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Sí… pero no

Julia Londoño Bozzi, 2/7/2013

Ven claridad, llega ya. Siempre me gustó esta canción de Menudo y últimamente me la paso cantándola. Mi profesor de Psicoanálisis decía que cuando una letra se nos pega, vale la pena pensar por qué nuestro inconsciente la repite, o con qué la asociamos, y cómo se relaciona con cierto momento. Hagan el ejercicio, yo les comparto el mío.

Ilustración: ©ivo/13. - Foto:

Llevo muchos días repitiendo la canción de Menudo y deseando, por caridad, vivir en un mundo con más claridad, ese hábito subvalorado que es tan útil en la vida laboral, afectiva y social. Todos los días protagonizo y veo confusiones que nublan y empañan la vida.

Mi amiga Sara cuelga el teléfono quejándose del acoso de un idiota que la llama hace meses a invitarla a salir, pero a ella no le gusta.

¿No se da cuenta de que no me interesa? —pregunta inocentemente.

¿Entonces por qué la voz coqueta, el “hoy no puedo pero un día de estos…” ? Sería más sencillo decirle de una vez que no quieres salir con él, porque le gustas de una manera que a ti él no, y no quieres confundir las cosas. End of the story.

—Eso me daría pena, sería grosero.

¡Como si no fuera grosero hacerlo creer que tiene posibilidades cuando no las tiene y quejarse del iluso perseverante o del radical perdedor! Lástima no ser tan hábil para ver las contradicciones propias como lo somos para ver las ajenas. También he sido la Sara del paseo.

Con mucha frecuencia nos contradecimos: decimos una cosa con las palabras y otra con las acciones. “Créeles siempre a las acciones”, me aconsejaba otro profesor, “las palabras se hicieron para mentir, pero las acciones no mienten”.

El problema es que las acciones de Sara parecen decir varias cosas: demuestran que le encanta tener al tipo detrás, llamándola, por eso alimenta sus expectativas, pero a la vez demuestran su falta de interés por él, no le concreta las salidas. Y para completar, sus palabras aumentan la confusión: tal vez esta vez no, pero sigue intentándolo. ¡Qué laberinto!

Cuando le gustamos a alguien nos cuesta mucho ser claros, ya sea porque las atenciones del pretendiente alimentan el ego o porque da pena o pesar ser directo con las palabras, ¡pero curiosamente rechazar a la gente con las acciones no parece importarnos tanto! “No quiero herirlo”, decimos, como si lo doloroso fuera que nos dijeran “tú no me gustas”, cuando puede ser más demoledor sentir que te hicieron creer que sí, mientras tenían claro que en realidad no.

Al final uno agradece que le digan “tú no me gustas”, porque el mensaje es que es natural, que a mí no me gustes no significa que haya algo malo contigo, no hay que avergonzarse, a todos nos ha gustado alguien sin ser correspondidos.

Las situaciones confusas se repiten en los acuerdos cotidianos que hacemos; nos citamos con un amigo a las 6 de la tarde en un café, aunque sabemos que a esa hora termina el programa que nos gusta, es decir, sabiendo que saldremos a las 6, que no es lo mismo que llegar a las 6. El don de la omnipresencia no nos ha sido dado.

La confusión se repite en hombres y mujeres porque la habilidad para generarla no es patrimonio de un género ni de una generación. Seguro que esta historia les suena familiar: tienen un primo al que una amiga, Ana, le echó el ojo en un paseo. A él no le gusta ella sino otra, pero sabe que no tiene chance con la que le gusta.

Como quien no quiere la cosa, en el cumpleaños de la que le gusta, después de unos tragos, el primo saca a bailar a Ana, le pregunta por su trabajo y se muestra interesado por sus clases de Pilates. Ana se emociona, le pide que se queden otro rato, le pregunta si él la lleva a su casa, y deja en el carro de él la bufanda.

Cuando pasa por la bufanda, al día siguiente, él la invita a comer y le presta un libro que vio en la biblioteca de su hermana: Pilates para todos. Un mes después, al almorzar con tu primo, le preguntas por Ana y él confiesa que está mamado, que no entiende cómo se enredó con ella si nunca le ha gustado y de paso pide un consejo para zafarla sin ser demasiado grosero, “es que es muy intensa”.
Cómo sería de rico y útil hablar claro. Nos ahorraríamos problemas. Qué alivio decir “sí” cuando pensamos que sí y “no” cuando pensamos que no, qué liberador dejar de mentir y sostener mentiras, qué grato sentirse honesto y prescindir de las excusas. “Ven claridad, llega ya / dame luz, resplandor, libertad…”