Besar es una ciencia

Arnoldo Mutis, 18/9/2014

Una best seller estadounidense revela los asombrosos secretos y el poder del nunca bien ponderado acto de juntar los labios con amor. La autora, Sheril Kirshenbaum, habló con FUCSIA sobre los misterios del beso.

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Shelley, el gran poeta romántico, describió el beso como “el alma reunida con el alma en los labios del amante”, para sugerir su hondo significado en la experiencia humana. Con el paso de los años, la ciencia ha terminado por darle la razón, aunque apenas empieza a percatarse de que este gesto encierra todo lo que es tierno y bello, pero también ofrece reveladoras pistas sobre la evolución de la especie y su reproducción, el impulso sexual, el amor romántico y el desarrollo del ser individual, ya que, precisamente, facilita satisfacer tales necesidades esenciales.

“Es la conducta más íntima en la que dos personas pueden involucrarse. A diferencia del sexo, en el cual muchos expresan sentirse perdidos, durante un beso comprometemos activamente todos nuestros sentidos, tacto, olfato, gusto, oído y vista, con el fin de aprender de la otra persona e intuir hacia dónde va la relación. Besar es casi una forma universal de expresarnos, más allá de lo que las palabras pueden transmitir”, afirma Sheril Kirshenbaum, autora de The Science of Kissing: What Our Lips Are Telling Us (La ciencia del beso: lo que nuestros labios nos dicen), uno de los pocos compendios en profundidad sobre este tema.

Kirshenbaum, investigadora y escritora acerca de cuestiones científicas y cuyo libro es un best seller de Amazon, confirma que el acto de expresar el amor con el contacto de los labios es más que un pasatiempo. “El primer beso puede encender la chispa de un nuevo romance o dar al traste con un incipiente cortejo. El intercambio provee información acerca de la compatibilidad de la pareja, desde la forma en que esta nos hace sentir hasta pistas aportadas por el subconsciente sobre si esa persona hace una buena combinación genética con nosotros para producir hijos sanos. Por eso, es la máxima prueba de la naturaleza”, le manifestó a FUCSIA en una entrevista vía correo electrónico para este artículo. Así, no hay mejores ni peores “besadores”, sino buenas o malas combinaciones.

En efecto, la Universidad de Oxford llevó a cabo un estudio entre 308 hombres y 594 mujeres, entre los 18 y los 63 años, la mayoría de los cuales, en especial ellas, consideraron que la calidad del primer beso es una señal clave de atractivo de su pareja y del potencial de la relación. Otro estudio de la psicología evolutiva, citado por la escritora, reportó que 59 por ciento de los hombres y 66 por ciento de las mujeres, desecharon a pretendientes a causa de un primer beso desabrido.

Se recuerda más y con lujo de detalles el primer beso que la primera relación sexual, según un estudio entre 500 individuos realizado por John Bohannon, psicólogo de la Universidad Butler, en Indianapolis. Las pesquisas también han mostrado que mientras varios elementos del erotismo se desvanecen con el tiempo, el beso puede permanecer tan vibrante a los 90 años como lo era a los 16. Tomarlo en serio, señalan los especialistas, puede llevar a descubrir nuevos placeres, incluso en relaciones de largo tiempo, en la cuales, las mujeres no pierden la costumbre de utilizar la calidad del beso, antes, durante y después del sexo, como un medidor de la satisfacción de su pareja.

Ante todos estos alcances, cabe preguntarse entonces ¿cómo trabaja el beso? La respuesta apunta a que el amor no es nada más algo romántico. Según lo cuenta Sheril Kirshenbaum, “actúa como una droga que estimula la química natural del cuerpo humano. Cuando hay verdadero feeling entre dos, desencadena su hechizo a través de la producción de un coctel de hormonas y neurotransmisores que fluye por el cerebro y el organismo”. Quién lo creyera, explica la experta, pero un beso mantiene al cerebro extremadamente ocupado, interpretando una enorme cantidad de información, mientras que miles de millones de conexiones nerviosas distribuyen señales que contribuyen a determinar qué sigue. “A consecuencia de los impulsos neuronales que rebotan entre el cerebro, la lengua, los músculos faciales, los labios y la piel, se desatan los neurotransmisores que determinan cómo nos sentimos”, explica Kirshenbaum, quien, así mismo, es magíster en Biología Marina e investigadora asociada del Center for International Energy and Environmental Policy de la Universidad de Texas, en Austin.

