La paradoja de hacer el bien

Revista FUCSIA, 24/8/2015

La directora de la Revista FUCSIA, Lila Ochoa, reflexiona sobre la moda obsesionarse con la idea del altruismo. Denunciar las maquilas, comer orgánico, apagar las luces y apostarle a 'lo local', pueden ser buenas intenciones que no siempre llevan a resultados favorables.

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Hace algún tiempo creí estar haciendo el bien al escribir, indignada, un editorial cuando se derrumbaron unas fábricas de confección en la India. Pensaba que no era buena idea comprar marcas maquiladas en países que emplean operarios sin seguridad social, con salarios bajos y en condiciones infrahumanas.

Pues hace unos días me encontré un libro que rebate todas mis teorías de ser una buena persona. Cuando uno piensa que en el supermercado es mejor comprar solo lo local, cuando uno decide no comer carne roja y más pollo y huevos. Cuando apago las luces de mi casa y de mi oficina al salir, o cuando decido que nunca voy a trabajar en la banca, pues son unos "chupasangre", me equivoco de cabo a rabo.

Según el profesor de filosofía William MacAskill, de la universidad de Oxford, en su libro Doing Good Better: How Effective Altruism Can Help You Make a Difference (Haciéndole un bien al bien: Cómo un altruismo efectivo puede ayudarte a marcar una diferencia), la mayoría de las decisiones altruistas que tomamos diariamente no son correctas, pues en lugar de ayudar a las personas, en realidad les estamos haciendo daño. Las buenas intenciones no siempre llevan a resultados favorables.

Nadie quiere pensar, ni por un instante, que sus hijos puedan trabajar en una fábrica de ropa en Bangladesh. Pues está equivocado. Aunque suene duro e inhumano, gracias a ese trabajo, esos niños pueden comer, vestirse y sobrevivir. La alternativa en muchos países es no tener trabajo y morirse de inanición.

Lo mismo pasa con los productos como el café orgánico, o de comercio justo. Es tan difícil llenar esos requisitos, que muchos países africanos no pueden cumplir con ellos y terminan sin poder vender sus productos. Es preferible, si de verdad queremos ayudar, comprar el café normal, pues en el otro caso le llega el mayor valor es al intermediario, y no al campesino.

Lo mismo se aplica a los vegetales y frutas importados. Pensamos que como hay que transportarlos por avión, es malo para el medio ambiente. Pues resulta que las naranjas del Perú, por ejemplo, son más baratas que las colombianas. Además el costo ambiental de producirlas es menor. Si compramos las peruanas, la plata que sobra se le podriamos dar a una fundación. En cuanto a la carne roja, sí, el costo de criar ganado es muy alto, pero es peor la crueldad de los gallineros para producir pollo y huevos.

Está muy de moda obsesionarse con la idea de apagar las luces y los aparatos electrónicos como la televisión, para reducir la huella de carbono. "Si de verdad queremos hacer eso, es mejor bañarse y manejar menos. Un baño caliente añade más huella de carbono que dejar el cargador del teléfono enchufado todo un año", dice el autor en su libro. "Si uno guarda el carro y camina durante dos horas al día, hace más por el medio ambiente que apagando luces y la televisión durante el mismo período de tiempo", añade MacAskill.

Otro ejemplo de lo equivocados que estamos al pensar que estamos haciendo un bien, es cuando oímos de un desastre natural y salimos corriendo a hacer una donación. Pues resulta que cada día mueren más personas de pobreza y enfermedad, que por cuenta de los desastres naturales.

En cuanto a pensar que trabajar en un banco es un trabajo para personas sin corazón, el escritor sostiene que el increíble progreso que ha hecho la humanidad no se debe a las entidades sin ánimo de lucro, sino a la tecnología y a la innovación que desarrollan las entidades que tienen que dar utilidades. Según él, es mejor conseguir un trabajo bien pagado y donar una parte del salario. Ganar para dar, es la premisa.


La directora de la Revista FUCSIA, Lila Ochoa. Foto: Paloma Villamil


Este libro va a crear controversia entre muchas entidades, en teoría concebidas para ayudar a la humanidad, pero me parecieron interesantes sus argumentos y creo que vale la pena pensar dos veces cuando vamos a hacer filantropía.

Acordémonos del siguiente dicho: es mejor enseñar a pescar, que regalar un pescado.