Infidelidad

Detrás de todo hombre...

Revista Fucsia, 11/2/2012

Juan el Bautista, Marco Antonio, Eduardo VIII, Tiger Woods y Bill Clinton, todos tienen algo en común: perdieron la cabeza, algunos en sentido literal, por una mujer. Entérate aquí.

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Desde que Eva apareció en la escena, muchas mujeres se han convertido en el talón de Aquiles de hombres influyentes y poderosos. La Biblia está plagada de ejemplos. La primera mujer fue no solo la perdición de Adán, sino que condenó a todos los hombres sobre la Tierra. En el texto sagrado también está la tragedia de Sansón, que según se había profetizado sería el israelita encargado de liberar a su pueblo del yugo de los filisteos, gracias a su desmesurada fuerza. Pero el héroe terminó en brazos de Dalila, mujer del bando enemigo, a quien loco de pasión le reveló que el secreto de su fuerza radicaba en su pelo.

El resto es historia: se lo cortan, lo ciegan, vuelve a crecerle la melena y muere acabando con sus opresores. Tampoco sale bien librado Juan el Bautista, decapitado a petición de Salomé, hijastra de Herodes Antipas. Según la literatura, la princesa sentía una atracción tan fuerte por el primo de Jesús, que no pudo controlar su ira ante el rechazo. Y cuentan los evangelios apócrifos, que no fueron incluidos en el canon de la Iglesia católica, que María Magdalena era la compañera de Jesús y que eso desató la protesta de los demás discípulos, celosos de que ella fuera la preferida.

Desde entonces, son muchas las vidas de hombres que se han ido a pique por cuenta de un espécimen del supuesto sexo débil. “Se trata de relaciones de amor, locura y muerte en las que el común denominador es la pasión”, explica Susana Castellanos, literata y autora de los libros Amores malditos, Mujeres perversas de la historia y Diosas, brujas y vampiresas. Según ella, son mujeres de gran carácter que consiguen lo que quieren a toda costa.

Las historias legendarias lo demuestran. La saga artúrica tiene un triángulo amoroso formado por Ginebra, esposa del rey Arturo, y el más leal de los Caballeros de la Mesa Redonda, Lancelot, quien se deja seducir por la mujer de su rey. Cuando Arturo descubre el adulterio, Ginebra es condenada a muerte y ante el horror de perderla, Lancelot se le enfrenta al regente y el reino ideal se despedaza. Finalmente, Arturo muere y la manzana de la discordia termina recluida en un convento.

El cadáver de la novia

“La historia está llena de casos de femme fatales que usan su poder de seducción”, agrega Susana. Hay mujeres que han desatado guerras, como Helena de Troya, otras que de alguna manera han provocado el suicidio de hombres valerosos, como le sucedió a Marco Antonio por Cleopatra, y otras que han hecho que algunos reyes pierdan su corona y de paso la cordura, como Eduardo VIII, por culpa de la norteamericana divorciada Wallis Simpson.

Este último es el caso de Pedro I de Portugal, durante la Edad Media. Antes de ser rey su padre, Alfonso IV, había arreglado su matrimonio con la noble Constanza de Castilla. Resulta que la mejor amiga de ésta fue la que en realidad le movió las entrañas al heredero. Se trataba de Inés de Castro, hija bastarda de un noble gallego. A pesar de sus sentimientos, Pedro se casó con su prometida, pero convirtió a Inés en su amante. La futura reina no pudo soportar la traición de sus dos seres queridos y murió desilusionada después de dar a luz a su tercer hijo. Cuando Pedro creyó tener el camino libre para casarse con su amada, el Rey se opuso y mandó a Inés al exilio. El Príncipe fue a rescatarla para que se casaran a escondidas.

La pareja tuvo hijos y en el reino todos estaban preocupados por el tema de la sucesión del trono, pues temían que la familia de los De Castro llegara a detentar demasiado poder. Por eso, Alfonso IV decidió asesinar a su nuera durante un viaje de su hijo. Sin importarles sus nietos y en su presencia, sus ayudantes la apuñalearon y la degollaron. Al enterarse, Pedro se enfrentó enloquecido a su padre, pero su madre lo calmó. El heredero sabía que era solo cuestión de esperar. Y así fue: dos años después el Rey murió y Pedro ocupó el trono. Su primera misión fue perseguir a los asesinos de su amada. Cuentan que cuando los agarró, los sometió a una tortura horrenda. Luego les sacó el corazón y, como cierre perfecto de su venganza, los devoró. En medio de su delirio ordenó desenterrar el cuerpo de su esposa, hizo que la vistieran con un ajuar de reina, tapándole con un velo la cara carcomida, y que la sentaran en el trono con corona y todo para que sus súbditos le rindieran pleitesía.

