De regreso al cuento

Revista FUCSIA, 16/10/2014

La escritora ecuatoriana Gabriela Alemán, lanzó 'La muerte silba un blues', libro de relatos que comprende desde el incendio que destruye una emisora de radio de Quito, hasta el debate entre la lucidez y la locura de una inmigrante europea en los años 40

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La muerte silba un blues es su más reciente libro. ¿Fue concebido para leer los relatos de manera individual o todos conforman una misma obra?

Creo que se permiten las dos lecturas porque las dos están allí. Se pueden leer los relatos sueltos o como parte de un todo, arman una sola historia.


¿Cómo ha madurado su obra a través de los años?

Pienso que están presentes las mismas obsesiones y planteamientos, pero hay un interés más fuerte por moverme dentro de la ambigüedad.


Allí reconstruye muchas historias. ¿Por qué es la fragilidad humana un tema de inspiración para usted?

Me interesaba explorar la fragilidad en este libro, ver lo cercanas que están la realidad y la ficción, el mundo onírico y la construcción real. Dejar claro que son límites muy maleables, apenas discernibles.


¿De qué manera Ecuador se cuela como otro de sus protagonistas?

Ecuador aparece sobre todo en la primera parte del libro, donde retomo algo que ocurrió en realidad a finales de la década del cuarenta, cuando un radiodifusor muy osado recreó la novela de H. G. Wells, La guerra de los mundos, en el contexto ecuatoriano. Hizo lo que ya había hecho Orson Welles once años antes en la ciudad de Nueva York. El aterrizaje marciano en Quito fue mucho más violento, y dejó como saldo una estación arrasada por las llamas y siete muertos.


¿Qué impacto genera en usted el director español Jesús ‘Jess’ Franco y por qué lo usa de guía para la estructura del libro?

Es un director muy singular que comenzó trabajando dentro del ámbito del cine respetable, por llamarlo de alguna manera. Trabajó en sus inicios con directores reconocidísimos, como Orson Welles, pero luego se decantó por el cine B, por el porno suave, por producir enormes cantidades de películas sin contar con grandes presupuestos. Lo que me resulta interesante de él y que de alguna manera me sirvió para armar la estructura del libro es que él podía producir más de cuatro películas en un solo rodaje. Solo les entregaba el guion del día a sus actores y, sin que ellos lo supieran, en realidad les entregaba el de cuatro películas distintas. Pagaba por una y sacaba cuatro. No porque fuera un explotador sino porque era un enfermo del cine, quería hacer mucho. Yo parto de ese método “franco” de producción; para armar el libro reutilizo los mismos protagonistas en todos los relatos pero los sitúo en distintos ámbitos y épocas.


¿Su relación con el cine es tan estrecha como la que tiene con la literatura?

Es distinta. Hice un doctorado en el que me concentré en el cine latinoamericano y escribo ensayos académicos sobre este. Disfruto una buena película, soy cinéfila. Con la literatura es distinto, no puedo estar sin leer un libro. En general leo varios a la vez y siempre cargo uno para sacarlo cuando me encuentro en las filas de los bancos.


¿Qué le ha dado el periodismo para hacer literatura?

Muchas historias, lo mismo que el trabajo de archivo. La posibilidad de descubrir una nota mínima en un periódico de la década del treinta y, con ella, dejar que la imaginación cree otros mundos y personajes a partir de una sombra real.


Al estar rodeada de tantas ficciones, ¿cómo un libro de cuentos sigue siendo relevante para la generación actual?


La literatura siempre es relevante, el trabajo entre un lector y un escritor es de mutua alimentación. Es un juego donde se construyen nuevos sentidos. Y eso, aunque estemos en una época llena de “distracciones”, nunca se va a perder.


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