A los investigadores, por lo demás, les sorprende la manera desproporcionada como los labios están asociados con el cerebro. El pionero de la sexología, Alfred Kinsey, por ejemplo, descubrió en sus experimentos que muchas mujeres pueden lograr el orgasmo a través de sesiones prolongadas e intensas de besos y sin ningún contacto genital. Kirshenbaum explica que esto puede sonar inusual, “pero lo cierto es que los labios están colmados de terminaciones nerviosas tan sensibles, que el más leve roce puede enviar una cascada de información al cerebro que a menudo nos hace sentir bien”. En fin, son la parte erógena más expuesta del cuerpo.

En todo ello puede esconderse la respuesta a una vieja pregunta: ¿por qué cerramos los ojos cuando besamos a nuestra pareja? Tal vez, responde la científica, se deba a que un beso ardiente dilata las pupilas, al igual que los vasos sanguíneos, en la medida en que el cerebro se oxigena más de lo normal. Y los efectos no paran ahí: las mejillas se sonrojan, el pulso se acelera y la respiración se vuelve irregular y profunda.

Entre los neurotransmisores que generan tanta conmoción, se encuentra la oxitocina, llamada “la hormona del amor”, explica Sheril, porque “ayuda a establecer y prolongar una especial conexión entre dos personas”. Otra sustancia que interviene es la dopamina, responsable del deseo, la satisfacción y asociada por los científicos con el hecho de enamorarse y su característica sensación de “caminar en el aire”. “Cuando se bombea con todo vigor, nos estimula a seguir adelante con el amorío, pues lo vuelve adictivo”, anota la escritora.

Igualmente, se elevan los niveles de serotonina, la cual “incita pensamientos obsesivos acerca de besar a la pareja. Los científicos han observado que el grado de serotonina en personas involucradas en una nueva relación se parecen a los de pacientes que sufren de desorden obsesivo-compulsivo”, le refirió Kirshenbaum a FUCSIA. La adrenalina, por su parte, favorece anticiparse a lo que va a pasar y reduce el estrés, una de las bondades que se le reconocen a esta cariñosa expresión. Eso sí, advierte la psicología, un beso dado en un mal momento puede exacerbar la tensión

Decálogo del beso para ellos y ellas

1. Esperar el momento adecuado para el primer beso. Los humanos asocian una buena caricia con confianza, por lo cual hay que aguardar hasta sentirse cómodos.

2. Saber si alguien quiere ser besado. Un buen método: acomodarle el cabello, gesto íntimo que provocará rechazo o, al contrario, una reacción positiva para seguir adelante.

3.
Jugar con la expectativa. Si se sueña con cómo será el beso, el momento real resultará más gratificante.

4. Encender los encantos. El pintalabios y el brillo aumentan el volumen de los labios femeninos, lo que excita a los hombres porque indica altos niveles de estrógeno y fertilidad.

5. Permanecer sobrio. El alcohol evita que se interpreten correctamente los poderosos efectos de los neurotransmisores.

6. Cuidar la higiene oral. Las mujeres les confieren más importancia a los olores que los hombres y se fijan mucho en el estado de los dientes.

7. Adorar el cuello femenino, pues es la zona en la que ellas prefieren ser besadas.

8. Variar los modos de besar. En las encuestas, las mujeres se quejan de que los hombres suelen hacerlo de manera mecánica.

9. Lucir bien si se le quiere robar un beso a alguien y saber qué le gusta y qué no.

10. No exagerar el uso de la lengua y la fuerza, la humedad, los besuqueos sofocantes, los labios inmóviles, las mordidas y las succiones.



Fuente: The Science of Kissing, de Sheril Kirshenbaum, y “Ten Kissing Styles Women Hate” (Diez estilos de besar que las mujeres detestan), artículo de Elysia McMahan y Jen Engevik en Firsttoknow.com.