Relaciones

La plata corrompe

, 22/8/2012

Así lo demuestra una serie de nuevos estudios, según los cuales la ambición hace que los ricos tiendan a ser más deshonestos y tramposos.

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Una reconocida frase de la Biblia dice: “Es más fácil hacer pasar un camello por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de los cielos”. Platón y Aristóteles señalaron a la ambición como la base de la inmoralidad, y al escritor Bruce Marshall se le ha adjudicado la siguiente cita: “Ser rico solo tiene una desgracia: tener que convivir con otros ricos”. Famosas series de televisión como Dinastía, en los 80, se han encargado de pintar, quizá con base en la realidad, a los más privilegiados como seres egoístas, inconscientes y caprichosos, capaces de quitarle al amigo la pareja o la fortuna, porque solo piensan en satisfacer sus propios intereses.

Basta recordar el caso del banquero Bernard Madoff, cuya pirámide se convirtió en el mayor fraude llevado a cabo por una sola persona: una estafa que superó los sesenta mil millones de dólares. O pensar en un personaje como el ex primer ministro italiano Silvio Berlusconi, quien durante una visita a las víctimas del terremoto en la región central de Abruzzo, en 2009, les dijo que deberían tomar la experiencia “como un fin de semana de camping”. El magnate, que ha sido acusado de corrupción judicial, soltó además la siguiente perla en una reunión sobre la crisis económica: “En Italia se vive muy bien, los restaurantes están llenos”. Y casi caricaturesca es la historia de Leona Helmsley, la dueña de una cadena de hoteles de lujo que le dejó una suculenta porción de su herencia a su perro maltés. En la lista de logros de esta mujer, que heredó de su marido la gestión del emblemático Empire State, está la evasión de impuestos, y al parecer, cuando la condenaron a algunos meses de prisión, se excusó en una inculpadora afirmación: “Gente como yo no paga impuestos, solo la plebe lo hace”.

Lo que se alcanza a intuir con estos ejemplos podría haber sido confirmado mediante siete estudios realizados por el Departamento de Sicología de la Universidad de California, Berkeley, entre otras instituciones educativas. La investigación se llevó a cabo a partir de varios experimentos, que incluyeron en conjunto la participación de aproximadamente mil personas y que analizaron desde el comportamiento de los conductores en la calle hasta su ética en el juego y otros escenarios para medir valores como la honestidad y la consideración por los demás. La conclusión del trabajo no es nada halagadora para los más afortunados económicamente: pertenecer a una clase social alta predice un incremento de actitudes poco éticas. Los expertos advierten, además, que no hay diferencia en la conducta de quienes nacen ricos y aquellos que hacen fortuna con los años, pues la razón de su tendencia a “tomar decisiones que perjudican a los demás, a apropiarse de los bienes de otros, mentir en negociaciones y hacer trampa” es favorecer su ambición, muchas veces sin límites. “Es más frecuente para personas de clase alta ver la codicia y el interés propio como actitudes positivas”, explicó a FUCSIA Paul Piff, líder de la investigación.

Ética y riqueza
Según el sicólogo, existe el estereotipo de que los menos favorecidos son más propensos a buscar sus propios intereses, pues viven en ambientes de escasos recursos, de mayor amenaza e incertidumbre. En ese sentido, la lógica indica que deben estar más motivados a tener actitudes poco éticas para aumentar sus recursos y superar su desventaja. De hecho, cuando se habla de índices de criminalidad hay una estrecha relación con indicadores como la concentración de la pobreza. “Pero un segundo razonamiento sugiere otra predicción: muchos recursos, libertad, no depender de otros, generan una tendencia a perseguir el propio interés, que puede conducir a comportamientos negativos. Por ejemplo, la reciente crisis económica ha sido en parte atribuida a las acciones poco transparentes de los ricos”. El experto aclara que hay muchas variables, como la cultura y el entorno, pero que sus estudios se centraron en los efectos de la riqueza y el dinero. La ecuación sería la siguiente: por tener más recursos financieros, los individuos de clase alta son menos dependientes de los demás para sobrevivir, de manera que prevalece el ensimismamiento; en contraste, los menos favorecidos tenderían a ser más sinceros, pues dependen en mayor medida de su comunidad para salir adelante.

“No se pueden ver las cosas en blanco y negro, ni hacer clasificaciones absolutas. Uno puede encontrarse con una persona humilde que no se roba un peso y con un millonario que es correcto y se dedica a la filantropía”, expresa la pedagoga Cristina Mejía, quien ha trabajado con poblaciones de distintas clases sociales. No puede negarse que personalidades como Bill Gates hacen un gran aporte social. “Sin embargo, sí hay una tendencia a que quienes han crecido en ambientes favorables se preocupen más por sí mismos y sientan que lo merecen todo porque las cosas se les han dado fácilmente, por lo cual tienen una actitud negativa cuando no se les da gusto. Los pobres, por ejemplo, crecen en el ‘no’, acostumbrados a que todo se les niegue, y por eso suelen aceptar más la adversidad. Recuerdo una oportunidad en la que trabajaba con una población de desplazados y conocí a una mujer que lo poco que tenía lo usaba para ayudar a su comunidad. Una vez la citaron para oír su proyecto y aunque la dejaron esperando un rato, tuvo paciencia y mantuvo su buen ánimo, mientras que a uno de los directivos del programa de ayuda lo recibieron tres minutos tarde y ya estaba indignado”.

