La guerra contra las ojeras

Revista FUCSIA , 21/9/2015

Con este tratamiento comprendí por qué el ácido es el que verdaderamente tiene un efecto en matizar las sombras y rejuvenecer la mirada.

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El ácido hialurónico es considerado la panacea en materia de tratamientos de belleza. Pensé que para erradicar mis molestas ojeras debía recurrir a un procedimiento con láser, pero con este tratamiento comprendí por qué es el ácido el que verdaderamente tiene un efecto en matizar las sombras y rejuvenecer la mirada.

En la redacción decidimos aventurarnos a ser ratones de laboratorio.
En principio me acerqué al consultorio del doctor Camilo Peñaranda pensando que era candidata para hacerme un tratamiento láser. Sin embargo cuando me vio, su diagnóstico fue muy diferente: Ácido hialurónico en ojeras y en surcos nasogenianos. Cuando lo oí tan asertivo, casi me da un infarto. Sentí que iba a entrar en el camino sin retorno de la adicción por los retoques. Además mi mamá, que ha sido una purista en cuanto a la belleza, siempre me recordaba el caso de una tía que se había inyectado no se qué y quedó deforme de por vida, llena de turupes y morados. Entonces yo, una mujer hecha y derecha de 44 años, quería llamar a mi mamá y pedirle permiso para hacerme el procedimiento.

En medio de mi confusión, el doctor me explicó: “No es posible desaparecer las ojeras con láser, pues en realidad, las bolsas debajo de los ojos son acumulaciones de grasa que se van cayendo con los años. Además, como se disminuyen los cojines adiposos de la cara, da la sensación de hundimiento”. Justamente, lo que parece hacer el ácido hialurónico es rellenar los surcos y las zonas donde se ha perdido volumen. De esta manera se disimulan las sombras que se crean en la cara y la luz se refleja diferente, lo que da de inmediato una sensación de una cara menos cansada.



El acido hialurónico es un azúcar que absorbe agua y que se encuentra de forma natural en la capa media de la dermis de todos los seres humanos. La absorción del ácido se tarda entre 8 y 12 meses, dependiendo del producto. Un buen producto se reabsorbe menos rápido porque las moléculas vienen pegadas como una tela y por eso se degrada con menos facilidad. La taza de reacciones alérgicas es mínima, me cuenta el doctor, pues es una sustancia muy parecida a la que naturalmente produce el cuerpo humano.



Sin embargo, hay que tener en cuenta que no en todos los lugares de la cara se aplican los mismos ácidos, pues el grado de viscosidad y la densidad es distinta para las ojeras que para la frente, por ejemplo. Los menos densos son para arrugas más superficiales, y los más densos para arrugas más profundas.

Para los ojos se usa una micro cánula por la cual se aplica el producto, lo que permite que el procedimiento sea menos doloroso, con menos riesgo de morados y complicaciones como la oclusión de vasos. Después de la debida aplicación, el doctor hace un masaje en la zona para esparcir un poco el producto y repartirlo uniformemente en el área intervenida. Duele un poquito, pues hace una fuerte presión con el fin de deshacer posibles bolitas. ¿Bolitas? Cuando las menciona entro en pánico otra vez. ¿Qué pasa si me queda una bolita que no se deshace con el masaje? Me explica que existe una enzima que la degrada naturalmente de forma muy rápida, y que puede usarse para disminuir algún exceso.



Una vez terminado el procedimiento me miro en el espejo e impresiona un poco, pues estoy roja e hinchada, pero en realidad esto solo dura unas horas. Al otro día amanezco perfecta, solo con un morado pequeñito que se resuelve en pocos días.

Algo que me dio mucha confianza fue que el doctor Peñaranda me dijo que me quería ver dos o tres veces más, eso me pareció señal de que prefirió ir cautamente, revisando cómo reacciona y evoluciona mi piel al ácido. Solo con ese enfoque –es mejor poner poco producto e ir viendo cómo evoluciona todo–, es que se logra no traspasar las líneas naturales de expresión. Después de un mes de mi primera intervención es imposible ignorar que mucha gente me dice que veo más joven. Me enfrento al espejo y con la tranquilidad de que el destino trágico de mi tía no se ha repetido, digo: ¡Me siento seis años menor!