editorial

Hasta que la muerte nos separe

Por Lila Ochoa, 29/7/2010

El divorcio plantea una reflexión sobre el amor duradero y verdadero.

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La noticia de la separación de Al Gore, el vicepresidente de Estados Unidos durante el gobierno de Bill Clinton, de su esposa, Tipper, con quien formaba una pareja emblemática, sorprendió al mundo, y a mí, personalmente, me cayó como un baldado de agua fría, porque sigo creyendo en el matrimonio y en las relaciones estables como base de la familia. Pienso que los hijos pagan un precio muy alto cuando sobreviene el divorcio de sus padres, y no me imagino una sociedad que no proteja a la familia.

Sin embargo, no sé por qué uno idealiza algunos matrimonios, los cree perfectos y piensa que tienen que durar toda la vida, cuando en realidad quienes saben lo que pasa son las personas que están casadas. Uno suele equivocarse a menudo cuando opina sobre las relaciones de los demás. Todos desearíamos que las parejas que uno quiere o admira nunca se divorciaran. Quisiéramos creer en el amor eterno, pero la realidad conspira contra ese sueño, quizá porque las mujeres hemos evolucionado notablemente y esa evolución va en contra del matrimonio.

Sucede que las mujeres de hoy se quieren realizar a través de su carrera, le apuntan a mantener un mundo propio y a sentirse dueñas de sí. Ya no dependen económicamente de los maridos y, por ello, están menos dispuestas a la sumisión. Las estadísticas dicen que las parejas que se casaron en los 70 presentan el índice de divorcios más alto, mientras que esa tasa es más baja entre las que se casaron antes o después.

Las llamadas baby boomers somos la generación del cambio. Fuimos educadas como nuestras mamás y abuelas, pero la sociedad cambió de rumbo y quedamos en medio de dos mundos. Con la aparición de la píldora llegaron el amor libre y las drogas, además de que el ingreso masivo de las mujeres a la universidad cambió las perspectivas de vida y nos abrió un abanico de opciones. No en balde, Mayo del 68 fue una revolución social de una magnitud inimaginable. A esto se le suma que el matrimonio fue diseñado, según una famosa antropóloga, para un tiempo en que los seres humanos no vivían más allá de los 50 años, ellos educaban una familia, pero nunca experimentaron el concepto del nido vacío. Hoy son más lo años que un matrimonio vive sin los hijos que los que toma criarlos. Somos más saludables, pero también esperamos más de la vida y, sin querer, por la fuerza de la costumbre, se nos olvida compartir después de que los hijos se van. La emoción se cambia por la rutina y la ilusión por el aburrimiento.

Toda esta teoría está muy bien, pero sospecho que hay otros factores en juego. Con la aparición del Viagra, los hombres han resuelto que quieren volver a sentir. Piensan que es su última oportunidad de gozar la vida antes de volverse viejos y se inventan la historia de que están buscando su espacio, disculpa que ya nadie puede creer.

Los especialistas en relaciones de pareja dicen que rara vez sucede un rompimiento en una pareja que lleva muchos años de casada, como es el caso de los Gore, sin que aparezca una tercera persona en el panorama. Se rumora que Al mantenía una aventura con Laurie David, la productora de su famoso documental ‘Una verdad inconveniente‘. Es común que ese ‘espacio’ que buscan los hombres tenga casi siempre nombre propio y, desde luego, hay a menudo mujeres dispuestas a salir con un hombre casado. Como no tienen ningún tipo de escrúpulos, no les importa acabar un matrimonio, aunque sea por un rato. Pocas veces resultan exitosas las relaciones que surgen de la infidelidad, pues el complejo de culpa se encarga de destruirlo todo.

La fórmula para una relación estable no se ha inventado todavía. Lo cierto es que existen muchas parejas que después de 30 ó 40 años de matrimonio se siguen queriendo como el primer día y nadie sabe por qué. Lo demuestran estudios científicos cuyos investigadores tratan de develar el misterio del amor duradero. El sentimiento de apego es tan fuerte como la pasión, y eso se revela en el cerebro cuando se efectúan los exámenes para documentar dichos estudios.

Pero lo realmente importante, en mi sentir, es reconocer que el matrimonio es de dos personas. Así como la verdadera expresión de la filantropía es el anonimato, en el amor verdadero esa expresión toma forma en la privacidad. No hay necesidad de un despliegue público de afecto para demostrarle a los demás, o a nosotros mismos, que estamos comprometidos con una pareja. Lo único cierto es que el amor verdadero existe y que hay que cuidarlo, pues nadie está en capacidad de escriturarlo.