En defensa de la maléfica que llevamos dentro

Julia Londoño Bozzi, 20/7/2014

¿Vieron la más reciente película de Disney? Aplausos para Maléfica. Más allá de la interpretación de Angelina Jolie, de las originales animaciones y del vestuario, seduce la reivindicación de la malvada que llevamos dentro.

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El delirio de las niñas buenas puede indigestar a quienes las rodean. La niña buena suele preciarse de su bondad, espera ser reconocida por portarse bien y se siente superior a las demás.

La buenecita es también prejuiciosa y pretensiosa, hace negación de las emociones que no le gustan cuando siente que la dejan mal parada. Pretende que los demás aún no la alcanzan en su inmensa sabiduría.

Al permanecer en contacto con nuestro lado frustrado o vengativo, con nuestra pequeña y maléfica arpía, podemos reconocer que no todo lo que sentimos nos gusta.
Si no podemos aceptar que actuamos movidos por la envidia, la rabia o el dolor, no vamos a tender puentes que nos permitan salir del fango.

“Nadie se ilumina fantaseando figuras de luz sino haciendo consciente su oscuridad”. Esta frase, atribuida al psicoanalista Carl Jung en El árbol filosófico, nos invita a conversar con las emociones de las que nos avergonzamos, porque ignorándolas no van a desaparecer.

Querida Maléfica, qué oportuna habría sido la terapia para ti, justo después de esa tusa.

Personalmente sospecho un poco de quienes se definen como “seres de luz”, de aquellos que desprecian el resentimiento, la ira o la envidia. De tantos que dicen que todo está siempre “extraordinariamente bien”. La vida no es, como dice Ned Flanders, “perfectirijilla”.

Particularmente, a las mujeres nos reforzaron desde niñas lo apropiado que resultaba ser obedientes y juiciosas, mientras que a los hombres se les reafirmó la importancia del talante agresivo, del lado competitivo. No en vano la parejita de hermanos es conocida por algunos como “la princesa y el campeón”.

El resultado de esto somos mujeres con delirio de buenas y desconcierto frente a nuestra propia rabia, y hombres incómodos frente su vulnerabilidad, incapaces de demostrar ternura.

A todas las princesas, reinas y hadas del mundo sus padres, sus amigos y sus maridos les conocen otras caras, más oscuras, las que se esconden para la foto pero que no son menos genuinas que la cara de chica complaciente, agradecida, dulce y solidaria.

Detrás de cada emoción hay un contexto, una historia. Detrás de la rabia hay un dolor y detrás de ese dolor una expectativa no cumplida. Maléfica lo ratifica.

Las buenecitas serán más solicitadas, pero también son más aburridas, más tiesas. Estar dentro del guion no les permite tener zonas grises.

A la buena de la novela le dedicaría esa frase deliciosa atribuida a la actriz Katharine Hepburn: “Si obedeces todas las reglas te pierdes la diversión”.

La mala de la novela cambia dependiendo de quién cuente la historia. No hay protagonista sin defecto, ni malvada de nacimiento. Todas sabemos que la timidez nos puede hacer pasar por antipáticas y que la inseguridad nos puede impulsar a ser groseras. En un mal día no tenemos nada que envidiarle a Maléfica en su imperativo de imponer su voluntad como antídoto contra la tristeza.

A esto, sumemos el reconocimiento de que tras algunos actos poco amables, maléficos, puede esconderse un placer delicioso y, por eso mismo, tremendamente peligroso.

¿Qué sería de las buenas historias sin el peligro de caer en tentación?