¿Eres una golosa emocional?

Revista FUCSIA, 20/7/2014

Si corres a la nevera casi sin darte cuenta cuando estás estresada; si te cuesta evitar meterte algo a la boca cada 20 minutos; si ya perdiste la cuenta de cuántas dietas has intentado, quizás tu problema de fondo no sean las calorías.

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La típica escena de comedia romántica en que la desventurada protagonista busca consolar sus penas con un pote completo de helado de chocolate puede no parecerle tan graciosa a quienes en la realidad muestran ese mismo comportamiento. Son muchos los que se preguntan por qué, a pesar del empeño que ponen al inicio de cada una de sus dietas, fracasan reiteradamente y siguen ganando kilos de más. Pero resulta que tal vez el enemigo no está en sus neveras, sino en sus cabezas.

Así lo expone la psicóloga británica Jane McCartney, autora del libro Stop Overeating, que se ha dedicado a resolver los problemas de pacientes cuya costumbre es ingerir comida de manera obsesiva y compulsiva. Ella considera que los métodos para adelgazar lanzan por lo general mensajes simplistas al estilo de “come menos, haz más”, y se limitan al conteo de calorías.

Si bien la culpa de la epidemia de obesidad mundial suele achacársele a las personas sedentarias, lo mismo que a los dulces y toda clase de chucherías, para ella estas variables son solo la punta del iceberg: “La gran mayoría de personas que muestran dificultad para controlar el consumo de alimentos presentan algún grado de problemas emocionales. Y esta es una situación que afecta a más del 80 por ciento de aquellos que no alcanzan el éxito en sus intentos de perder peso”, le comentó a FUCSIA la especialista, quien reconoce haber sido víctima de este tipo de ansiedad.

Fue consciente de ello cuando empezó a llevar una especie de diario en el que anotaba cada uno de sus menús y en qué momentos deseaba comerlos. Así descubrió que evadir el móvil psicológico es el equivalente a intentar “arreglar un carro dañado cambiándole las llantas, cuando es el motor el que necesita atención”.

Según McCartney, la clave está en identificar lo que ella llama “la cadena emocional de eventos”, es decir, detectar qué factores desatan ciertos estados de ánimo que a su vez activan la glotonería. “Lo que suele suceder es que si el sentimiento que se experimenta es de alguna manera negativo, la persona se vuelca hacia la comida para poder hacerle frente al momento difícil”, señala. En consecuencia, no se da la oportunidad real de lidiar con sus conflictos, tolerarlos o procesarlos mentalmente, sino que busca consuelo inmediato en la mesa.

 Desde su experiencia, McCartney explica que aunque muchas veces las causas que provocan las ganas innecesarias de comer son situaciones actuales vinculadas, por ejemplo, a una pelea de pareja o una deuda, advierte que pueden ser de vieja data, como provenir de una familia disfuncional o de unos papás demandantes en exceso.

De hecho, la relación personal con la comida tiene su origen en los primeros años de vida del individuo. “Tiende a ser una reacción forjada tiempo atrás. Es muy fácil formar este tipo de hábitos… tal vez la comida fue usada a manera de castigo o recompensa durante la niñez, así como ‘si no sacas buenas notas no habrá postre’, o ‘si te portas bien, tienes derecho a un dulce’. Por eso muchos crecen confundidos con respecto al verdadero significado de los alimentos, cual es su carácter de fuente de nutrición. Es cierto que también producen placer; el error está en buscarlos exclusivamente por esta razón”. No hay duda de que ciertas golosinas son adictivas: “Su sola imagen o evocarlas es suficiente para generar una respuesta neurológica de goce”.

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La experta aconseja a los padres crearles a sus hijos un nexo saludable con la alimentación, “enseñándoles que de vez en cuando las papas fritas y gaseosas están permitidas pero con moderación. El peligro es negarles siempre ciertos tipos de comida, porque estos se les volverán un misterio y una tentación. Es importante dejarlos experimentar e informarles acerca de cómo los excesos afectan su organismo. Darles ejemplo también es necesario, si un niño crece viéndolos hacer dieta le generarán confusión respecto a la imagen corporal”.

En la revisión de causas que pueden impulsar la indeseable compulsión es habitual que aparezcan familiares, allegados o colegas que de alguna manera lleven a la persona a llenarse de mensajes negativos del tipo “no me valoran porque soy insignificante” o “no soy lo suficientemente bueno”, ya sea debido a una mala relación o a un desplante. Sin embargo, eso no significa que se deba esperar un cambio en los otros, porque este debe ser interno y tiene que ver con la autoestima y con “cómo uno se percibe a sí mismo”, sentencia la autora. Sugiere darle la vuelta a esas afirmaciones para que se conviertan en un “soy valioso porque…”.

También propone conformar una red de apoyo conformada tanto por buenos amigos como por figuras que encarnen los valores positivos buscados. Aunque suene a broma, la doctora McCartney asegura que entre sus pacientes abundan los hombres que recurren a David Beckham para fantasear que es él quien los respalda en su decaimiento, mientras que las mujeres mayores piensan en Margaret Thatcher: “Imagínese cómo responderían estos personajes ante tu nociva autoimagen”, es su lección.

Pero en las crisis no solo es necesario tener a la mano gente confiable, sino alimentos saludables. No es lo mismo recurrir a un puñado de almendras o a una zanahoria que a un cheesecake. “Permanecemos picando y rara vez llegamos a los veinte minutos de pausa sin tener comida en la boca”. Casi automáticamente se mastica algo frente al televisor, una merienda que a veces ni se cuenta entre los menús del día porque no hay conciencia plena de su existencia. Por eso la mejor receta es comer siempre despacio para darle tiempo al cerebro de “enviarnos la señal de que estamos satisfechos”.

Tratar de separar los alimentos de las emociones puede parecer complicado. Después de todo es normal que un rico platillo recuerde la sazón de la abuela en las felices navidades infantiles y entonces, ante un problema, no es raro que se busque revivir aquellas épocas y sensaciones. La clave, según la psicóloga, está en hacerse una sencilla pregunta antes de darse el gusto: “¿Realmente tengo hambre o más bien uso la comida para suprimir el aburrimiento o la frustración, o como un sustituto de algo que le hace falta a mi vida?”.

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