Columna de Adolfo Zableh: 'La madre'

Revista FUCSIA , 24/11/2015

"Empezamos a madurar el día que entendemos que la clave de la vida es la madre".

Adolfo Zableh. Foto: Paloma Villamil. - Foto:


Soy un niño. No es un descubrimiento novedoso porque los hombres creemos que trabajar, sacar un apartamento y tener sexo alcanza para ser adulto. Empezamos a madurar el día que entendemos que la clave de la vida es la madre. No para idolatrarla, decir que es lo más sagrado, usarla de medida de todas las cosas, creer que además de virgen es infalible y ofendernos si alguien nos menta la madre. Todo eso es la madre mal entendida. La madre es la esencia de la vida de un hombre porque es la referencia con la que construimos las demás relaciones.


Si no estamos bien con la mujer que nos parió no podemos estar bien con nadie, por eso muchos nos hemos pasado buscando, equivocadamente, a una mujer que nos la recuerde.
No para replicarla y poder estar con ella para siempre, sino para sanar la relación, pero encarnada en otra persona, lo que es un error. Querer estar con una mujer igual a nuestra madre nunca ha sido sano, no puede serlo porque aunque sea un cliché repetido millones de veces, madre solo hay una.


No importan los amigos ni la gente que nos rodea. No importa tampoco si nuestra pareja nos ama, hay cosas que solo la madre puede dar, asuntos que son solo con ella
. Y uno se vive apoyando en quien no corresponde, endilgándole la carga emocional que solo es competencia de la mamá. Yo veía a mi madre en todas las mujeres, y era duro, porque llevaba 25 años sin decirle que la quería. No es que peleáramos, pero llevábamos una relación cordialmente tensa, como la que se tiene con el tipo de la televisión por cable que va a la casa a arreglar un daño. Entonces, como todas las mujeres eran ella, cerré mi corazón para no entregarme a nadie. Yo ya había perdido una vez a mi madre, que era lo que más quería, no me iba a poner de nuevo en esa situación.

Pero hemos empezado a mejorar nuestra relación y la vida es otra cosa. Entendí que si no hacía las paces con ella no iba a quitarme de encima las toneladas de amargura y resentimiento que me oprimían, y que nunca iba a ser la persona que podría llegar a ser. Ahora, después de cada conversación con ella, termino liviano, renovado, como si acabara de salir de su vientre y no como si hubiéramos tenido una charla cualquiera. Así es fácil sonreírle al mundo.

Porque a la larga todos los hombres somos niños perdidos. No importa lo rudos y decididos, exitosos, creativos y activos que seamos, solo somos niños perdidos.
La madre es la llave, el hogar. Es el útero del que salimos pero que en realidad nunca quisimos abandonar. Nuestra relación con ella es la base de todas las relaciones y si no la arreglamos no podemos relacionarnos bien con el resto del planeta. Descubrir esto es duro, de los hallazgos claves que puede hacer un hombre, pero más duro es reparar todo, emprender el camino del perdón.

Entonces, si hay cosas que solo la madre puede dar, las mujeres caen en el error de creer que pueden cambiar a un hombre. Y aunque la pareja correcta sí puede sacar lo mejor de un hombre, no es labor de ustedes reformarnos. Nosotros no vamos a cambiar por el amor que nos den, porque ese amor solo puede venir de nosotros. Piénsenlo bien, ¿de verdad quieren meterse con un niño para convertirlo en un hombre? Eso no es amor, eso es ego. Ni nosotros somos niños ni ustedes deben buscar niños. Hay que romper el círculo vicioso y dejar de formar relaciones sustitutas de madre-hijo.

Así como es deber de la mujer alejarse de los inmaduros y los narcisos, yo me he alejado de las salvadoras, de las que sienten la obligación de redimir a todo el mundo y solo se meten con hombres que somos un desastre a ver si nos salvan. La pregunta es salvarnos de qué.

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