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Orgasmo, bendito para el cerebro

Arnoldo Mutis, 7/11/2013

El clímax sexual es más benéfico que los crucigramas o el sudoku para mantener sanas las facultades mentales, según los gurús de la sexualidad femenina.

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El sudoku, los crucigramas, las sopas de letras y otros juegos por el estilo, tienen fama de ser buenos para conservar la agudeza mental. Ahora resulta que las aficionadas a ellos van a tener que soltar el lápiz y dejar de pensar por un rato en cuál es la capital de Burundi o en cómo alinear bien los números, para dedicarle más tiempo a la cama, si quieren prevenir males como la demencia senil, la pérdida de la memoria y demás achaques de la cabeza que llegan con los años.

Así lo recomienda el profesor Boris Komisaruk desde el Departamento de Psicología de la Rutgers University, en Nueva Jersey, considerado como el Silicom Valley de la sexualidad femenina, luego de más de tres décadas de investigaciones. Komisaruk, de 72 años, es un verdadero pionero en estos estudios desde los años sesenta, y sus últimas pesquisas le permiten dar fe de las bondades del orgasmo para esa maravillosa computadora que es el cerebro.

 En recientes entrevistas para publicaciones como el diario The Times, de Londres, el profesor ha explicado que el punto culminante de la actividad sexual es favorecedor porque produce un incremento de la irrigación de sangre hacia este órgano, el cual además se ve generosamente enriquecido con oxígeno y nutrientes a través del placer. “Mientras los ejercicios mentales aumentan la actividad cerebral solo en áreas localizadas, el orgasmo estimula la totalidad de ellas”, explicó al Times. Ello significa que el orgasmo podría mantener a raya la demencia senil y otras afecciones cerebrales, y la ciencia está en busca de una manera mucho más precisa de encaminar esas bondades.

Tan novedosos conocimientos se empiezan a develar hasta ahora, porque hace relativamente poco tiempo que la academia empezó a darle su aval a estos estudios que requieren de prácticas que pueden rayar para algunos en lo ridículo o extravagante si no se comprende su serio significado. El experto recuerda que inició su búsqueda en estudios con ratas, pero llegó un momento en que no le quedaba otra opción que experimentar con mujeres. Entonces, sus colegas de Rutgers protestaron, convencidos de que ello le daría a la institución una mala reputación. Al final, los directivos lo respaldaron y fue así como empezó a enrolar voluntarias para seguir la obra cuyas bases sentaron Alfred Kinsey y el dúo Masters y Johnson, entre otros, en el campo de la sexología.





“Aún sabemos muy poco acerca del placer. Es importante entender cómo lo produce el cerebro, qué partes desatan una gratificación tan inmensa y si podemos usar esa información de alguna manera”, explica el investigador, quien también aclara que sigue siendo mayor la especulación al respecto, frente a los datos ciertos.  No obstante, las pocas certezas sobre la ligazón entre el orgasmo y el trabajo cerebral resultan sorprendentes y se deben tanto a las pacientes que han prestado su colaboración a Komisaruk, como a la máquina de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI, por su sigla en inglés), un escáner que capta la actividad cerebral mientras que las voluntarias fantasean, se masturban y llegan al orgasmo. El profesor piensa en ellas como la muestra del nuevo empoderamiento sexual de la mujer y comenta que no les apena que se sepa lo que hacen, de modo que de buen grado visten una camiseta, regalo del especialista, estampada con la leyenda “Yo doné un orgasmo a la ciencia”.

 La fMRI es un tubo estrecho, poco sexy. Las voluntarias tienen además que actuar con sumo cuidado, ya que un movimiento más allá o más acá, o desatender las instrucciones de los científicos que intervienen al otro lado de una ventana de cristal puede dar al traste con todo un día de trabajo. El aparato transforma el placer en cifras e imágenes que señalan con colores las zonas de mayor actividad cerebral durante las experiencias sexuales.   

Una vez dentro del aparato, Komizaruk y sus colegas les piden a sus colaboradoras que imaginen que se excitan, que se tocan el clítoris, que hacen ejercicios con el piso de la pelvis, los famosos ejercicios Kegel. Luego, se les solicita que pasen de la fantasía a la realidad.

Uno de los más notables hallazgos de estas pruebas ha sido que varias mujeres pueden alcanzar el orgasmo con solo imaginarlo. También ha resultado que las caricias en el clítoris y los Kegel imaginarios activaron las mismas áreas del cerebro que fueron impulsadas por las prácticas reales. Inesperado, asimismo, resultó el que las fantasías sexuales estimularan mucho más que los hechos físicos la corteza prefrontal, ubicada en la parte delantera del cerebro e implicada en aspectos de la conciencia como la autoevaluación y la consideración de un asunto desde la perspectiva de los demás. Los estudiosos tienen en la mira esta área como clave en la función sexual y en especial en el orgasmo.

Para Boris Komizaruk, esta activación tan intensa sugiere que quizá la imaginación, o algún proceso cognitivo relacionado con la regulación de las funciones fisiológicas por parte del cerebro, ayudan a administrar nuestro propio placer. Un conocimiento más profundo de ello en el futuro, cree el profesor, podría servir para mejorar ciertas disfunciones sexuales, como la anorgasmia o falta de orgasmo, e incluso abrir la puerta para prevenir de manera certera las propias afecciones cerebrales o una cura para el dolor, en especial el relacionado con la espina dorsal.

Pero el orgasmo femenino es tan misterioso que investigaciones similares de la Universidad de Groningen, la otra meca de los estudios sobre sexualidad femenina, en Holanda, arrojaron más resultados desconcertantes: al contrario de lo sucedido en Rutgers, la corteza prefrontal de las voluntarias europeas se desactivó durante el orgasmo, específicamente en su corteza orbifrontal izquierda, debido posiblemente a que ellas fueron estimuladas por sus parejas, mientras que las americanas se masturbaron solas. Para Janniko Georgiadis, director de la investigación en Groningen, ello puede indicar que esta corteza orbifrontal izquierda es la base del control sexual y del clímax. El experto holandés además cree que este fenómeno es el ejemplo más diciente de que el orgasmo, llamado por algunos “la pequeña muerte”, es un “estado alterado de la conciencia”, no visto durante otro tipo de actividad.

“No creo que el orgasmo apague la conciencia, pero sí la cambia. Cuando les preguntas a voluntarios de los experimentos o a pacientes cómo perciben sus orgasmos, los describen como un sentimiento de pérdida de control”, cuenta Georgiadis, quien agrega que quizá el orgasmo balancea sistemas que usualmente dominan la atención y la conducta y no está seguro si este estado alterado se da necesariamente para obtener más placer o es solo un efecto colateral.

En cuanto a las diferencias entre las dos investigaciones, Georgiadis le da crédito a la posibilidad de una diferencia entre alguien que trata de imaginar la estimulación carnal y alguien que la recibe de otro. “Quizá, tener una pareja hace fácil dejar de lado el control y lograr el orgasmo. Alternativamente, tener una pareja hace menos necesaria la regulación de las sensaciones y el placer por parte del cerebro, que a fin de cuentas, como lo vienen indicando los expertos desde hace varios años, es el principal órgano sexual.