editorial

El poder del dinero

Revista Fucsia, 14/12/2008

Últimamente no se habla de nada distinto a la hecatombe causada por DMG.

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Sin que nadie se lo esperara, apareció este fenómeno en la vida de los colombianos como un huracán que arrasó a su paso con vidas, viviendas, sueños y esperanzas.Ya hay dos departamentos, Nariño y Putumayo, en plena rebelión, desafiando al Gobierno sin que nadie haya salido a decir que están actuando como locos, que perdieron la cabeza y que su dios tiene pies de barro.

No sé muy bien si ante la velocidad con que se desarrollaron los acontecimientos, no hemos tenido tiempo de reflexionar, pero las cosas no son como los damnificados de DMG están pensando. No fueron unos niños inocentes a los que asaltaron en su buena fe. Mi mamá me decía: “De eso tan bueno no dan tanto”, ante las cosas que parecían maravillosas aparentemente, y eso no se me olvida nunca.

¿Cómo puede pensar uno que un interés de 50 por ciento es normal, para no hablar de que le paguen a uno con televisiones, lavadoras y otros electrodomésticos?; ¿cómo no le va a parecer a uno extraño que, de la noche a la mañana, le ofrezcan el doble de sueldo, como sucedió con la gente de Body Channel? Yo pensé que la época de los falsos Mesías había pasado, que este país con tantas dificultades no podía dejarse llevar por un embaucador y que ya habíamos aprendido las lecciones de episodios anteriores, llámense las generadas por los Picas o los Pombo.

Sí, el número de ahorradores que perdieron su plata es abrumador, pero también hay una lista larga de empleados, entre ellos maquilladores, modelos, fotógrafos y productores que perdieron su empleo y de paso su reputación. Todos ellos deben asumir las consecuencias de sus decisiones, pues nadie los obligó a entregarle sus ahorros y su confianza a David Murcia. Todos ellos pecaron por ambición pensando que la plata llueve del cielo y olvidándose de que el dinero se gana con el sudor de la frente. Se cegaron con el brillo del oro y ahora deben afrontar la realidad, que corrobora una vez más que “de eso tan bueno no dan tanto”.

Muchachos bien educados, de familias pudientes, se fueron a trabajar con David Murcia. Le ayudaron a organizar la pirámide de engaños en la cual cayeron personas menos preparadas y por lo tanto más confiadas. Se les olvidó que los valores, el carácter y los principios no se pueden guardar en la billetera. Los directivos de Murcia nadaban en oro, se daban una vida de excesos y miraban por debajo a su compañeros de generación que estaban tratando de salir adelante con un trabajo normal.

Y no bastaron las talanqueras, no valieron las advertencias, pues se doblegaron ante el poder del dinero y hoy “pagan con sangre” su actitud irresponsable y amoral. ¿No será que es hora de examinar cómo educamos a esa generación de muchachos y muchachas que creen que sus papás son unos dinosaurios porque creen que valores como la honestidad, el coraje, el trabajo y la responsabilidad son importantes; que el poder del dinero corrompe y destruye?

Colombia vive el resultado de la infiltración de la cultura del narcotráfico, que todo lo banaliza y le pone precio a personas y cosas. Ejemplos de ésta son las modelos que se casan con mafiosos para que las mantengan, los abogados que prestan servicios y asesorías sin evaluar al cliente, los jóvenes profesionales que no miden las consecuencias de una vida sin principios, sin límites y sin un sentido claro de los valores.

Murcia, un personaje de oscuro pasado, buscó a muchachos jóvenes de clase alta, con buenos contactos, y permeó a las instituciones del Estado para crear un imperio que hoy tiene a una buena parte del país en la ruina. A este caso también se le puede aplicar otro dicho de mi mamá: “Mira con quién andas y te diré quién eres”.

Pasó en Rusia y en Albania y ahora vuelve a pasar en Colombia, pues los seres humanos estamos condenados a repetir los mismos errores si no aprendemos de la historia.
No pretendo ser un Ayatollah, pero no puedo mirar con indiferencia lo que está pasando, pues no es sólo una cuestión económica, es de valores. No quiero que mis hijos piensen que lo importante es ser el más vivo y no el más honrado. No quiero que pierdan la cabeza por cuenta de un fajo de billetes.

Lila Ochoa
Directora Revista FUCSIA