El pecado del amor
En asuntos de pasiones, ni Dios ha podido apagar algunas, como la de Abelardo y Eloísa, encendida también durante la Edad Media. Él era uno de los grandes intelectuales de la época en París, donde trabajaba como maestro laico. Cuando tenía 36 años conoció a su ‘Lolita’, una huérfana de 15 años que había crecido en un convento de monjas, pero que luego pasó al cuidado de su tío Fulberto, canónigo de la Universidad de París. Fue tal el arrebato de Abelardo, que se las ingenió para convertirse en tutor de Eloísa y vivir bajo el mismo techo. En el libro Amores malditos aparece una frase que Abelardo habría escrito en su autobiografía: “Los libros permanecían abiertos, pero el amor, más que la lectura, era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían más a sus senos que a los libros”.

Cuando el tío se enteró de las andanzas de los amantes, enfureció. Sin embargo, la joven estaba embarazada y la única manera de recuperar la honra de la familia era que Abelardo la convirtiera en su esposa. Eloísa dio a luz a Astrolabio (así lo llamó porque supuestamente el día de su concepción iba a estudiar con su amante las funciones de ese artefacto), pero se negó a casarse porque sabía que si su romance salía a la luz, sería un desprestigio para Abelardo, quien se codeaba con cardenales y arzobispos. Aun así, la boda se celebró en secreto para calmar a Fulberto.

La dicha duró poco y el chisme salió a la luz. En medio del escándalo, Abelardo envió a Eloísa a un convento para acallar los rumores. Esta actitud hizo que el tío creyera que el reconocido filósofo quería deshacerse de la joven. En venganza, sobornó a los hombres de confianza de Abelardo para que cuando estuviera dormido lo castraran. Los perpetradores del crimen recibieron castigos ejemplares, pero el daño estaba hecho. Convertido en eunuco, por miedo a las burlas, Abelardo se negó a enfrentarse al público nuevamente y buscó la paz convirtiéndose en monje. Aunque Eloísa también recibió los hábitos, nunca dejó de escribirle apasionadas cartas recordándole que su amor fue ardiente y terrenal.

La mujer araña
“En la historia abundan las mujeres que envenenaron a los hombres. Unas envenenaban su cuerpo, como lo hizo Livia con su esposo Augusto, el primer emperador del Imperio Romano, poniendo una sustancia tóxica en sus higos. Pero otras envenenan el alma con sus perfumes, su maquillaje, o sus bailes”, comenta Susana. Este es el caso de la irlandesa María Dolores Eliza Rosanna Gilbert, mejor conocida por su nombre artístico de Lola Montez, “la creadora del streep-tease en el siglo XIX”. De joven siempre fue rebelde, se dice que escandalizaba porque le gustaba correr desnuda. A los 16 años la apasionada Eliza se fugó con un teniente del Ejército inglés, pero pronto se dio cuenta de que lo suyo no era el amor de un solo hombre. “Para las seductoras los maridos no son importantes, solo tienen ansias locas de amar y ser amadas”, afirma Susana.

Por esa época conoció a un hombre que le ofreció trabajo como bailarina en teatros londinenses, bajo un nombre falso. Pero le tocó buscar suerte por toda Europa porque desató un escándalo cuando se supo que en realidad era la esposa de un oficial. Desde entonces, empezó a prestar sus favores como dama de compañía de hombres ricos. En Munich, el dueño de un teatro la echó a patadas porque su danza española no le pareció de calidad. “En realidad no sabía bailar, pero era graciosa y se inventó el baile de la araña que consistía en fingir que un animal se le metía entre la ropa y ella tenía que quitársela para evitar que la picara”. Ofendida con el empresario, se las ingenió para presentar su queja ante el mismísimo rey Luis I de Baviera, quien cayó en su red. La convirtió en su amante, le daba lo que ella le pedía, hasta el título de Condesa. Ella aprovechó su poder y andaba con un látigo azotando a quien se atreviera a ofenderla. El pueblo indignado se reveló y al Rey le tocó abdicar. Lola se fue a recorrer Europa y el destronado quedó desolado.

Encanto suicida
Dicen que por su desamor varios intelectuales de la talla de Nietzsche, Freud, Rée y Rilke llegaron a desear la muerte. Lou Andreas-Salomé los seducía con su forma de pensar, pero al parecer no quería tener contacto físico con ellos. La escritora rusa llegó a hacer que Friedrich Nietzsche le propusiera matrimonio, pese a su fama de misógino. Ella lo rechazó y él se encargó de decir que la mujer “sufría de atrofia sexual”. Por su parte, Paul Rée no soportó que ella se casara con el profesor de lingüística Carl Friedrich Andreas, a pesar de que su matrimonio tenía fama de célibe. Dicen que Rée en realidad se suicidó por eso, saltando al vacío en un desfiladero.

Con el paso del tiempo las mujeres siguen poniendo en jaque a hombres poderosos. De eso puede dar fe Bill Clinton, a quien le hicieron un debate moral en Estados Unidos por cuenta de su affaire con Mónica Lewinsky, una becaria insignificante hasta entonces, que llegó a la fama por sus andanzas en la oficina oval. Lo mismo puede decir Tiger Woods, a quien su larga lista de mujeres le hizo perder patrocinio de grandes marcas y prestigio; o Dominique Strauss-Kahn, a quien las acusaciones de acoso sexual a una camarera le costaron su cargo en la dirección del Fondo Monetario internacional y sus aspiraciones a la presidencia de Francia. Todo por unas curvas peligrosas.