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Adolfo Zableh busca la pinta ideal para casarse

Adolfo Zableh Durán, 18/11/2015

De la mano de la experta en moda y asesora, Diana Neira, Adolfo Zableh descubrió que la formalidad puede tener algo de gracia. (Crónica obligada para que todas las novias se la pongan a leer a los novios).

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Nuestro columnista de FUCSIA, Adolfo Zableh, aceptó el reto de ir en busca de un traje de novio ideal para casarse en un lugar frío o uno caliente. De la mano de la experta en moda y asesora, Diana Neira, este esquivo de la moda descubrió que la formalidad puede tener algo de gracia (Crónica obligada para que todas las novias se la pongan a leer a los novios).

Por Adolfo Zableh.


Siempre he creído que casarse de esmoquin clásico un sábado en la noche en un club social es lo más aburrido que hay. Matrimonio que se haga así está condenado al fracaso, así es que casarse de sacoleva, frac o similares nunca ha sido una opción.

Igual, no importa la hora, el clima, ni el lugar donde se celebre, para un hombre todo lo que tiene que ver con una boda es un evento cursi, aunque en este caso, cursi entretenido. Porque si la novia se prepara a conciencia, con sesiones de spa y salón de belleza, dieta, corte y peinado, y encima escoge —con meses de anticipación— un vestido que vale una millonada y que nunca más va a usar, el novio no puede llegar con la primera pinta que encuentre.

Y aunque yo no tengo planes de casarme por ahora, me pareció divertido jugar al novio durante un par de días y zafarme por una hora de los jeans, la camiseta y los tenis de siempre. Por fortuna, tuve a mi lado a Diana Neira, una de las personas que más sabe de imagen en el país. Ella me guió y corrigió cada burrada de etiqueta que iba cometiendo.

Matrimonio en tierra caliente

Si hay alguien que sabe vestir a un hombre en tierra caliente, esa es Lina Cantillo, barranquillera como yo, aunque con el acento mucho más marcado. Su última colección, hecha en lino 100 por ciento natural, está inspirada en oriente (y en este punto, usando esta terminología me siendo como periodista de moda).



La primera camisa que encontré era, en apariencia, clásica, pero cuando la vi de cerca resultó que llegaba casi hasta la rodilla.
A este estilo se le conoce como guayabera tipo caftán, y lo usan en la India. La segunda era un kimono sin botones y con una abertura frontal que yo insistía en llamar “escote” aunque no lo fuera.

De la mano de Diana y Lina, y probándome pinta tras pinta, me sentí en la típica escena de película de Hollywood donde la novia sale del vestidor con diferentes vestidos y sus amigas (o el tipo que está enamorado de ella en secreto y sueña con pirateársela al prometido) van opinando.

Después de una sesión de prueba, terminé eligiendo dos posible pintas (tres en realidad). La primera, una guayabera cuello Mao (para que entiendan los ignorantes en el tema, un cuello de cura) con un nudo chino hecho a mano que le sumaba bastante en diseño, y dos bolsillos frontales calados a mano.

La segunda opción, que la verdad fue mi preferida, fue una guayabera tipo polo con botones que le llegaban apenas hasta el pecho y no hasta el final, es decir, media pechera, y con un cuello clásico.

Primero me la medí sin chaqueta, y luego con una hecha en lino también, de solapa clásica, dos aberturas en la espalda, un solo botón al frente y tres bolsillos: los dos de siempre en la parte baja y el tercero, el de arriba, más pequeño para llevar el pañuelo.



Ahí aprendí varias cosas. Una, que ese pequeño bolsillo se llama Aletilla; otra, que al estar de pie, una chaqueta se debe llevar al menos con un botón apuntado; y la última, que la manga de la camisa debe ser más larga que la de la chaqueta, y que debe quedar en el punto donde el dedo pulgar se une con el resto de los dedos de la mano para que, al doblar el brazo, se recoja y llegue hasta la muñeca. En cuanto a los zapatos, nunca los use oscuros en tierra caliente si va vestido de color claro. El tono ideal es el piel o algo que se le parezca.

Todas estas instrucciones pueden sonar a tecnicismos a los que los hombres les tememos, pero que con buena asesoría, cualquiera puede terminar pareciendo un experto en moda.  

Matrimonio en tierra fría

El elegido para esta tarea fue Ricardo Pava, para muchos el mejor diseñador de ropa masculina en Colombia. Unos 60 mil matrimonios al año se celebran en el país y Ricardo viste al novio en alrededor de 600 de ellos. Es conocido por sus chaquetas entalladas y su ropa ajustada, hecha a la medida, lo cual puede ser un problema para ciertos cuerpos, pero no para mí, según Diana. Mentiría si no digo que me subió el ego cuando me dijo que tenía un físico privilegiado: alto, flaco, buen porte y cara ovalada pero de rasgos fuertes.

Al parecer la cara ovalada es una especie de licencia para hacer con la ropa lo que a uno se le dé la gana, y solo el 10 por ciento de las personas en el mundo la tienen. Lo único que sí me pidió fue que a mi matrimonio no llegara de barba descuidada, que es como suelo usarla. Usar barba es taparse la cara, casi como casarse de sombrero y gafas oscuras.



El punto es que, alentado por sus palabras, empecé a darme licencias como si me las supiera todas, cuando la verdad es que nada sé del asunto de vestirme para un matrimonio. Gracias a ella aprendí varias cosas. Primero, que si la celebración es de día, mejor no usar un traje negro ni brillante; algo así se ve mejor en la noche. Para el día, en cambio, resulta más apropiado algo claro y mate.

Segundo, que es preferible usar prendas del mismo color así no sean del mismo tono: gris con gris, negro con negro, azul con azul y así. Mezclar colores (lo que se conoce como Bocadillo) no es siempre lo más afortunado, porque cada cambio de color hace que la persona crezca a lo ancho y no a lo largo. Por ende, se verá más gordo que alto.

Después de pasar por muchas prendas y tres colores clásicos (azul, negro y gris), terminé escogiendo un chaqueta azul estilo republicano, muy ajustada al cuerpo, con botones metálicos unidos por cadenas y un pantalón negro, ajustado también. Ya sé que Diana dijo que mezclar colores no era lo ideal, pero como afirmó también que tengo un físico privilegiado, me di el gusto de darme ciertas licencias. Todo esto acompañado de un corbatín negro, una camisa blanca clásica, —que es de lo más sobrio y al mismo tiempo elegante que un novio puede llevar—, y zapatos negros de amarrar, que son también sinónimo de elegancia por encima de cualquier otro modelo.



Un consejo para los hombres que no son altos: no usen zapatos muy puntiagudos
, ya que se verán como una L. Y aunque terminé de esmoquin, puedo asegurarles (y las fotos lo confirman) que no se trató del típico esmoquin negro que alquilan en cualquier lugar.

Después de haber hecho este ejercicio, y de todo lo que me enseñó Diana, se me quedó algo que nunca voy a olvidar: a la larga no hay reglas y lo que uno escoja se debe notar que lo hizo con cuidado y no por dejadez. En sus propias palabras, lo único que no se negocia es la identidad, gran frase que de ahora en adelante espero aplicar en la moda, pero también en la vida.