editorial

Demasiadas opciones

, 18/10/2010

Las mujeres de hoy le dan mucho más valor a las palabras autonomía e independencia que a todo lo demás.

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Se podría decir que, por primera vez en la historia de la humanidad, nos enfrentamos a un cambio social nunca antes visto, dado por el hecho de que, al menos en Occidente, las mujeres somos finalmente autónomas.

Las mujeres de mi generación, las que nacimos después de la Segunda Guerra Mundial, tuvimos como guías a nuestras mamás y abuelas. A pesar de que vivimos una época de quiebre en la historia, a través de cambios como el derecho al voto femenino, la entrada masiva a la fuerza laboral y a los centros universitarios, las experiencias entre generaciones no eran tan diferentes. A pesar de los cambios, en esa época no era muy usual que las mujeres se educaran más allá del bachillerato, pues los papás todavía pensaban que el destino de toda mujer era casarse, ojalá antes de los 25.

El matrimonio era la prioridad, no la educación, ni ser profesional. Nadie se preguntó qué hubiera sucedido si las mujeres tuvieran influencia política, poder económico, libertad para movilizarse, para cambiar de trabajo, para casarse, para tener o no hijos, inclusive, para divorciarse. Simplemente, sucedió y eso dejó a los hombres locos, porque les cambiaron las reglas de juego. Ahora hay un equilibrio de poderes. Tanto así es, que acabo de leer en una revista norteamericana que en 73 por ciento de los divorcios es la mujer la que decide irse de la casa. Esto en la generación de nuestras mamás era impensable y, en la nuestra, seguía siendo muy mal visto. Ahora, lo que es impensable es que los hombres sean los que se vayan, pues están muy cómodos y se resisten a abandonar esa comodidad.

Lo que muy pocas mujeres reconocen, es que este mundo de equilibrio y de múltiples oportunidades también nos genera confusión. No me interpreten mal: la confusión proviene de que las generaciones actuales se enfrentan de una manera súbita a unas reglas de juego diferentes. El abanico de oportunidades se abrió y eso de tener demasiadas opciones confunde y, lo peor, ya las mamás no somos un punto de referencia. ¿Cómo puede opinar una mamá acerca de si su hija debe estudiar Historia del Arte o Ingeniería Espacial, si se va a casar o simplemente se va a vivir con el novio, si va tener hijos o no, y si, una vez casada, decide divorciarse sencillamente porque está aburrida de su marido?

El mundo cambió tan dramáticamente, que esta generación ya no puede apoyarse en la sabiduría de sus progenitoras y las mujeres están solas en la vida, con la libertad en sus manos, sin saber muy bien qué hacer con ella.
Antes el entorno era mas fácil de manejar. Uno se quedaba soltero o aceptaba la primera propuesta de matrimonio. Las diferencias de género estaban claramente delimitadas, no había tantas opciones, por lo tanto, no había confusiones. Ahora, al tener las mismas oportunidades de un hombre, las cosas se complican.

Primero hay que solucionar algunos interrogantes, como qué estudiar, por cuál trabajo decidirse, y de quién enamorarse, pero, ¿se impone seguir el camino conocido o se puede explorar otro no convencional? El mundo cambió, pero, ¿lo hicimos nosotras? No es fácil aceptar unas transformaciones tan radicales, y menos, aprender a vivir con ellas sin dejarse avasallar.

Se podría decir que las tiranías del siglo XXI son el exceso de posibilidades y la primacía del trabajo como símbolo de éxito. Las mujeres ya sabemos lo que es el estrés y nos morimos del corazón tanto como los hombres. Esta igualdad de género ha hecho que tengamos que elaborar nuevos códigos de comportamiento, pues así como podemos hacer grandes contribuciones a la sociedad, también podemos contribuir a destruir instituciones como el matrimonio o la familia. El símbolo de este nuevo mundo de oportunidades es la independencia, que toda mujer contemporánea añora. Sin embargo, esta independencia puede terminar en soledad. Y, como lo dice una frase común, es un costo demasiado alto qué pagar en aras de la independencia.

Por Lila Ochoa
Directora Revista FUCSIA