Editorial

Niñas con ínfulas de macho

Lila Ochoa , 16/3/2012

Con el pasar de los años las mujeres pasaron de ser conquistadas a conquistar y proponer cuando un hombre les atrae.

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Hasta hace pocos años, las reglas de juego para el romance estaban claramente establecidas. Si a las niñas les gustaba un muchacho, se las ingeniaban para hacérselo saber, y normalmente la mejor amiga era la encargada de propiciar el encuentro. Durante siglos, la literaturatrató el tema y La Celestina es la primera alcahueta de la historia, con su intervención en el romance de Calisto y Melibea. 

Tiempo después, Tirso de Molina contaba las miles de argucias que don Juan utilizaba para seducir. Con esta especie de manual de instrucciones crecimos muchas generaciones, unas con reglas más estrictas que otras, pero siempre con la convicción de que, como decía mi abuela: “El hombre propone y la mujer dispone”.

The Rules (Las reglas), hasta hace unos años uno de los libros más vendidos del mundo, estaba dedicado a explicarle a las nuevas generaciones cómo eran las normas del cortejo. Salir a cine con el novio y la mamá, era normal en los años 70. Los noviazgos se sucedían en la sala de la casa, con algún hermano como policía. 

Llamar a un muchacho era considerado algo de muy mal gusto. La idea era hacerse la difícil. Yo creo que una de las razones por las cuales nos casábamos tan jóvenes, era porque con tanta vigilancia era imposible pasar de un beso. Cuando fuimos madres y tuvimos que educar a nuestras hijas, queríamos que ellas tuvieran una experiencia diferente. Nos educaron como a nuestras abuelas, pero pertenecemos a la generación de los 60, que se cuestionó todo. 

Queríamos que nuestras hijas fueran dueñas de su vida y no dependientes de un papá o un marido. Pero después de tanto insistirles que salieran a conquistar el mundo, que la cristalización de sus sueños era posible en la medida en que lo desearan, éste dejó de ser un mensaje para la realización personal para convertirse en una actitud de vida.

Ahora, lo corriente es que si a una mujer le gusta un muchacho, se acerque y le proponga. Aun más, no le interesa si está acompañado; tranquilamente lo saca a bailar y empieza a desabrocharse la blusa, tal como me lo contó una amiga joven. En la medida en que mujeres y hombres tienen iguales oportunidades en la educación y más tarde en el trabajo, éstas empiezan a actuar como los hombres. 

Fuman y toman trago por igual, y obviamente quieren tener sexo en las mismas condiciones que ellos. La cultura, a través de la música y el cine, se ha encargado de validar estas actitudes. ¿El resultado? Por un lado, el sexo se ha convertido para las mujeres en algo sin mayor significado. Se han modificado los papeles y ahora ellas pretenden ser la parte dominante de la relación; detentar el control. 

De lado queda el sentido de la intimidad, del sexo en un entorno de amor, como se ve en películas como Acoso sexual, donde Demi Moore persigue a Michael Douglas. Esta generación de mujeres ha terminado por creerse las dueñas del poder. Se han vuelto más agresivas y el primer problema que trae este cambio es la promiscuidad, la menor voluntad de compromiso y el incremento del contagio de sida y otras enfermedades de transmisión sexual entre las mujeres. 

Ya en Latinoamérica hay un millón quinientos mil infectados, de los cuales 50 porciento son mujeres. Pero la igualdad tiene su precio: beneficia a los muchachos, pues les ahorra ser rechazados. Ahora no son ellos los que hacen el oso, son las niñas, pero también pierden la emoción del juego de la conquista. Así que si sus amigas se lanzan a cazar a su presa favorita no les crea. Los valores universales no cambian, y el hombre quiere seguir siendo el cazador. Uno siempre valora más lo difícil.

 

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