burla

‘Schadenfreude’ o el placer derivado de los infortunios de los demás

Por Odette Chahín, 18/11/2010

Burlarse de las desgracias de los demás es un pasatiempo para algunos y hasta un negocio que nutre los programas de bromas y cámaras escondidas

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Por Odette Chahín
 
poco, cuando salía de una conferencia, estaba cayendo uno de esos aguaceros de proporciones bíblicas y sólo faltaba que pasara Noé en su arca para confirmarlo. Me tocó esperar bajo techo a que la tormenta amainara para poder salir, porque las calles parecían un río salvaje. Al lado mío había una señora (muy elegante ella) que parecía tener mucho afán. Le pagó a un muchacho para que la atravesara encaramada sobre él hasta el otro lado de la calle, que estaba inundada, como un servicio de ferry, pero al hombro. Ella se montó encima del joven que la llevó sana y seca al otro lado. Un bus que iba pasando en ese momento los bañó completamente a los dos, ferry y pasajera. Las carcajadas colectivas no se hicieron esperar entre quienes presenciamos esa breve tragicomedia de la pobre señora elegante que quedó mojada como perro callejero.

Las pequeñas desgracias de los demás siempre han sido un entretenimiento muy barato, ¿quién no se rió cuando aquel periodista iraquí le lanzó un zapatazo al presidente George Bush, o cuando Antanas le echó un vaso de agua a Serpa? Estas situaciones suceden a cada rato y en cada esquina, cuando vemos a un niño gordito feliz lamiendo su helado y se le cae al piso, cuando el tipo que rechaza a una mujer y prefiere a su amiga resulta cleptómano y con piojos púbicos, o cuando el jefe de algún amigo se intoxica con unos langostinos y mandan a su amigo, en su lugar, a Nueva York, a un hotel cinco estrellas. Reírse de todo esto es algo humano e inevitable, no es que seamos crueles, sino que sentimos un pequeño alivio de no estar en el lugar de las personas a quienes les suceden esas cosas. Hasta al personaje más noble del mundo, estilo la Madre Teresa de Calcuta, se le caería la chapa de la risa viendo al señor que se le cae el tupé dentro de la sopa.

Burlarse de las desgracias de los demás es un pasatiempo para algunos y hasta un negocio que nutre los programas de bromas y cámaras escondidas; pero no pensé que hubiera una palabra para describir eso. Los alemanes, los mismos creadores de la cerveza y el nazismo, se inventaron el término schadenfreude, que significa “placer derivado de los infortunios de los demás”. Yo lo conocí hace algunos años cuando lo escuché en el musical ‘Avenue Q’, que tiene una canción con el mismo título que decía “¡Schadenfreude!, me hace feliz el no ser tú”, y enseguida la incorporé a mi vocabulario. Desde entonces, me he dado cuenta de que la vida es un rosario de schadenfreudes, algunos protagonizados por uno mismo y otros por los demás.

Reírse de las embarradas de los demás parece un reflejo involuntario, como cuando el doctor lo golpea a uno en las rodillas, pero ¿qué dice eso de nosotros? Estudios sugieren que las personas con la autoestima baja sienten más schadenfreude que las personas que la tienen alta; en otras palabras, “dime qué tan alto te carcajeas de las desgracias de los demás, y te diré de qué tamaño tienes la autoestima”. Otros estudios en los que escaneaban la actividad del cerebro demostraron que el schadenfreude está relacionado con la envidia; es decir, que disfrutamos más la desgracia ajena cuando se trata de alguien a quien envidiamos.

Richard Trench, autor El estudio de las palabras decía: “Qué horror saber que el lenguaje tiene una palabra que exprese el placer que sienten los hombres frente a la calamidades de los demás; la existencia de esas palabras son el testimonio de que existe ese sentimiento”. Pero más allá de la maldad, las personas que sufren de schadenfreude proveen un servicio social, como lo decía uno de los personajes de ‘Avenue Q’; “El mundo necesita personas como tú y yo que han sido golpeadas por el destino, porque cuando la gente nos ve, no quiere ser nosotros y eso la hace sentir bien“.

Hace poco fui yo quien proveí ese servicio social a los que estaban alrededor (de hecho lo hago con mucha frecuencia): estaba en la calle caminando y sentí que tenía algo atorado en la garganta que me estaba ahogando, me tocó escupir y como no estoy acostumbrada a hacerlo, me cayó el escupitajo en la bota de mi propio pantalón. Quienes me vieron, no podían contener la risa, y yo entendía el porqué; estaban felices de que no fueran ellos los que estuvieran limpiando esputos de su pantalón. Existe un dicho japonés que dice: “Los infortunios de los demás saben a miel”, pero cuando le pasa a uno, nos sabe a popó. Más allá de cualquier entretenimiento barato, cuando somos testigos de algún schadenfreude hay que saber cuándo dejar de ser un espectador y ofrecer una mano al necesitado. Para eso también hay una palabra: ‘bacanería’. y creo que es de origen colombiano.