La magia de los objetos insignificantes

revista FUCSIA, 12/3/2015

La joyera y estilista francesa Nora Renaud, ahora radicada en Colombia, hace que una caminata por la ciudad sea una fuente inagotable de ideas para crear sus diseños. Un pedazo de plástico, un gancho de ropa son elementos de su lenguaje como joyera.

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Grace Coddington, la famosa estilista de Vogue, sentenció alguna vez que el mejor consejo que le había dado un maestro era que no debía dormirse nunca cuando fuera en un carro. Siempre tenía que estar alerta, ver lo que pasaba en la ciudad, en el paisaje, entre la gente que caminaba de prisa. Estar de cara al mundo era un momento que no debería desperdiciarse durmiendo.

Otra estilista, de nombre Nora Renaud, no nacida en Gales como Grace, sino en París, tiene una consigna de vida parecida: cada vez que camina por la calle está tan atenta a todos los elementos que la rodean que termina sacando de ahí ideas infinitas para su línea de joyería. Una salida desprevenida a la tienda se convierte de repente en un trabajo de exploración en el que recoge elementos que naturalmente serían vistos como basura y que ella, por el contrario, ve con ojos escrutadores para extasiarse con sus diseños. Así, llega a la casa siempre con sus bolsillos llenos de cosas, objetos insignificantes en los que nadie repararía.

En esos cotidianos trabajos de campo, por ejemplo, el gancho de pasta en el que suelen colgarse un par de calcetines en el estand de un almacén resulta para Nora un objeto digno de ser mirado con detenimiento. Desprovisto de su funcionalidad, ella es capaz de abstraer la forma y deleitarse con esa pieza. Imagina entonces cómo se vería ese mismo gancho hecho en un metal plateado o dorado, y se interna en su taller para darse cuenta de que ha creado sin querer un lindísimo prendedor que también puede servir como peineta para el pelo.

 Así son los juegos de esta estilista que ha trabajado por años en sesiones fotográficas de importantes firmas y que desde 2010 viene creando joyas en donde mezcla cuero, metales oxidados, cuerdas y telas.

“Recientemente vengo trabajando en una serie que tuvo un lugar de inspiración muy peculiar. Caminando por las calles de Israel me encontré con que hay una pieza en plástico que comúnmente se usa en las construcciones para unir los ladrillos. Son objetos banales, comunes, que por su cotidianidad nadie se detiene en ellos. Pues yo los fui recogiendo uno tras otro y vi que tenían en su interior una cruz, empecé a ponerles unos cordones a cada lado y a usarlos como gargantilla y de repente todo el mundo reparaba en esa pieza de plástico. Cuando les confesaba cuál era su verdadera proveniencia la gente se emocionaba, así que decidí transformar ese elemento de construcción en una joya y lo hice de metal”, cuenta la creadora.

Su llegada reciente a Colombia ha hecho que la artista encuentre inspiración en cada detalle, desde las banderas gigantes y coloridas que sirven de antesala de una nueva urbanización, pasando por los colores brillantes del paisaje, hasta los signos con los que cotidianamente nos relacionamos.

“Empecé a tallar sobre madera los signos de Facebook y de Twitter en otras posiciones y me di cuenta que al adoptar ángulos distintos ganaban un nuevo sentido. Así, por ejemplo, si cogía las dos efes de Facebook y las ponía al revés una frente a la otra se creaba una especie de signo que incluso parecía precolombino”, cuenta la artista que trasgrede el uso convencional de los materiales, que no teme mezclar metales preciosos con elementos más rústicos y comunes, como cuerdas y cordones, y que sobre todo, a fuerza de tantos juegos inesperados con los objetos de la realidad, ha terminado por crear un nuevo lenguaje.