret era un personaje que encarnaba el principio del movimiento de liberación femenina.
Ella comienza como una ama de casa del año 1950, que lo hace todo por su marido, y a lo largo de la historia aprende a defenderse por sí sola”, cuenta Karaszewski.

Lo primero para reconstruir los hechos fue acercarse y convencer a una anciana Margaret, quien era la única voz posible en un nido de interrogantes. “Hicieron que cobrara vida. Encontraron humor y tragedia en la historia. Es simplemente maravilloso. Me siento como que estoy siendo bañada de bendiciones al tener una película. Es un gran honor, y también es un poco humillante porque no creo que me merezca esto. Yo solo pinto y, de repente, esto está sucediendo. Es como un sueño. Es surrealista”. A Tim Burton ella ya lo conocía porque lo había pintado junto a su exesposa Helena Bonham Carter y le había comprado varias pinturas mucho antes de que arrancara el proyecto.

En la escena artística los Keane eran tan aborrecidos como amados, pero eran mundialmente famosos. En la pantalla son Amy Adams y Christop Waltz quienes conducen al espectador a un universo delimitado por el movimiento del pincel y lo invitan a vivir segundo a segundo cómo el amor se ve manchado cuando entra la competencia y se cuela la mentira.

Antes de hablar del romance, habría que situarse en la época: era 1950, Margaret estaba recién divorciada y vivía con su hija Jane. De por sí ya era difícil para ella encontrar trabajo y mucho más vender su arte, pues las mujeres no gozaban de los mismos privilegios que los hombres. Fue entonces, cuando todo parecía apocalíptico, que apareció Walter, un fanático del arte que decía ser pintor de las calles de París y quien esbozó junto a ella una vida aparentemente de ensueño, a pesar de que era, en verdad, una vida bajo la sombra.

Para el proceso de Big Eyes los actores también tuvieron el privilegio de acercarse desde adentro a la realidad. Si bien Walter había muerto en el 2000 –aun sosteniendo las mentiras de que las pinturas de su esposa eran de su autoría–, Margaret le abrió las puertas de su casa a Amy Adams, quien usó una peluca rubia corta para lucir más parecida a ella.

“Tenía una perspectiva totalmente diferente sobre el personaje, entendí que no fue la falta de seguridad lo que la llevó a mentir. Me sentí atraída por la historia desde el principio, pero al final fue Margaret quien realmente me arrastró. Margaret es complicada, como la mayoría de los seres humanos. Ella es definitivamente un poco más tímida y es muy humilde. Esa es una de las cualidades de ella que creo que le permitieron ser manipulada”, revela la cuatro veces nominada a los Premios Oscar.

Christop Waltz, en cambio, prefirió alejarse de toda la información ajena al guión. “Me alejé de todo lo que podría parecerse a la vida real, en referencia a Margaret y Walter, porque ¿qué se supone que debo hacer con eso? No estoy haciendo un documental, estoy interpretando un papel y creo que el arte dramático tiene un propósito diferente en nuestras vidas y en nuestra sociedad”. Lo cierto es que cada uno, a través de técnicas opuestas, logró encajar el rompecabezas de un matrimonio asediado por los medios de comunicación, y lograron mostrar ante la cámara la transformación de sumisa a valiente de Margaret y de timador a juzgado de Walter. Ambos encarnaron en sus papeles porqué la frase “People don’t buy lady art” (La gente no compra arte femenino) fue la base de una estafa mundial.

Big Eyes, en cines del país desde el 5 de marzo, no necesitó ser efectista para sumergirnos en una premisa que sigue siendo actual: la autopromoción es tan poderosa como el talento. Si Walter fuera preso de nuestra época hubiera tomado el trabajo de otros como suyo, pero la plataforma ya no sería la televisión sino Internet, y ese es el lado oscuro que le da Burton a una historia que por sí sola ya es ficción: plantearnos el enfrentamiento entre buen y mal arte.

Quizás es una película que no evidencia su sello de autor en todas las escenas, pero en el fondo, como lo ha hecho en sus anteriores producciones, le da a la humanidad ese tinte de espectáculo, ese poder ser lo que uno quiera siempre que exista imaginación, ese definirse por medio del arte. Quizá también estamos frente a su película más personal porque se equipara a quien es su protagonista y tal vez eso también nos duela.