Todos los ojos sobre Paulina Dávila

Revista FUCSIA, 12/3/2015

La actriz que se fue a vivir a Cali para interpretar a la mítica protagonista de la novela de Andrés Caicedo, ¡Qué viva la música!, dijo a FUCSIA que siempre supo que la adaptación del libro al cine generaría polémica.

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Son míticos tanto el escritor Andrés Caicedo, como la protagonista de su ópera prima y única novela, ¡Qué viva la música! Él y su rubia, rubísima, María del Carmen Huerta, se erigieron, a finales de los años setenta, contra el conservadurismo y la decencia, contra el clasismo y la vida común, jugando siempre del lado de la muerte –ella le da la bienvenida al final de su monólogo, mientras que él se suicidó a los 25 años– y tratando de darle sentido a su breve existencia a través de dos premisas: estar siempre cerca del arte –la novela es también una recopilación musical, se mencionan desde The Rolling Stones hasta Bobby Cruz– y al mismo tiempo explorar las fronteras, el opuesto de uno mismo.

La frontera de la novela es el sur de la ciudad de Cali, donde habita la pobreza. Esta es explorada por esa “niña bien” que es en un principio María del Carmen, al punto que termina perdiéndose en los estratos bajos, donde encuentra su liberación: una mezcla de noche, sexo, drogas y salsa. “Mientras más ganábamos sur”, dice en la novela, “era obvio que mi reinado se establecía”. Treinta y ocho años después de ser publicada, ¡Qué viva la música! fue llevada al cine por Carlos Romero –director de películas como Perro come perro y Todos tus muertos– y estrenada en enero en el festival independiente Sundance, con críticas mixtas. Una de ellas recayó sobre la actriz que encarna a María del Carmen, Paulina Dávila, y provino nada más y nada menos que de la hermana del autor caleño, Rosario Caicedo.

“La señorita Dávila –escribió en una columna para Las dos orillas– […] honestamente no pudo entender a María del Carmen ni un poquito”. Caicedo explica, en resumidas cuentas, que Dávila solo tiene una dimensión a la hora de interpretar a la heroína menos romántica y peor portada de las letras colombianas. Para Paulina, sin embargo, María del Carmen significó un personaje de amplísimo espectro que tuvo que estudiar atentamente. Así que los comentarios no han podido amedrentarla.

Para hacer la película se tiñó el pelo y se fue a vivir a Cali, con la única y valiente intención de entender las diferentes facetas de la rubia. “Hice de la música una rutina diaria, tomé clases de baile, viví la cultura caleña desde lugares que no conocía. Hice una dieta para estar más delgada y parecerme más a ella, conocí la esencia y la vibra de los barrios populares que Caicedo describe en la novela, cambié de acento, empecé a hablar como su gente”, le contó a FUCSIA.

Y es que no se puede tomar a esta mujer a la ligera, teniendo en cuenta que su universo personal va mucho más allá del cine. Paulina es también artista plástica de la Universidad Javeriana y, en el marco conceptual de un proyecto llamado Sin vergüenza –asemejando el momento en que María del Carmen explica que tenemos muchas mujeres dentro–, escribe: “Tengo una identidad múltiple y fragmentada. Desde mi cuerpo, en batalla interna por pequeñas dictaduras, emerge un impulso que se traduce en palabras que fluyen desordenadamente […] Niña, hija, mujer, novia, puta, mojigata, tirana, complaciente, loca, serena, orgánica, espiritual, superficial, coqueta, malvada, inocente. Tantas Paulinas y ninguna”. Además experimenta permanentemente con su cuerpo, lo que la hace, en esencia, una mujer impúdica. Esto se descubre fácilmente, al ver un video producido por la revista SoHo, en donde posa desnuda en tres lugares distintos: una barbería, una peluquería y un taller de mecánica. Si bien el experimento puede prestarse para la crítica en torno a cómo la mujer se vuelve objeto, Dávila acompaña el video con un texto en el que afirma: “Ahí estoy yo, en medio de la situación, temblando, como la mercancía a la que se dirigen toda la atención, el deseo, los chiflidos y demás. Pero la cosa no se queda ahí, porque ese objeto de deseo –que soy yo misma– devuelve la mirada y provoca otra situación en el público que se ve involucrado”.

La actriz sabe que su cuerpo es comercializado, pero, al estar consciente de ello, lo vuelve una acción reflexiva. Y aunque su rebeldía no puede asegurarle a los seguidores de Caicedo que revivirá fielmente a María del Carmen, Paulina dice: “Fui generosa con ella y ella fue generosa conmigo. Yo conocí a la rubia, la quise, y también la tuve que dejar”.

Pero esta no es la primera vez que Paulina –quien dice ser algo histriónica– se pone a prueba ante una pantalla. En México, país donde reside, es conocida por haber sido la protagonista de la famosa teleserie, Amor sin reservas, y paralelo a ¡Qué viva la música! grabó una película independiente con el director Sebastián Hiriart, que trata de una pareja en crisis que viaja a una playa para salvar su relación. Allí, en medio de la nada, lo que empieza como un drama toma tintas de thriller. Y, aunque estos proyectos son más bien recientes, su talento para la actuación lo descubrió desde pequeña: “Siempre he estado conectada con mi cuerpo y mis capacidades para la imitación. Mi primer corto lo hice a los trece años y en la universidad siempre estuve vinculada a grupos de teatro, si había castings que me interesaban los hacía. Entre trabajo y trabajo me di cuenta que era posible vivir de esto”.

Para representar a María del Carmen tuvo que competir con cientos de actrices que mandaron un video de tres minutos a la productora Dynamo, en donde interpretaron su versión del controversial personaje. “Releí el libro, hice apuntes, dejé que la rubia se metiera en mí. Me probaron y obtuve el papel”, dice la actriz, quien añade: “Lo difícil vino después, cuando el cambio físico fue tan notorio que empezaron a borrarse los límites entre ella y yo”. Por este trabajo, revistas como Remezcla y Stalkmagazine han alabado su actuación, usando para el filme descripciones como: “rica y sensual” y “magistral y poco convencional”. Aún así, existen los detractores. Para el experto en Caicedo, Felipe Gómez Gutiérrez, no era necesario que un libro que de por sí tiene lenguaje cinematográfico se llevara a la gran pantalla. “Creo que película y novela tendrán que ser vistos como productos distintos que tienen algo en común”.

A la larga, el éxito de la película, para los seguidores de Caicedo, no residirá en que se cumpla la fórmula sexo, drogas, amor y muerte –elementos que están en el libro pero que no lo resumen–, sino en cómo se muestre lo febril y lo decadente de la narrativa a través de la imagen; en cómo se presente a la heroína, que es tan femenina como masculina, tan angelical como demoníaca, y que permanentemente deleita a los jóvenes que ingresan al universo de las letras colombianas; y, por último, en cómo se maneja la violencia: no hay que olvidar que fue Caicedo quien renovó la literatura nacional, en una época que solo se escribía sobre la experiencia rural de la guerra. “Era claro –dijo Paulina Dávila– que esta película iba a generar polémica: cada quien se siente dueño de la historia que creó cuando leyó el libro y es imposible complacer a todo el mundo. No es la idea. Quisimos hacer una interpretación. El director se permitió licencias y yo me permití licencias. Es un riesgo alto. Pero nosotros estamos convencidos del resultado”.