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El sexo está en la cabeza

, 23/2/2011

Se ha vuelto un lugar común aquello de que el cerebro es el principal órgano sexual. Pero que la frase esté tan trillada no la hace menos cierta y novedosa pues los hallazgos de la neurociencia al respecto permiten confirmar, refutar o no desmentir del todo algunos mitos.

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Los estudiosos se declaran todavía ignorantes acerca de la manera en que el cerebro desata los éxtasis del amor. No obstante, los hasta ahora pocos logros de áreas como la neurociencia resultan fascinantes, dado que son otra muestra del gran motor del organismo humano en su inconmensurable misterio y grandeza.

La convicción de que la actividad sexual tiene su genuino origen en la cabeza, y no en la zona genital, es relativamente reciente y, como ha sucedido a lo largo de toda la historia de la ciencia, a ella se llegó en buena medida por azar. Un recuento de la revista Neurology evoca cómo en abril de 1944, el doctor T.C. Erickson presentó ante la Sociedad Neurológica de Chicago el caso de una mujer llamada simplemente la señora C.W., de 43 años de edad y quien refería que a menudo, por las noches, se despertaba como si estuviera teniendo sexo o sintiéndose completamente excitada. Con el paso de los años, estos episodios se volvieron cada vez más frecuentes, empezaron a ocurrir también de día y a ser seguidos por ataques que la dejaban sin habla. Erickson examinó a la mujer, le diagnosticó ninfomanía, y para curarla le aplicó el tratamiento usual en la época: choques de rayos X en los ovarios.

Empero, la señora C.W. no se mejoró, sino que los ataques empeoraron, pues la inmovilizaban y le producían la sensación de que una yema de huevo recorría su garganta. Fue allí cuando Erickson empezó a sospechar que sus sensaciones libidinosas no provenían de sus ovarios, sino de su cabeza. Entonces, un grupo de médicos le abrió el cráneo y descubrió que la paciente tenía un tumor presionándole el cerebro. Una vez se lo extirparon, la señora C.W. dejó de sufrir esos ataques y arrebatos apasionados que definía como “terribles”.

El mapa sexual del cerebro
La historia de la neurociencia cuenta que casos raros como éste y la propias hipótesis de los investigadores hicieron cada vez más sólida la teoría de que el placer sexual no es una simple cuestión de emociones primarias y de reflejos del cuerpo, sino el resultado de la activación de complicados mecanismos y asociaciones en diversas partes del cerebro.
Seguramente, no resulta muy sexy describir lo que pasa en ese órgano cuando un hombre y una mujer hacen el amor, pero un poco de curiosidad al respecto no viene nada mal para tomar conciencia y dominio sobre el propio cuerpo. No en vano, los libros acerca del maravilloso mundo de la neurociencia, adaptados a lectores comunes y corrientes, se cuentan hoy entre los más exitosos en ventas, dado que se trata de un tema cautivante, del que se quisiera saber cada vez más.

Los estudios de esta índole relatan que son varias las regiones del cerebro que intervienen en el deseo sexual, pero en especial se destaca el lóbulo temporal, ubicado detrás de las sienes. Una de sus partes, la amígdala, por ejemplo, es la responsable de las emociones fuertes, incluidas el estado de alerta y el miedo, según el neurocientífico Gert Holstege, quien descubrió que en el hombre, durante la eyaculación, la actividad de esta amígdala decrece. Es decir, explica el experto, el cerebro se asegura de que la expulsión del semen, que asegura la conservación de la especie, sea lo más placentera posible y el hombre quiera repetirla siempre. El hipocampo, por su parte, controla la memoria y en el caso específico del sexo es el responsable de la asociación de las imágenes y olores que evocan pasadas experiencias sexuales.

A los científicos también les sorprende el hecho de que ciertas áreas del cerebro vinculadas con las formas más sofisticadas de pensamiento están ligadas también al sexo. De acuerdo con los hallazgos de la neurocientífica Stephanie Ortigue y del siquiatra Francesco Bianchi-Demicheli, del Centro Siquiátrico de la Universidad de Ginebra, tal es el caso de la ínsula anterior, que le permite al ser humano ser consciente del estado de su propio organismo, así como de otras zonas que tienen que ver con el entendimiento de los pensamientos e intenciones de los demás.

