Moda

El amanecer de Carlos Jacanamijoy en una cartera

Revista FUCSIA, 28/10/2013

Esta es la historia de un encuentro íntimo entre el arte y la moda, en el que el maestro plasmó una de sus obras en bellos bolsos. Revista FUCSIA conversó con el artista.

Carlos Jacanamijoy en su estudio - Foto:

Una cartera no tiene por qué ser solo una cartera, puede ser también la manera de volver portátil la inspiración mágica y las creaciones de un artista, como el colombiano Carlos Jacanamijoy, quien está convencido de que el arte debe dejar de ser una cosa lejana para convertirse casi en un objeto de la “canasta familiar”. 

Su obra El indulto del amanecer, con sus fulgores amarillos, ha sido impresa sobre canvas de algodón, al estilo del lienzo que utiliza el mismo artista, por medio de una técnica digital en la que se logró respetar el colorido de la obra al máximo y transformarla en una pieza de moda, en bolsos Boots' and Bags. Además del color, era necesario que los diseños lograran una línea que, ante todo, respetara la pieza y entablara un diálogo armónico entre los objetos de lujo: bolsos tipo TOTE, bolso tipo coctel de colgar, porta iPad, marroquinería, libreta de apuntes y pañuelo, chal de seda y algodón, y el objeto artístico. 

El maestro Jacanamijoy pidió que el derecho por utilizar la obra se destinara a la Fundación Orinoquía, cuyo objetivo principal es velar y preservar el medio ambiente, tan presente en su obra. FUCSIA conversó con el artista en su taller para desentrañar lo que significó embarcarse en esta aventura.
 
¿Qué pensó cuando contempló la posibilidad de que una obra suya se convirtiera en un objeto no necesariamente artístico, como una cartera o una billetera? ¿Qué le hace pensar este ejercicio sobre lo que es el arte hoy día? 

Pues es maravilloso que el arte llegue a la canasta familiar, me parece extraordinario verlo así. Todavía no sabemos qué es arte, a pesar de la teorización. En la cultura inga, a la que pertenezco, no hay un concepto claro de lo que es, tal vez lo entendemos como un sinónimo de ensoñación; pero tampoco lo hay en Occidente, que tanto ha hablado y ha escrito sobre el arte. A veces, dentro del establecimiento, se vuelve como un adorno, un decorado, y para mí se debe convertir en algo como comer, en una necesidad cotidiana. 

Los  artistas, por sus intuiciones y percepciones, se dejan arrastrar por eso que la mayoría no percibe, y la idea de aquello inasible que nos arrastra, que los artistas podemos traer aquí y que puede estar donde sea, en un plato de sopa o en una cuchara, me parece maravillosa, porque te recuerda que estás rodeado de eso que llamamos arte, de esa percepción.
 
¿La experiencia de esa obra se transforma cuando pasa de un gran lienzo a una cartera, o usted siente que la obra pervive mas allá del formato en el que se ponga?

Físicamente cambia, pero en esencia no; la idea es que el arte se vuelva transdisciplinario, que se pueda poner en cualquier objeto de la cotidianidad, mucha gente lo ve como pecado, incluso en este mundo capitalista global siempre se está señalando el consumismo; pero, ¿qué cosa que uno toque no está permeada por el capitalismo? Es algo que nos concierne a todos. Eso de ver como pecadillo que el arte entre en otros ámbitos me causa gracia. A mí, por el contrario, me gusta, porque así el arte se sale de los talleres y de las galerías y coge camino por sus propios medios, se posa en cualquier lugar y llega al mismo lugar de donde nació, de los sueños y las ilusiones del espíritu humano.
 
¿Cómo seleccionó la obra  que se transformaría en estos objetos? 

Decidimos elegir una entre todas las que yo había hecho y terminamos por seleccionar una de mi periodo de finales de los noventa, que se llama Indulto del amanecer. Esta pintura me devuelve a mi proceso cuando comencé a pintar, en ese momento lo construí todo a partir de la memoria de mi infancia, me inspiré en los paisajes que experimenté de niño, en esa algarabía de la selva y el monte cuando se anticipa el amanecer. 

Los amaneceres y los anocheceres de mi tierra son espectaculares porque traen otras percepciones y vibraciones, y se experimenta un temor, el mismo que se puede sentir en una urbe como Nueva York. La pintura escogida para este proyecto es completamente sensorial y emotiva, y se llama Indulto del amanecer porque creo que a pesar de que los hombres de la modernidad no hemos sido nobles con la naturaleza, y a pesar de que esta a veces nos pasa la cuenta de cobro, la mayoría de las veces, como al toro, nos indulta.
 
¿Su encuentro con lo otro, su salida del Putumayo y su vida en grandes urbes ha transformado la manera de entenderse  a sí mismo?

Sí, totalmente. Crecí con la abuela, hablo en quechua; cuando quise ser artista original y buscar algo qué decir, no sabia qué decir, tenía una beca para ir a Europa y renuncié a ella para buscarme a mí mismo y ver qué tenía para contar. Así, empecé a revisar esas historias que no se han contado, a las que a veces en esos silencios, en esos intersticios de las otras culturas que no son de Occidente, no se les ha permitido ser contadas, y me di cuenta de que en esos silencios también se dicen cosas maravillosas. Cuando entré a la escuela, esas carreras de mi hogar hasta allí, cuando llegaba a ese umbral de Occidente con su pizarrón, con el idioma y su gramática, y luego volvía al mundo de la abuela y de mi papá chamán, me fue moldeando; soy una persona de esa intersección y de esos viajes, y quiero que las vivencias de las otras culturas sean las que dialoguen en mi obra.
 
¿Por qué sigue usando el gran formato en sus pinturas? ¿Qué lo lleva a buscar esa expansión sobre el lienzo?

Me gusta el formato grande porque uno trabaja con todo el cuerpo, puedes caminar y se vuelve un juego lleno de movimiento, la pintura se vuelve muy humana; creo que hay que humanizar el objeto. El banco en el que estoy sentado es el recuerdo de mi abuelo, los objetos tienen memoria y eso le pasa a la pintura, es como lanzarse al agua, y quizás estas carteras se convierten en un recuerdo de mis vivencias.