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‘Bondage’ Las ataduras del sexo

Revista Fucsia, 16/7/2008

Esta sofisticada y nada convencional práctica erótica brinda placer a través de la total inmovilización de uno de los amantes por medio de cuerdas y nudos.

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Películas taquilleras y de alto contenido sexual como Nueve semanas y media, Pulp fiction, Bajos instintos y El señor y la señora Smith, entre otras, también se hicieron famosas por incluir escalofriantes y picantes escenas en las que alguno de los protagonistas amarraba a su pareja a la cama o le aplicaba algún tipo de atadura con fines eróticos. Desde entonces, este tipo de tomas se volvió un cliché y un gancho muy atractivo de filmes pasionales, humorísticos o de series policiacas como CSI. Y con razón, pues estas fuertes imágenes despiertan suspenso, cierto aire de depravación o constituyen el preludio de un crimen. En fin, el cine y la televisión le han dado cierta visibilidad dentro de la cultura popular al sexo con ataduras, dejando atrás el verdadero fermento de una afición sexual: el bondage, que es mucho más profunda, seria y extendida en el mundo entero, al punto de que ha dado origen a toda una subcultura y una estética que bien vale la pena explorar, porque es una muestra más de los insondables misterios de la sexualidad humana y sus indefinibles fronteras.

En inglés, el término bondage significa “cautiverio”, “esclavitud” o “servidumbre”. Su raíz, bond, indica “atadura”, y la palabra también está relacionada con el verbo to bind, que por igual quiere decir “liar” o “constreñir”. Como expresión de sexo no convencional el bondage se refiere a las ataduras eróticas aplicadas sobre una persona vestida o desnuda, a partir de una relación entre dos roles muy bien definidos: el que domina y el sumiso. En efecto, esta práctica hace parte de la cultura BDSM, acrónimo conformado por las letras iniciales de Bondage, Disciplina, Dominación, Sumisión y Sadomasoquismo, gustos que no son nuevos en la humanidad, pero que definitivamente “salieron del clóset” y obtuvieron carta de identidad en la década de los 90 de la mano de los ambientes gay. Hoy, la cultura BDSM es del dominio de heterosexuales, homosexuales, bisexuales y de gentes de las más disímiles procedencias, y su universo comporta toda una ética y normas de conducta dentro de la libertad, así como un extenso catálogo de ropa y accesorios, comunidades virtuales, clubes y hasta establecimientos dedicados a ofrecer sus diversas expresiones como otro ‘servicio sexual’.

La finalidad específica del bondage es la inmovilización de la persona sumisa, por medio de cuerdas especiales que se consiguen en sex shops en materiales como algodón, cabuya, cáñamo, y otros. Se trata de un estilo de placer que no implica necesariamente una relación sexual, ya que para muchos basta con acariciar o besar a su pareja luego de amordazarla con un conjunto de nudos y técnicas que tuvieron su precursor en el milenario shibari de Japón, donde su cultivo es señal de refinamiento y de alto rango social.

En Occidente, el bondage se confunde a menudo con el sadomasoquismo o, por lo menos, resulta difícil establecer los límites entre ambas tendencias. Juan Garcés, fundador y orientador de una de las pocas comunidades bondage que existen en Colombia, explica que la diferencia entre las dos prácticas reside en el dolor: “Si atas a tu pareja y la acaricias para obtener placer, haces bondage”, dice, “pero si además de amarrarla le causas dolor de alguna manera y ambos lo disfrutan, hablamos de sadomasoquismo”.

Pero si bien este llamado ‘arte sexual’ no comporta dolor, su carga sicológica sigue siendo muy fuerte, pues explora las relaciones de la líbido con sensaciones y emociones que no se conciben dentro del sexo convencional o ‘vainilla’.

¿Por qué es gratificante ser maniatado por la pareja? Desde el punto de vista físico, algunos entrevistados al respecto confiesan que los erotiza el sentirse presionados por las sogas lo mismo que la abrasión que esta les causa en la piel. Los hombres, en especial, responden que lo que los excita es abandonarse a la mujer, en contraste con las costumbres ancestrales que dictan que son ellos los llamados al rol activo en la cama. El ser dominado, además, le brinda al sumiso o a la sumisa la ocasión de liberarse de sus inhibiciones. Por otra parte, este juego erótico conlleva tensión, miedo, peligro e impotencia, de manera que la adrenalina que todo ello produce se convierte en un poderoso estimulante para atravesar umbrales de goce que difícilmente se alcanzan en los encuentros eróticos típicos. A propósito de estos últimos, no sobra aclarar que el bondage no riñe con ellos, pues puede hacer parte de los preludios amorosos que anteceden al coito y al orgasmo.

