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Un sueño cumplido

, 18/2/2013

Para celebrar sus 70 años, telas Lafayette unió el talento del fotógrafo Ruven Afanador con el de la diseñadora Olga Piedrahíta y un vasto equipo creativo. La iniciativa se decantó en una obra artística plasmada en el tradicional calendario que año tras año presenta esta marca.

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Desde hace 25 años Lafayette elabora un calendario conmemorativo, dirigido a sus clientes y empleados. Se trata de una pieza artística e icónica que representa la esencia de Lafayette, “inspiración que transforma”. En este trabajo la generosidad de la tela es la protagonista, de la misma manera como lo son los valores de la marca: libertad, creatividad, sofisticación, alegría, inteligencia, seducción y actualidad.

Hasta ahora ese producto no se había expuesto a los medios de comunicación, pero como parte de la conmemoración del aniversario número setenta, sus directivas decidieron orgullosamente hablar de él, y no era para menos porque esta edición cuenta con una nómina de lujo.

La lista está encabezada por el fotógrafo bumangués Ruven Afanador, famoso en todo el mundo por la exhibición de su trabajo en las principales publicaciones de moda y galerías de arte de los cinco continentes. A su lado estuvo la genialidad de la diseñadora Olga Piedrahíta, quien por más de tres décadas ha puesto a sonar la moda nacional en el orbe.

Estos dos talentos colombianos, que presiden un equipo creativo de veinte personas, se empeñaron en hacer de esta propuesta una pieza de colección difícil de olvidar.


El proceso
Contar esta historia no fue nada fácil. El primer acercamiento entre Piedrahíta y las directivas de Lafayette tenía un propósito muy distinto al de hacer esta magnífica producción. Entre los dos ha existido desde hace veinte años lo que ella califica como “una alianza natural”, desde que en ese entonces Olga participaba con sus creaciones en los desfiles corporativos que la textilera presentaba en todo el país.

En una lluvia de ideas acerca de cómo celebrar sin grandes fastos esas siete décadas de industria, apareció la idea de hacer el ya tradicional calendario, pero esta vez sacándola del estadio, tal como se habla en las grandes ligas de béisbol. En ese momento entró en escena Danielle Lafaurie, hija y mano derecha de la diseñadora y quien además oficia como directora de proyectos de la marca de su madre. Con sus ideas frescas y una total ausencia de miedo, ella pensó que el llamado a disparar los flashes era Afanador.

Entonces buscó consejo en unas cuantas personas, que coincidieron en decirle que era imposible y, de paso, insinuarle que estaba loca. Perseverante en sus ideas como ella sola, hizo oídos sordos y se dirigió a él con una propuesta concreta y muy gráfica en la que le explicaba cuál era el imaginario de lo que es Lafayette, de lo que es Olga Piedrahíta y de lo que se quería alcanzar con el proyecto.

La respuesta no se hizo esperar y fue un rotundo “Me interesa”.
En ese momento sobrevino una explosión de emociones y la conciencia de que se enfrentaba cara a cara con el reto de hacer una producción de grandes dimensiones. Por supuesto había que responder con altura, y todo estaba dado.

El desarrollo

Después de estudiar a fondo los valores de la marca se llegó al concepto de “mujer naturaleza” como hilo conductor del trabajo. Sería un homenaje al paisaje nacional, como una forma de arraigarse al sentimiento nacionalista de una empresa orgullosamente colombiana. Así se desarrolló el concepto de la riqueza del mundo animal, vegetal y mineral. Se destacaron las posibilidades que tienen la tierra, el agua y el cielo a través de las texturas y el color.

Con esa línea se le encargó al artista y diseñador Felipe Cuéllar la tarea de plasmar ese imaginario en textiles. Al respecto, él asegura que solo se vincula a proyectos experimentales que necesiten una alta exigencia creativa, y este sin duda lo era. “Todo se fue dando, nuestra meta era crear una Colombia imaginaria, la fauna y flora eran solo inspiración, el reto era componer paisajes de un país más onírico, visualizar su magia…”.

El resultado fue una colección de alrededor de 25 prendas con telas que alcanzan hasta los seis metros de imágenes. “Todas ellas tienen un diálogo entre la naturaleza y la geometría. Hay muchas líneas, trazos, siluetas envolventes hasta de 360 grados, un trabajo escultórico con aplomo en la sastrería”, asegura Olga, quien agrega que de la magnitud de las estampaciones “hiperrealistas” surgió un desafío enorme para cortar sin despedazar o quitar la narrativa poética de Felipe Cuéllar:

“Muchos cortes iban a romper eso que quería decir la tela, de modo que se debía proceder con mucha concentración”. La misma con la que Afanador trabajó durante los dos días de producción en Bogotá. Sin aspavientos, con sus silencios profundos, su mirada analítica, sus movimientos suaves y la sencillez de quien tiene un puesto entre los grandes.=