Personajes

Desde el Tíbet

Revista Fucsia , 19/12/2011

La exposición de tapices ‘Through the Silence’ que José Sanint exhibe en la galería Salomon Arts de Nueva York, recoge siglos de historia tibetana. Así fue su creación.

Foto: German Prieto - Foto:

Hace un año y medio José Sanint decidió poner su vida en silencio. Llevaba cinco años dedicado a su empresa de arquitectura Sanint Arquitectos, y sintió que la presión de la vida diaria y la cantidad de trabajo lo hacían mantenerse alejado de su ser. Llevaba un tiempo meditando y haciendo yoga con el maestro Óscar Parada, cuando tuvo una visión: sentado en posición de loto bajo el viejo cedro de su casa a las afueras de Bogotá, vio la palabra Akrabhala. No sabía qué era. Le preguntó a Parada y fue él quien le mostró el parecido con Shambhala, un reino mítico de tierra pura escondido entre los Himalayas.

No era la primera vez que las montañas más altas del mundo se manifestaban en sus meditaciones, por eso terminó sus proyectos arquitectónicos pendientes, cerró su empresa, y en mayo del 2010 se embarcó en un viaje de un año y medio que empezó por India, y terminó con la creación de Akrabhala, una fundación que busca rescatar tradiciones casi extintas de la cultura tibetana.

Un impulso natural lo puso en el camino indicado de búsqueda. Primero meditó e hizo yoga en Raiwala, un pueblo sagrado cerca de la frontera con Nepal. Luego conoció a unos rusos en Dharmasala (ciudad de exilio del Dalai Lama) que iban a hacer un viaje por rutas clandestinas del Tíbet, y con ellos visitó templos donde se fue adentrando en la filosofía búdica.

En Nepal comenzó el silencio. Allí, en el templo sagrado de Kopan, hizo el Vipassana, un curso de meditación gratuito en el que durante 10 días se medita 10 horas diarias en silencio absoluto. Al terminar el proceso, José decidió seguir callado hasta que su cuerpo le pidiera lo contrario. En ese mutismo absoluto recordó un taller de tapices que había conocido en Katmandú y decidió visitarlo de nuevo.

El taller le pertenece a Passang Tsering, un artesano que se dedica a recolectar trajes típicos tibetanos para crear tapices que yuxtapongan las diferentes villas de la región. José, en completo silencio, sacó el cuaderno que siempre lo acompañaba y le escribió en inglés que era arquitecto y quería trabajar en su taller. Passang le dijo en voz alta que le parecía interesante.

Para entender el valor de las 12 piezas que cuelgan hasta el 16 de diciembre en la galería Salomon Arts de Nueva York (www.salomonarts.com), y que serán expuestas en febrero en La Casa Tibetana en Manhattan, nos debemos remontar 200 años en el tiempo.

Antiguamente, para ir a recibir las enseñanzas de los lamas, las mujeres del Tíbet llevaban unos trajes típicos que luego se pasaban de generación en generación. Eran hechos de la lana que las ovejas, los corderos y los yaks mudaban en verano. A estos animales no se les rasuraba y mucho menos se les mataba. El proceso de pigmentación también era ciento por ciento natural. La confección de cada vestido tomaba cerca de una año, y se centraba en hilar pequeños cuadros que luego conformarían todo el atuendo. Según las villas, los tejidos y los colores cambiaban para poder distinguir las diferentes regiones.

Lo que hacen José y Passang en la actualidad es buscar esos vestidos y evitar que se pierdan, como está sucediendo con las costumbres del Tíbet. Una vez los consiguen, seis mujeres que trabajan en el taller de Katmandú, los restauran y descosen cuadrito por cuadrito. A partir de esas piezas individuales, José diagrama y hace la composición de lo que será el tapiz.

Para él son fundamentales los colores de las villas y que se reflejen las diferentes características de esa región olvidada del mundo. Como sabe que cada vez será más complicado conseguir los vestidos, José, quien duró en silencio alrededor de 108 días, ya pensó en hacer una línea contemporánea con la que, a través de los mismos procesos, estas mujeres recobren las tradiciones perdidas. La venta de estos tapices va para la Fundación Akrabhala (www.akrabhala.com) que creó José para ayudar a mantener vivas estas prácticas milenarias que se están esfumando debido a los eternos conflictos políticos.