editorial

Madres e hijas

Revista Fucsia, 16/7/2008

La relación entre madres e hijas es compleja y exige comprensión de parte y parte.

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Soy la segunda de tres hermanas, madre de dos hijas y tía de cuatro sobrinas. Crecí rodeada de mujeres y aún lo estoy. Aprendí de todas ellas lecciones que han sido muy valiosas a lo largo de mi vida. Mi mamá y mis hermanas me dieron las claves para descifrar el complejo mundo femenino y más tarde, junto a mis hijas, reafirmé esos conocimientos.

Con mi mamá tuve una relación serena, pues las madres de mi generación no se involucraban con la vida de sus hijas sino de lejos. Yo sabía que ella siempre estaba pendiente de mí, de mis problemas, de mis sueños, pero nunca tuvimos una conversación profunda sobre asuntos de mujeres porque, simplemente, no se usaba. La mamá era la mamá y se ocupaba de que no nos faltara nada. La mía le ponía especial atención al hecho de que aprendiéramos todos esos detalles que hacen de una mujer un miembro esencial en la familia y de la sociedad, pero no sabía de mis intimidades y a mí no se me ocurrió nunca que fuera posible contárselas.

A pesar de esa falta de comunicación, creo que en gran parte soy lo que soy gracias a mi mamá. Con todos sus defectos y cualidades, mi personalidad se formó bajo su mirada introvertida. Cuando nacieron mis hijas, entendí cómo algunas de mis reacciones no eran mías, venían de mis experiencias al lado de mi mamá. También comprendí las dificultades que entraña la relación entre madre e hija y lo complicado que es no repetir los modelos de comportamiento con los que uno creció.

Pienso que la relación madre–hija es la más compleja entre los seres humanos, pues durante la gestación una madre y su hijo son uno solo ser. Si es niño las cosas son más sencillas, pues el proceso de separación es automático ya que el sexo opuesto tiende de inmediato a construir su identidad masculina.

En cambio, para una niña las cosas no son tan simples. La fusión de dos seres, madre e hija, es total durante los primeros meses de vida, y es fácil que se produzca una especie de confusión de identidades que puede durar mucho tiempo si uno como madre no es consciente de este hecho y no toma medidas al respecto. Inconscientemente, las mamás vemos a nuestras hijas como personas que se parecen a nosotras, como una prolongación de nuestro ser con la cual queramos compartir sueños, deseos, angustias, necesidades.

Entretanto, para la hija, la mamá es el modelo ideal de mujer, un ser perfecto al cual quiere parecerse, en el que busca aprobación. Y hay un momento en que uno tiene que entender que amor es dejar que esa hija se desprenda de uno, que encuentre su camino, que desarrolle su propia personalidad. Si ese proceso no se cumple, se corre el riesgo de que esa niña no madure nunca y se quede como una niña chiquita y obediente, que tiene que comportarse como su mamá le dice. En pocas palabras: estará destinada a repetir los modelos de comportamiento de su madre en todos los aspectos, inclusive en su relación con los hombres y con sus propios hijos.

Por otra parte, nos enfrentamos hoy a otros problemas como el exceso de comunicación de esta generación, que hace que la ‘destetada’ sea mas difícil. Por un lado, tenemos una relación más cercana y gratificante, pero también corremos el peligro de coartarles su libertad e interrumpir su proceso de maduración.

La rivalidad con la madre es un mal necesario, una especie de parto sicológico por el que es necesario pasar. Pero, en medio de esta circunstancia, nuestras hijas tienen que aprender a volar solas, a extender sus alas, a tomar sus decisiones, a cometer errores y a lograr aciertos. Eso no tiene nada de malo y es, por el contrario, la oportunidad de ver crecer a un ser humano independiente y único.

Por eso, soltar a las hijas es un acto de amor, de generosidad. Quizás a veces las mamás no entendemos este proceso y tratamos a toda costa de que nuestras hijas piensen, actúen y sientan como nosotras, omitiendo que ellas tienen que formarse con un espíritu crítico que les permita entender que no hay mamá perfecta, que como cualquier ser humano tenemos falencias y que el hecho de no ser perfectas no nos impide que las amemos con todo el corazón.

Ser mamá no es ser amiga en el sentido de compartir intimidades, es un papel de autoridad y debe ser sinónimo de respeto y de distancia. Los papeles no se pueden invertir: mamá es mamá e hija es hija.