Otro estudioso, Serge Stoléru, de la Universidad Pierre y Mari Curie, de Francia, demostró a través de una prueba de imágenes cómo el córtex medial orbifrontal se mantenía activo en hombres afectados por dramáticas bajas en su apetito sexual, mientras veían imágenes eróticas. Lo interesante es que una de las funciones de esta área es evitar que las emociones se salgan de control. “Quizás estos pacientes no pueden sentir deseo porque sus cerebros embotellan sus emociones”, concluye Stoléru.
En su libro This Is your Brain in Love, el doctor Earl Henslin explica, además, que la actividad sexual está fuertemente controlada por el sistema límbico o cerebro medio, una de las partes más antiguas del cerebro (tiene unos cien millones de años), formado por un circuito que es común a todos los mamíferos. Este sistema controla casi todas las funciones del cuerpo, explica Henslin, y es la sede de todas las emociones, impulsos, instintos y deseos, incluido el carnal, gracias a los neuroquímicos, esas moléculas orgánicas que favorecen la actividad neuronal.

La poderosa dopamina
El neuroquímico por excelencia del sexo y del enamoramiento es la dopamina, relata Henslin, pues estimula el circuito de satisfacción o recompensa en el ser humano. Así las cosas, tener sexo, comer, tomar riesgos, alcanzar logros o tomar agua, todo ello incrementa la dopamina. Cuanta más dopamina se libere, agrega Henslin, más ansias se tendrá de algo. Un buen ejemplo de ello es la comida: los seres humanos experimentan descargas mucho más grandes de dopamina cuando ingieren alimentos ricos en calorías, que cuando consumen los que son bajos en ellas. Esto se debe a que el sistema de recompensa asocia a las altas calorías con la supervivencia.

En ese caso, y también en el del sexo, las ansias por disfrutarlos no son por la actividad o el objeto en sí, sino por la dopamina, que nunca es satisfecha ni es el único neuroquímico que interviene. Mientras que ella rige exclusivamente el deseo, son los opioides, como las endorfinas, las que hacen que los seres humanos disfruten, por ejemplo, del orgasmo.

La dopamina, de igual modo, establece una ligazón entre sexo y enamoramiento: una vez que dispara el sistema de gratificación con el orgasmo logrado con una pareja, la comunica al resto del cerebro y, entonces, éste inducirá a buscar a esa persona para tener esos momentos placenteros más veces. En algún punto, explica Henslin, los circuitos del amor terminan entreverados con los del sexo. “La parte sexual de esta experiencia se verá gradualmente más ligada a esa persona en particular, que termina por ser identificada por el individuo como la única que desea”, remata el especialista.
Uno de los problemas críticos de estos estudios es el de cómo las diferencias entre hombres y mujeres en el sexo también están dadas desde el cerebro. La discusión sobre quién es superior prácticamente está superada para la ciencia, que ahora reconoce que son más las similitudes biológicas que las diferencias entre los dos sexos y que éstas son obra de la naturaleza, pero también del entorno y la educación.

Empero, la neurosiquiatra Louan Brezendine, escribió hace poco un provocador libro titulado The Male Brain (El cerebro masculino), en el cual afirma que el estereotipo del hombre siempre inclinado al sexo, o, por lo menos, mucho más que la mujer, no es un mito. Ello debido a que el área del cerebro que comanda la búsqueda de estos placeres en ellos es 2,5 veces más grande que la de ellas. En compensación, la amígdala de las mujeres, que como ya se dijo domina las emociones y la expresión, suele ser más grande y mostrarse más activa en pruebas de resonancia magnética, lo que explicaría porqué ellas, antes que sexo a diestra y siniestra, quieren compromiso.

No obstante, Brizedine aclara que así como vive ávido de sexo, el cerebro masculino también se muestra muy inclinado, por una herencia prehistórica, a unirse a una pareja exclusiva, en la gran mayoría de los casos.