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Una tienda abierta al mundo

Camándula, 10/5/2012

Con buen gusto, positivismo y amor por la decoración, Chiqui de Echavarría cuenta cómo abrió en Cartagena una ventana hacia la cultura asiática, Casa Chiqui, con piezas tradicionales, utilitarias, exóticas y rituales.

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“A diferencia de la casa donde uno vive o del lugar donde trabaja, las casas de vacaciones son recuerdos de mis viajes, llenas de objetos y de muebles que he traído de países extraños, y que siempre conservo porque son parte de mis recuerdos y de mi vida. Viene a mi memoria en especial un viaje que hicimos a África con mi esposo y mis hijos, aún muy jóvenes, en donde nos entusiasmamos tanto con las historias de los guerreros masai, que terminamos comprando los collares que reflejan su cultura y que eran utilizados en los rituales de matrimonio. Así, continuamos por mucho tiempo viajando en familia y, a medida que descubríamos diversas culturas, fuimos también adquiriendo muchos de los muebles y objetos representativos de sus países.

“Con el tiempo, todos ellos se convirtieron en parte fundamental de nuestra casa de vacaciones, y a pesar de que eran de diferentes orígenes, llegaron a conformar un ambiente muy armonioso en la decoración de nuestra casa. Los amigos que recibíamos en vacaciones nos preguntaban el origen e historia de todos estos objetos y a raíz de ese interés que mostraban, surgió la idea de compartir con los demás toda esa diversidad cultural.

“El verano pasado, durante unas vacaciones en Indonesia y Tailandia, tomé la decisión de abrir una tienda en el Centro Histórico de Cartagena, y cuando regresé a Colombia, en noviembre del año pasado en busca del lugar adecuado para abrirla, me ofrecieron un depósito de los años 30 en la Calle de la Universidad, que a mí me pareció buenísimo, a pesar de que los demás opinaban que no era el lugar correcto para abrir una tienda de decoración.

“Comenzamos por quitar los cielorrasos y descubrimos una altura impresionante de casi siete metros, entonces, seguimos abriendo los espacios y hallamos dos patios maravillosos. Se instalaron grandes ventanales con gruesos barrotes de hierro macizo, para así conservar el estilo colonial de Cartagena. Se pusieron pisos de cuadros blancos y negros, que no se pulieron mucho para dejar vestigios de los originales. Las paredes se trabajaron con una técnica que utiliza una pistola de candela, que permite quitarle todas las capas al muro, dejando intacta la pintura original. Esta remodelación se logró hacer en un tiempo récord de 45 días.

“Se habilitó el mezanine para las oficinas administrativas y en el primer piso decoré la tienda como un solo espacio, donde la gente puede pasearse entre objetos y muebles de otras culturas, traídos de mis viajes. Al terminar, sentí una gran emoción, pero lo que me causó toda la felicidad fue la reacción de mis hijos, cuando, el 30 de diciembre, día de la inauguración, entraron y me dijeron: ‘Mamá, no lo podemos creer, esto es lo más lindo que hemos visto en el mundo. Estamos muy orgullosos de ti’”.

De puertas para adentro

“Los muebles de mimbre provienen de Bali, otros son más contemporáneos, creados con técnicas modernas desarrolladas por un italiano que reside allá. Hay mesas de troncos rústicos, muy fuertes, de madera lichi, y otras hechas con piezas antiguas de madera y raíces de teca. Todas estas son maderas nobles, muy resistentes a las plagas, al tiempo y a la intemperie, que con los años embellecen su pátina natural.

“Entre los objetos rituales se destaca una cabeza de Buda, que en la cultura hindú tiene un simbolismo especial, porque la cabeza es la parte más sagrada del cuerpo. También hay columnas de los palacios a donde los balineses llevaban flores y frutas como ofrendas a los dioses, y enormes campanas de madera, que cada familia hace y decora para que los hombres las lleven cargadas al hombro durante las procesiones religiosas que acompañan con cánticos. Según sus tradiciones, cuando una persona de gran riqueza espiritual fallece, sus familiares y allegados guardan dinero durante muchos años para hacerle una procesión y una ceremonia, y llevarla a un nivel de santidad superior.

“Entre los objetos decorativos hay tapices de mimbre y de fibras naturales, y lámparas de pie con racimos de canastos que me recuerdan los años 60. Como yo crecí en la Costa, donde las señoras nunca salían sin sombrilla, para mí estas sombrillas no solamente protegen, sino que dan un cariz decorativo muy bello, y de noche, al aire libre, reflejan una luz maravillosa.

“Convertí en inmensos candelabros una colección de patas de viejas camas balinesas, muy gruesas, que ellos cambian constantemente por lo que viven en terrenos muy húmedos, y encima coloqué gigantescos velones hechos en Colombia.

“En la pared que está junto a la escalera que sube a las oficinas, hay colgados una serie de batiks (sellos de impresión) hechos de bronce con una técnica muy antigua, cada uno distinto al otro, y diferentes a los actuales, ya que fueron hechos manualmente. En un borde de los escalones hay una fila de cajas donde los balineses empacaban el té para enviarlo a toda el Asia y a los puertos, y a cada caja le coloqué una vela adentro para que sirvan de candelabros. En el otro borde hay unas copas de madera que utilizaban para llevar ofrendas a los dioses.

“Hay también muchos espejos, uno hecho con la parte de atrás de una cama antigua y otros fabricados con piezas de madera; unas tinajas negras gigantescas que ellos usaban para guardar el agua; y colgadas en las paredes, unas telas provenientes de Uzbekistán, tejidas por unas mujeres cuya religión casi no les permite salir.

“En resumen, ese es el contenido de mi tienda. Desde que llegué a Cartagena estoy feliz porque he encontrado una gran hospitalidad, me encantan los cambios que ha habido en la ciudad y he conocido personas maravillosas y muy interesantes. En un futuro próximo pienso seguir con objetos de otras culturas, México me fascina, Perú, Colombia… Quiero empezar por Suramérica, donde hay tanta variedad como talento artístico y artesanal”.