editorial

Tiempos de cambio

Revista Fucsia, 16/11/2008

Esta vez no voy a escribir sobre el triunfo histórico de Obama, ni sobre el hecho de que por primera vez se rompieron las barreras racial y de género.

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Los tiempos de cambio se sienten tan fuertes, que seguramente veremos cómo la sociedad sufre unos procesos de transformación como los que vivió el mundo después de la Segunda Guerra o en Mayo del 68, pues en el fondo del alma todos deseamos una sociedad más justa y equilibrada. En el momento en que la discriminación de género y de raza empieza a ceder, cuando una persona puede ascender a puestos de importancia gracias a sus cualidades personales y no a derechos adquiridos, entramos en el camino de la tolerancia y de la justicia social.

Este fenómeno de cambio se empieza a ver en el terreno político, pero también en el personal. Me refiero a la relaciones entre hombres y mujeres en las parejas jóvenes. El otro día estaba conversando con unas de ellas, algunas de recién casados, otras que estaban pensando en contraer matrimonio. El tema de conversación se centraba en el hecho de hasta qué punto, dentro de una pareja, uno de los dos debe sacrificar sus intereses personales en favor de los planes de vida de ambos.

El caso particular era el de una pareja que se fue durante cinco años a estudiar al extranjero porque ella se ganó una beca. Entonces, su marido renunció al trabajo y aceptó ese cambio de vida, radical, pues entendió que era una oportunidad única de consolidar la relación y de que ella continuara sus estudios con una especialización que le permitiera más adelante conseguir un trabajo mejor remunerado y más cercano a sus intereses. La decisión no fue fácil y la angustia fue grande. ¿Hasta qué punto valía la pena sacrificarse sin que este sacrificio se volviera motivo de recriminaciones?, se preguntaba el muchacho. ¿Cómo obligar, por otra parte, a su esposa a renunciar a sus sueños y a una beca que se había ganado con tanto esfuerzo? El paradigma de que la mujer es la que siempre debe renunciar a sus proyectos en favor de los de su pareja, se rompió. Prevaleció el bien común y no el egoísmo.

Pero también surgió en esta conversación el caso de otra pareja. Ella quería estudiar en el exterior y él pensaba que no podía sacrificar los mejores años de su vida profesional, pues ese retraso podría ir directamente en detrimento de su carrera y, por lo tanto, de la estabilidad de la pareja. Ella lo entendió así y cambió sus planes, en una actitud más tradicional, pero no menos valerosa.

Estos ejemplos podrían parecer demasiado comunes, pero, créanme, que hace 30 años las cosas no eran así. No había posibilidad alguna de que un esposo le preguntara a su mujer si estaba de acuerdo con sus decisiones laborales o de vida. Se hacía lo que decía el marido, y punto. Ni imaginar que las mujeres pudiéramos pensar en ser profesionales o en aceptar una propuesta de trabajo en otro país. Habíamos nacido para obedecer al papá, al marido o al hermano, en caso de que faltaran los dos anteriores.

Lo que hoy es absolutamente inconcebible para una mujer de 25 años, en mi época era la norma. Y, por eso, parecería que hemos dado un paso en el complejo mundo de las relaciones humanas. Repito que no soy feminista a ultranza, pero pienso que esas mujeres que lucharon a brazo partido por los derechos de sus congéneres, abrieron para las nuevas generaciones una ventana de oportunidades que lenta, pero seguramente, nos pone en un plano de igualdad.

Sí, están muy lejanos los tiempos del Concilio de Trento, en el que la Iglesia decretó que las mujeres no teníamos alma. Quedan atrás el año de 1932, cuando las mujeres colombianas accedieron al derecho a disponer de sus bienes; el de 1957, en el que votaron por primera vez; los finales de los 60, con el acceso a la educación en igualdad de condiciones y la aprobación de la educación mixta y, finalmente, el año 1974, cuando se estableció el divorcio civil. Son conquistas sociales y civiles que le cambiaron la cara a nuestra sociedad. Ahora, sólo falta que una mujer sea presidente del país más poderoso del mundo.

¿Y de los hombres, qué? ¿Será que algún día podrán combinar el ser padres con el mundo de los negocios? ¿Que podrán aprender a equilibrar trabajo y familia? ¿Podremos ver algún día a un hombre tan seguro de sí mismo que durante una etapa de su vida se hace cargo de la casa y de los niños mientras su esposa se desempeña en un cargo importante sin que la relación se deteriore y terminen divorciados?
Amigos, ¡les dejo ese reto!

Lila Ochoa
Directora Revista FUCSIA