Piff señala que las personas de escasos recursos tienden a ser más cooperativas y sensibles a las necesidades de los otros. Pero agrega que más que las clases sociales, lo verdaderamente determinante es la codicia: por ejemplo, en una de las pruebas, que consistía en un juego para ganar un premio de cincuenta dólares, los más tramposos fueron precisamente los que no los necesitaban, mientras que los de escasos recursos fueron más propensos a compartir con extraños los créditos que ganaban. “Los individuos motivados por la ambición tienden a abandonar los principios morales en busca de su propio beneficio”. Incluso cuando a los participantes del sondeo, sin distinción de clases, se les mostraron las ventajas de la ambición y se les hicieron preguntas hipotéticas sobre aceptar sobornos y pedir más dinero por un objeto que no lo vale, los menos favorecidos también se mostraron propensos a aceptar conductas ilegales. “Estos hallazgos no buscan mostrar que los ricos sean necesariamente corruptos, pero sí tienen una clara implicación sobre cómo el dinero y el estatus cambian los patrones del comportamiento ético”.

La medida del respeto

Los dos primeros estudios se realizaron en un entorno natural y no de laboratorio. Tenían que ver con el respeto de los ciudadanos por las normas de tránsito. Los investigadores se ubicaron cerca de una intersección para monitorear cuáles conductores cortaban el paso de los demás autos sin esperar su turno y cuáles no respetaban el cruce de los peatones. Los conductores de autos más ostentosos fueron tres veces más propensos a no cederles el paso a los peatones, y cuatro veces más dados a cerrar a los otros vehículos y a no esperar su turno. Un detalle curioso tuvo que ver con que entre los más infractores estuvieron los que manejan autos híbridos Prius, lo cual deja ver una especie de doble moral, pues aunque sus conductores creen que están salvando el planeta, son capaces de poner en riesgo la vida de los demás. Otro experimento, ya en un medio artificial, mostró a los participantes un video acerca de niños con cáncer, para medir su respuesta al impacto y cuánta compasión les generaba. Las personas de mayor estatus se mostraron menos perturbadas y más tranquilas, por lo cual Piff y su equipo interpretaron que los socialmente más privilegiados están más centrados en ellos mismos, suelen ser más egoístas, indiferentes “y emocionalmente menos reactivos”, pues viven en lo que se considera una ‘burbuja’. Probablemente la respuesta está en que con más dinero obtienen más confianza y eso genera un sentimiento de suficiencia. “No son tan buenos para identificar las emociones que otros sienten y muestran un menor compromiso durante sus interacciones sociales, por ejemplo, cuando revisan su celular constantemente”, asevera el estudio publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America. Toman como un indicador el hecho de que durante las encuestas a los participantes les dijeron que podían comer uno o dos dulces de una jarra, advirtiendo que estaban destinados para los niños. Sin embargo, quienes se identificaban como de clase social más alta se metieron disimuladamente más dulces en los bolsillos.

¿Vivos o inescrupulosos?

También estudiaron la tendencia a tomar decisiones con cuestionarios que ubicaban a los participantes en distintos escenarios que violaban los principios éticos. Les hicieron preguntas como estas: “¿Has estado esperando en la fila diez minutos para comprar un muffin y un café en Starbucks? Si te entregan el pedido y te das cuenta de que te dieron vueltas de un billete de veinte dólares y no del de diez que entregaste, ¿devolverías la plata de más?”. También les preguntaron si se llevarían a casa provisiones de su oficina, como papel de la fotocopiadora, o si plagiarían un trabajo. Los más propensos a cometer esa infracción fueron los de clases más privilegiadas.

Otro experimento consistió en una falsa negociación en la que el participante debía contratar a un empleado sabiendo que el cargo sería temporal y que el aspirante deseaba un trabajo a largo plazo aunque le pagaran poco. Los ricos tendieron a responder que ocultarían la información con tal de obtener el beneficio buscado.

Y en un juego online se les habló de ganar un premio a partir de sus resultados. Cuando notaron que podían poner falsos puntajes, y sin saber que para cada competencia lo máximo que podían alcanzar eran 12 puntos, los más beneficiados tendieron a hacer trampa anotando números mayores.?Un célebre refrán dice que “la ocasión hace al ladrón”, y quienes ocupan cargos más altos suelen ser menos supervisados. Se deben considerar variables como el hecho de tener una menor dependencia y la idea de que para ser exitoso es necesario aprovechar cualquier oportunidad, pensar en uno mismo y no en los demás. Una educación ‘económica’ busca la maximización del interés propio y conduce a las personas a ver la codicia como un valor positivo, lo que genera un círculo vicioso: El propio interés las conduce a comportarse de manera poco ética y a incrementar su estatus, lo cual conlleva más conductas inmorales y más inequidad. Un estatus elevado te hace querer más, aunque implique romper las reglas”, y, según Piff, eso es lo verdaderamente peligroso. Por eso, tal vez no es una casualidad que exista este certero dicho: “Si no puedes ser rico, lo siguiente que más se le parece es ser presuntuoso y cínico”.