Jeanne Lanvin, siempre

Lila Ochoa, 12/5/2015

La casa de costura más antigua de Francia sigue vigente, hoy en manos de Alber Elbaz. El Palais de Galliera reunió más de cien vestidos y accesorios para esta retrospectiva, que le rinde homenaje a una de las genios de la costura francesa.

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Por Lila Ochoa

Una mañana de marzo fui a visitar esta exposición en París. Ya el edificio, el Palais Galliera, construido en 1894 por el arquitecto Paul-René-León Ginain para la duquesa de Galliera, causa un profundo impacto por la belleza de su arquitectura. Donado al Estado francés con la condición de que fuera un museo, fue definitivamente consagrado a la moda en 1977 por la Alcaldía de París. Se entra por un corredor que lleva a la rotonda donde está la exhibición. A media luz, para proteger los vestidos, estos van contando la historia de Jeanne Lanvin y de los tiempos que le tocó vivir. “Para esta exhibición teníamos dos opciones, apostar por la historia y hacer una retrospectiva académica con una sucesión de fechas, o seguir nuestros sentimientos, amar y admirar la ropa y tocar el corazón de los visitantes a través de la belleza de estos vestidos. Hemos creado una exhibición alrededor del sueño que es la moda y espero oír que la gente diga ‘¡Me enamoré de Jeanne Lanvin!’”, afirmó el director creativo de la marca, Alber Elbaz, el día del lanzamiento de la exhibición. Efectivamente, Elbaz logra que todos salgamos de la exposición un poco más enamorados de esta mujer que mucha gente desconoce.

Lo que más impacta de esta exquisita muestra es la maestría de las técnicas de bordado y la calidad de las telas. Prácticamente todo es hecho a mano, cada vestido es el resultado de cientos de horas de trabajo. Madame Lanvin empezó su carrera en 1885 cuando se instaló como modista en la rue du Marché-Saint Honoré. Cuatro años más tarde abrió su taller en la esquina de la rue Boissy-d’Anglas, donde hoy en día se encuentra todavía la sede principal. La casa comenzó a prosperar y no solo fabricaba vestidos, sino también sombreros, sastres, bordados y ropa de cama, y más adelante abriría los departamentos de niños, vestidos de novia y el de pieles.



Con el nacimiento de su hija en 1897, Lanvin tuvo un nuevo motivo de inspiración y esa niña se convierte en su musa. El logo de la casa, diseñado por Paul Iribe, refleja esa entrañable relación entre madre e hija. La madre y la hija bailando es el símbolo de Lanvin que trasciende los tiempos y se usa aún hoy en todas las creaciones de la casa. Con los años, Madame Lanvin se afilió al Sindicato de la Costura y así logró entrar a ese mundo exclusivo de las casas de alta costura, donde atendería a las mujeres más sofisticadas y glamurosas de la sociedad francesa y, desde luego, de la internacional, que incluía a actrices de la época como Mary Pickford.

El negocio se expandió y abrió sucursales en Deauville, Biarritz, Barcelona y hasta en Buenos Aires. Para celebrar los 30 años de su hija, creó uno de los primeros perfumes de una casa de costura, Arpège, que en una de esas casualidades de la vida fue el primer perfume que me regaló mi mamá.



Fue la casa Lanvin la que lanzó el negro como el color de la moda francesa, pero el que se convirtió en su color fetiche fue el llamado azul Fra Angélico, tomado de los frescos del artista italiano. En la exposición se puede ver en ese color el famoso vestido El Ángel, uno largo bordado en lentejuelas doradas y plateadas. El azul era definitivamente su color, pues varios de los vestidos exhibidos tienen diferentes tonalidades de este, bautizados con nombres tan poéticos como: vitral, celeste, firmamento, etc. Como cosa curiosa, ella no solo bautizaba los colores sino también los vestidos, que no tenían referencias sino nombres.

Aunque a primera vista su estilo era simple y modesto, en realidad era riquísimo en detalles, como los volantes, los sesgos, los bordados, todo en telas finísimas que revelaban un virtuosismo en la técnica.

Opuesta a la ostentación, Jeanne Lanvin definía el lujo como “algo que no es evidente y que solo se lee en los detalles discretos”. Ella proponía un lujo para sí misma, no para la mirada de los otros. Sus creaciones tienen una fuerte influencia medieval; era una enamorada de la heráldica —le fascinaba lo militar— y la usó con mucha frecuencia como motivo decorativo. Viajes, telas exóticas y libros de arte son apenas algunos de los elementos que enriquecían su imaginación para crear telas, motivos y colores exclusivos. Se puede decir que Jeanne Lanvin es el arte de la materia: el virtuosismo del saber hacer.