Educación sexual ¿Callejón sin salida?

Arnoldo Mutis , 12/4/2015

El dolor de cabeza de cómo enseñarles a los niños sobre sexo no encuentra remedio, sino que por el contrario se complica aún más en la era de la globalización. Así lo asegura un nuevo estudio de la Universidad de Princeton.

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Un chiste muy recurrente en México cuenta que un padre le propone a su pequeño hijo tener una conversación franca sobre sexo, a lo cual aquel le responde: “Está bien papá, ¿qué quieres saber?”. En Suecia, otra broma narra que una maestra les anuncia a los alumnos que están a punto de recibir su primera lección de educación sexual. De pronto, un niño de 8 años se levanta y le pregunta: “Señorita, los que ya sabemos cómo follar, ¿podemos salir a jugar fútbol al patio?”. Ambos chascarrillos sirven para ilustrar cómo los padres tienden a creer que sus hijos son sexualmente inocentes y que la escuela les enseña lo que ya saben sobre esto.

Cuando se considera por qué no cede la alarmante tasa de embarazo adolescente en el planeta, la deficiente o nula instrucción sexual surge como una de sus causas principales. Y lo curioso no es que esta materia sea poco efectiva a estas alturas de la civilización, sino que sus fallas empeoran en la era de la globalización.

Tal es uno de los planteamientos de Jonathan Zimmerman en el libro Too Hot to Handle: A Global History of Sex Education, publicado recientemente por Princeton University y considerado como el primer compendio histórico sobre este tema. El autor recuerda que, habitualmente, globalización se asocia con liberalización. Por ello, en principio, se creyó que el flujo de ideas y de personas alrededor del mundo que traería este proceso contribuiría a que los estrictos preceptos de la tradición fueran reemplazados por el ideal de la libertad individual, en el cual se basan las guías sobre educación sexual de la máxima autoridad internacional para la infancia y la educación, la Unesco.

Pero la conclusión de Zimmerman es que la globalización, antes que expandir la enseñanza sobre sexo, lo que ha hecho es reducirla. “En la medida en que el mundo se vuelve más interconectado, aumentan los ataques contra ella”, escribe el profesor, quien habla de una nueva alianza contra esta cuestión que comenzó en 1994, cuando la Conferencia sobre Población y Desarrollo, en El Cairo, consagró los llamados derechos reproductivos y que los adolescentes debían recibir información y servicios para comprender su sexualidad.

Una visión tan liberal desató el rechazo de Estados con fuerte arraigo católico, además de la Santa Sede, o donde la religión musulmana es omnipotente. Lo que temían era que la educación sexual fuese interpretada como una autorización para tener relaciones fuera del matrimonio y el libertinaje.

En su defensa, los educadores sexuales apuntan que ven a los niños como actores sexuales, sin importar su cultura, de modo que los colegios están llamados a ayudarlos a tomar decisiones acerca de su cuerpo. El sustento de ello son los valores vigentes en planteles regentados por el Estado o por los laicos: orden, racionalidad e individualidad, reflejo de “grandes ambiciones y audaces esperanzas”, que solo han visto obstáculos, al decir de Zimmerman. Él evoca cómo “en el siglo XX, por primera vez en la historia, la escuela se volvió una institución realmente universal y las escuelas enseñaron a sus discípulos a verse a sí mismos como sujetos racionales y con propósitos, que pueden tomar sus decisiones y construir sus vidas”, mucho más en algo tan personal como el sexo.

El ideal individualista, a la postre, no es compartido por muchos y constituye una de las cuestiones que se debaten con más vehemencia hoy, explica el experto estadounidense, quien también es profesor de Educación e Historia de New York University. Aún hay quienes se sienten ofendidos con solo escuchar esos conceptos. Muchos padres quieren que la educación sexual se ajuste a su fe religiosa; otros creen que el colegio debe indicar la conducta sexual correcta y no liberar a los niños para que exploren por sí mismos. En fin, el desacuerdo sobre el sexo sigue siendo tal, que es muy remota la posibilidad de alcanzar algo que se parezca a un consenso sobre lo que los adolescentes deben aprender.

El panorama se complica más porque la educación sexual carece de bases científicas que la avalen. “No hay estudios definitivos que prueben que esta instrucción hace a los alumnos más proclives a tener relaciones sexuales. Igualmente, poca evidencia sugiere que afecte la incidencia de las enfermedades de transmisión sexual y el embarazo adolescente”, reitera el libro.

La experiencia tampoco despeja el caos. Para la muestra, los países con las tasas más bajas de embarazo adolescente, Italia, Suiza y Holanda, que han seguido vías muy distintas en educación sexual. En el primero esta información es escasa y controlada por los padres, de modo que la mitad de los niños entre los 11 y los 14 años creen que el sida se contrae en el inodoro. Aún así, el embarazo en jovencitas arroja casi las mismas cifras que en Holanda, donde los alumnos reciben conocimientos extensos sobre sexo.

Algunos pedagogos, reporta Zimmerman, insisten en que la juventud solo será mesurada y responsable sexualmente cuando “cambie sus actitudes confusas y reprimidas sobre este asunto”. El maestro y filósofo brasileño Pablo Freire, quien hizo de la lucha contra la represión su bandera, decía: “Quiero que los niños aprendan a experimentar el placer sin sentir culpa. La escuela tiene que barrer tabúes y prejuicios sexuales porque el sexo es una de las fuentes más importantes de placer para los humanos”.

Lo paradójico, en medio de tanto debate, es que la fuerza más influyente en cuestiones de formación sexual no es la escuela. El cine, la televisión, la publicidad y la pornografía tuvieron un efecto más profundo en los jóvenes del siglo XX que cualquier otra autoridad. En 1914, a un observador le preocupaba la agresiva estimulación erótica a que se veía expuesta la juventud. En 1959, un médico francés temía una sobreexcitación sexual por el influjo de los medios. Ello se ha agudizado en la actual era de internet, en la que tanta información se obtiene con unos pocos clics del mouse del computador.

Zimmerman indica que esta nueva realidad complica aún más la posición de la educación sexual. “Unos pocos capítulos de un libro de texto sobre matrimonio y familia no pueden competir con revistas como Hustler o Playgirl”, decía el activista americano Scott Thompson, quien remataba: “Tan pronto como un conjunto de valores es aprendido por toda una sociedad, es absurdo pedirles a las escuelas y colegios que lo neutralicen en unas pocas semanas de estudio en las aulas”.

El activista sueco Carl Gustaf Boethius propuso una solución al embrollo: “La educación sexual nada más será aceptada cuando haya un profundo cambio en las actitudes de amplios grupos de la sociedad. Las cosas primero deben pasar en la sociedad y luego en las aulas. La escuela no es punta de lanza, es un espejo”.

El estudio de Zimmerman aclara que la educación sexual no ha fallado del todo, pues “seguro muchos profesores ayudaron a muchos niños a ganar un mayor discernimiento sobre la vida sexual”. No obstante, esto solo será masivo y recurrente cuando la materia sea tan valorada como la aritmética y la escritura. “La educación sexual no es ni una monstruosidad ni un gran hito científico. Es un reflejo del cambio constante y la diversidad, de la inestabilidad del sexo y de la juventud, en nuestro mundo globalizado”, razona Jonathan Zimmerman.