Por el lado de quien domina, su excitación a partir de las ligaduras se basa en el poder de prodigarle placer a su amante. De igual forma, el fuego de su pasión se enciende contemplando el cuerpo de su compañero o compañera adornado con las cuerdas, pues no hay que olvidar que el bondage es también una expresión artística.
En ese sentido, como lo advierte Juan Garcés, el dominante debe ser una persona ampliamente ilustrada en el tema en asuntos como los tipos de nudos, las diversas cuerdas para atar, las zonas del cuerpo que se pueden someter a ellas, el tiempo que una persona puede permanecer amarrada en determinada posición sin que esto implique daño a su anatomía.

De buenas a primeras, sin embargo, no deja de rondar cierta sospecha de truculencia ante esta inusual experiencia, dados sus riesgos. Pero para ello, apunta el experto, esta tendencia cuenta con su propio código, basado en tres principios rectores, de acuerdo con los cuales el bondage debe ser sano, consensual y seguro.

El primer aspecto lo define como una práctica limpia y exenta de peligros para la salud de quienes los practican. Está llamado a ser consensual en la medida en que los amantes acuerdan lo que van a hacer y hasta donde van a llegar. Esto puede incluir desde atar simplemente las manos hasta todo el cuerpo del sumiso y agregarle otros ingredientes como vendarle los ojos o vestirse con atuendos especiales, sobre todo de cuero, con los cuales se le relaciona a menudo. Y en el campo de la seguridad está escrito todo un manual con indicaciones como no dejar nunca sola a una persona atada, no pasarle jamás una soga por el cuello, tener a la mano unas tijeras para liberarla rápidamente, no utilizar nudos corredizos y realizar sesiones cortas si las posiciones son incómodas. Esta etiqueta incluye además una palabra de seguridad que el sumiso invoca cuando no quiera seguir con la sesión.

Garcés relata que en Colombia el bondage todavía se mueve en la clandestinidad, pues quien se declara abiertamente aficionado a él corre el riesgo de ser tildado de aberrado. Sin embargo, la comunidad que él dirige por Internet a través de los sitios
www.flickr.com/people/bondagecolombia y www.facebook.com/home.php#/group.php?gid=11975350379 tiene activos grupos en varias ciudades del país, cuyos miembros no sólo se comunican a través de fotos y charlas virtuales, sino que además organizan reuniones presenciales y, si es del caso, sesiones de este arte cuyo dominio puede tomar varios años.

El placer por medio de esta práctica de dominación, como se anotó, es refinado y, por ende, no asequible al común de la gente, cuenta Garcés, quien calcula que se requiere de ingresos superiores a dos salarios mínimos para cultivarlo. Lo dice porque, además de las cuerdas de diversas magnitudes, su parafernalia incluye toda una serie de correas, ganchos y otros adminículos para cada parte del cuerpo, de la cabeza a los pies. Como complemento, los sex shops ofrecen el vestuario de cuero y juguetes como bolas para introducir en la boca, máscaras, etc. Todo para darle rienda suelta a esta práctica que juguetea osadamente con el cuerpo y desafía los límites entre placer, miedo y poder.=

Nudos de pasión

Como gesto artístico y erótico el bondage ofrece una rica gama de estilos entre los cuales se destacan:

‘Hogtied’: Se caracteriza por la poca o nula movilidad del sometido. La posición más usual deja a éste con los brazos atados a la espalda y los tobillos amarrados a los codos en forma flexionada, de modo que la persona no se puede levantar para caminar.

Oriental: Implica un meticuloso y abundante uso de cuerdas que le dan varias vueltas a todo el cuerpo. Por lo general incluye aprisionamiento de los senos y el paso de una o varias cuerdas por la entrepierna generando una leve presión en el sexo de la sumisa.

• ‘Spread Tagle’ o Cruz de San Andrés: El amante sumiso es atado a la cama de forma que sus brazos y piernas quedan en forma de X.

‘Spreader Bar’: A través de una barra, la persona sometida queda, entre otras posiciones, con las piernas abiertas y sin posibilidad de cerrarlas.