personajes

La magia de los bosques

, 18/10/2011

Jorge Cavelier es uno de los paisajistas más reconocidos del país. Los laberintos y los bosques son los temas centrales de su espectarcular obra en los últimos años. Entérate aquí.

- Foto:

Para este bogotano los bosques siempre han sido sagrados. “Cada uno es un ser único que contiene el misterioso poder de regeneración de la naturaleza. Pocos escenarios naturales transmiten tantas enseñanzas y muestran esa sobrenatural capacidad de creación y vida con tanta fuerza”, dice el artista. Es por esa razón que ‘Fractales’, la exposición que presentó hace un mes en la galería Arte Consultores de Bogotá, giró en torno a estos espacios que siempre lo han fascinado.

Pasó su infancia en su finca en Tabio, donde el constante contacto con la naturaleza hizo que desde niño desarrollara un gran encanto por los espacios abiertos. Por esa época, la recolección de elementos para armar el pesebre y la manufactura de juguetes al lado de sus ocho hermanos, eran un tema familiar por excelencia. Desde niño mostró inclinación por el arte, por eso, y para que se expresara sin restricciones, sus padres le regalaron pinceles, paleta y pinturas. Sus primeros dibujos, escenas de juegos de niños, fueron hechos en lienzo y al óleo.

Aunque todo apuntaba a que se inclinaría por el arte a la hora de elegir carrera, él se matriculó en el programa de Arquitectura en la Universidad de los Andes. Al poco tiempo, la demora en los procesos creativos lo hizo reconsiderar su decisión. Entonces, se fue a vivir a Nueva York, donde el arte abstracto vivía su momento de mayor auge. Allí estudió Pintura durante un año, regresó y se inscribió en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, en Bogotá. Ya enrutado en el camino artístico, se fue a Italia, donde por cinco años se dedicó a adentrarse en las técnicas de los pintores clásicos de los siglos XV y XVI, en La Academia de Bellas Artes de Florencia.

Su fascinación por los laberintos, otro tema recurrente en su obra, llegó de forma clara en el año 2007. Fue durante una meditación en el desierto de Nuevo México, Estados Unidos, que el artista descubrió que al perder paulatinamente el sentido de la orientación, del tiempo y de las relaciones habituales con el mundo cotidiano, es que se puede llegar al centro de sí mismo, “al silencioso y pacífico lugar desde el que podemos acceder a la conciencia pura”, anota. Ese día recordó que cuando era pequeño su papá quería hacer un laberinto en el jardín de la casa. Aunque nunca lo construyó, la idea comenzó a retumbar en su cabeza nuevamente. En ese momento, también se liberó de los sentimientos tristes que aún le quedaban del secuestro de seis meses al que fue sometido por las Farc en el año 2000. En medio de ese desierto sintió que había cruzado un camino espiritual difícil y doloroso, pero al mismo tiempo lleno de frutos. “Después del rapto, el proceso creativo se transformó en una toma más profunda de conciencia, en una sensibilización ante el drama humano”, dice desde su casa en Key Biscayne, lugar donde vive con su esposa, la también artista Margarita Lega.

Para Cavelier, cada bosque es un laberinto, y los laberintos están diseñados para que la gente se pierda. Para él es una experiencia que en un principio puede parecer perturbadora, pero que al final da una sensación de libertad absoluta. “Los bosques son laberintos naturales”, comenta. Esa fue la idea que lo llevó a crear los ‘bosques circulares’ que plasmó en grandes pañoletas de seda china usando técnicas digitales. También hacen parte de ‘Fractales’ una serie de esculturas en plexiglás talladas con rayo láser, y recubiertas de plata y de oro.

Para él, este no es un tema pasajero, pues siempre está en busca de nuevos laberintos. “Ahora estoy trabajando con materiales más ligeros: telas, estructuras móviles, símiles de bosques etéreos”, dice Jorge, quien además de pintar ama la fotografía. Y aunque está radicado desde hace muchos años en Miami, dice que sus bosques preferidos siempre serán los de niebla de las cordilleras andinas de Colombia –donde quizá padeció el cautiverio–, pero cuya belleza es tan grande, que es superior al peor recuerdo.