especial

¿Es usted un procrastinador nato?

, 9/2/2010

Las personas a quienes puede definir esta ‘palabrita’ están siempre a las puertas de un abismo al que los lleva su renuente voluntad.

- Foto:

Debo confesar que la primera vez que oí a un amigo definirse como ‘procrastinador’, sentí una desconfianza infinita de él. Pensé que era un deshonesto, tal vez un depravado, que dilapidaba el dinero, en fin, él mismo me puso a mirar la palabra en el diccionario y, qué sorpresa la que me llevé al saber que procrastinación quiere decir “aplazamiento”. Procede del latín pro, “adelante”, y crastinus, “referente al futuro”, y es el hábito de postergar actividades o situaciones que deben atenderse, sustituyéndolas por otras más irrelevantes y agradables.

Es un trastorno del comportamiento que se origina en que la persona asocia la acción que debe realizar con el cambio, el dolor o la incomodidad (estrés). Su ansiedad ante una tarea pendiente la hace percibirla como abrumadora, desafiante, difícil, inquietante o tediosa, y hace que esta persona se autojustifique posponiéndola hacia un futuro en el que lo importante se supedita a lo urgente.

Quizá sea bueno definir lo que siente un procrastinador con un ejemplo que trae el Diccionario del español actual: “La real pereza que por dentro de mi real laboriosidad existe en mí, esa invasora tendencia a la procrastinación…”.
 
El dejar todo para después, o mejor, el “nunca hacer hoy lo que puedas dejar para mañana”, es un defecto mucho más común de lo que se cree, y ataca a la gente, ahí sí, sin distingos de sexo, raza, edad u otra condición. Muchas personas que en la superficie parecen ser comunes y corrientes, es decir, que llevan su existencia de una manera aparentemente ordenada, esconden en los pliegues de su cotidianidad una lucha permanente contra el síndrome de la procrastinación.

“Apenas se me presenta algo importante de lo cual deba ocuparme –decía mi amigo, hay algo en mi cabeza que me empieza a forzar a posponerlo indefinidamente. Y, entonces, no hago lo que tengo que hacer, no lo hago, no. La ansiedad empieza a apoderarse de mí y no logro organizar lo que tenía que organizar, o hacer la llamada que debía de hacer, porque toda clase de excusas empiezan a aflorar a mi mente para impedirme actuar”. Para él, este molesto sentimiento es una de las facetas más deplorables de su personalidad: “La procrastinación me ha afectado desde que tengo uso de razón, desde el momento en que me acuerdo de mí mismo como un niño que llegaba a la casa y no era capaz de empezar a hacer las tareas, siempre le huía a las responsabilidades, y eso me trajo muchos regaños de mis papás y muchas contrariedades”.

Esta especie de enfermedad es una condición que disloca el mecanismo que hace que a la intención siga la acción. No están lo suficientemente aceitados los dientes de ese engranaje que hace que la mente fluya y vaya en busca de la acción. Y, aunque la mayoría de la gente tiene la tendencia a procrastinar, la mayoría de las personas tienen una especie de mecanismo ‘responsable’ que las hace pasar por encima de ese pecado llamado negligencia y que las obliga a actuar, así sientan constantemente dentro de su cabeza esa vocecita que les dice: “no actúes, todavía hay tiempo…”.

Existen tres tipos de procrastinación por evasión,  que impide empezar una tarea por miedo al fracaso y que es un problema de autoestima. Por activación, que posterga una tarea hasta que ya no queda más remedio que realizarla. Por indecisión, que se da en personas que intentan realizar la tarea, pero se pierden en pensar la mejor manera de hacerlo y nunca toman una decisión.

La sicología del ‘más tarde’
Los procrastinadores irredimibles no logran sobrepasar esa angustia que se los traga cuando tienen ante sí la imperiosa necesidad de hacer lo que hay que hacer. Los sicólogos definen la procrastinación como una interrupción entre la intención y la acción. Los procrastinadores crónicos, como nuestro amigo, se sienten mal acerca de su constante manía de postergar todo, lo que ayuda a distinguir la procrastinación de la pereza, porque ésta supone una ausencia de deseo de hacer algo, pero con la procrastinación pasa que el deseo de emprender un proyecto está allí, pero va perdiendo terreno frente a la necesidad de posponer. Y no se trata de una demora ordinaria, la procrastinación es una demora innecesaria e irracional de alguna tarea importante a favor de alguna menos importante, pero que parece más gratificante. Y este proceder o sentimiento negativo va acompañado, por lo general, de una culpa lacerante, de una ansiedad creciente, que hace que la persona sea consciente todo el tiempo de que no está haciendo lo que tiene que hacer.

Los investigadores creen que la procrastinación refleja el triunfo de la impulsividad sobre el atractivo de una futura satisfacción. Parece que la mayoría de los seres humanos somos renuentes a administrar bien el tiempo porque nuestros cerebros han sido construidos en buena parte para responder a demandas inmediatas, y esto hace que sólo nos comprometamos con descuentos temporales, es decir, subestimamos la importancia de un objetivo o una meta cuando no está tan próxima, de modo que vemos las recompensas distantes aun más pequeñas de lo que realmente son, y nos limitamos a ejecutar aquellas cosas que se vuelven urgentes. La sutil línea entre lo importante y lo urgente tiende a desfigurarse con el consiguiente descalabro que eso significa.

Hay que pensar, por otra parte, que los actos de omisión encabezan la lista de nuestros remordimientos. La procrastinación nos sacude y nos pone en contra de nuestro sentido de la responsabilidad, por eso es tan difícil capotearla. Y aun el acto de posponer todo de manera indefinida es una decisión, de modo que se llega a convertir, al igual que el apetito desmedido, el gasto excesivo o la afición al juego, en una obsesión, y al igual que toda obsesión puede acarrear serias consecuencias en varios terrenos de nuestras vidas. Mientras que en el trabajo la procrastinación puede llegar a interponerse en las metas de todo un equipo de trabajo y amenazar su buen desempeño, en la casa, como quiera que llega a socavar la confianza que se tiene en las personas con las que se vive, el dejar todo para después –hasta el pago de las cuentas– puede causar estragos en las relaciones interpersonales.

Y, al igual que sucede con muchos de los problemas que surgen simplemente de nuestra condición de seres humanos y por lo tanto falibles, la procrastinación no es fácil de erradicar. Algunos sicólogos piensan que el problema es el perfeccionismo, otros creen que es la ansiedad la que causa este comportamiento. Hay quienes sospechan que surge en una rebelión adolescente hacia los padres autoritarios, mientras que otros ven a la procrastinación como una autodiscapacidad causada por el miedo a errar. No en vano, algunos procrastinadores incorregibles dicen que hacen mejor su trabajo y cumplen con certeza sus obligaciones bajo presión.