columna

Críticas que matan

, 15/12/2009

Alguien decía que estamos tan expuestos a las críticas como a la gripa. ¿Cómo hacer para que aquéllas no nos lleven a la cama?

El gran peligro de las críticas destructivas es creérselas y asimilarlas como verdad. - Foto:

A raíz de mi columna sobre ‘La crisis de los 30’, alguien me dejó un comentario cargado de odio y horrores de ortografía que decía: “Aaah que estupides, no eres objetiva, que verguenza que tantos buenos periodistas sin empleo, y esta estupida la dan la oportunidad y escribiendo idiotadas” (sic). Obviamente, se me apachurró el ego y mi autoestima se largó de paseo sin decir cuándo volvería. Acto seguido, me abalancé sobre el litro de helado que tenía en la nevera, me lo comí hasta congelar el dolor y reemplacé esa preocupación por una nueva: ¿cómo entrar en mis skinny jeans después de 2.500 calorías?

Bueno, en realidad la pregunta que daba vueltas en mi cabeza era: ¿por qué será que aunque le hagan a uno diez comentarios buenos y hasta halagadores, casi siempre recuerda el único malo y grosero? Desafortunadamente, parece que nuestra memoria le tiene reservada una zona VIP a los momentos desagradables y dolorosos, mientras que los buenos recuerdos se confunden en una masa que uno ignora, como a la gente que nunca dejan entrar a los bares. A esto se le llama memoria selectiva o, en su defecto, masoquismo puro.

El gran peligro de las críticas destructivas es creérselas y asimilarlas como verdad. Me pregunto, ¿cuántas personas dejaron de creer en sí mismas por un comentario arbitrario, cruel o envidioso?, ¿cuántos dejaron de hacer lo que verdaderamente les apasiona porque algún profesor frustrado, un padre amargado o su pareja les dijeron que no eran lo suficientemente buenos? En ocasiones, los críticos no miden ni alcanzan a imaginar las repercusiones que sus palabras pueden tener. Algunos comentarios venenosos pueden aniquilarle los sueños a alguien, llevarlo a caer en alguna adicción o, incluso, a contemplar el suicidio como salida. Todos hemos recibido críticas en algún momento de nuestras vidas, por nuestro físico, trabajo, gustos u otra razón. Lo que marca la diferencia es la manera cómo las enfrentamos: nos tumban o nos dan más fuerzas para levantarnos y dar la pelea.

A veces, saber que otras personas han pasado por situaciones similares, nos sirve y nos llena de entusiasmo. La escritora J.K. Rowling fue rechazada por doce editoriales cuando envió el manuscrito del primer libro de Harry Potter. A Elvis Presley lo botaron de una presentación musical y le aconsejaron que no renunciara a su trabajo como chofer de camiones. La adorada Lucille Ball fue enviada de regreso a su casa por los directivos de su escuela de actuación, porque era demasiado tímida y nunca lograría convertirse en actriz. A Shakira la rechazaron en el coro de su colegio. Pero abundan los casos de personas que han usado las malas críticas y los rechazos como gasolina para alcanzar sus metas.

Hoy, la gente se ha descarado más a la hora de criticar, en gran parte, porque no tienen que poner la cara. El anonimato que les brinda la Internet, les da carta abierta para que todos se vuelvan críticos, manejen o no el tema, sepan escribir o no, tergiversando la libertad de expresión y convirtiéndola en libertad para insultar a los demás. Como dicen sabiamente en la película Mean Girls, “llamar a alguien ‘gordo’ no te hace más delgado, llamar a alguien ‘estúpido’ no te hace más inteligente y arruinarle la vida a otra persona no te hará más feliz”. Las únicas críticas que valen la pena son las que sugieren, aportan y construyen, no las que descalifican y siembran inseguridad.

Criticar es lo más fácil y cómodo del mundo, y se ha convertido en nuestro pasatiempo favorito. Criticamos a las reinas porque son muy gordas, muy flacas, muy brutas, muy flácidas, muy operadas o, sencillamente, feas. Pero si nos resulta tan fácil, ¿por qué no está usted desfilando en vestido de baño mientras todos los ojos del país están puestos en su cola? Pasa igual con el fútbol… muchos le mientan la madre y hasta la bisabuela a los jugadores que cometen alguna falla. Si es tan pan comido, ¿por qué los críticos se encuentran empotrados a un mueble comiendo chicharrón con cerveza y no jugando profesionalmente en un estadio?

Lastimosamente, no existe una vitamina que nos haga inmunes a las críticas; sin embargo, el mejor tratamiento para combatirlas es desarrollar una piel gruesa y una autoestima lo suficientemente fuerte como para amortiguar las pullas de los demás. Alguien me escribió que tenía la cabeza llena de cucarachas, y, de ser así, le aseguro que no sólo son las cucarachitas más cool y divertidas, sino que además la pasan buenísimo. Cuanto más rápido entendamos que no se puede ser monedita de oro para caerle bien a todos, más felices seremos con nuestras cucarachas.