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Lo que las mujeres nunca olvidan

Gustavo Gómez , 10/10/2011

Cuando uno está casado descubre que es muy cierto aquello de que las mujeres nunca miran y siempre observan. Ofendiendo a los puristas del idioma, diré que ellas escanean todo lo que se les pasa por delante.

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Mi casa. 8 p.m. Ella y yo frente al televisor. La SoHo está sobre la cama. Mi mujer, aburrida con una repetición del capítulo de Star Trek en que Kirk asiste al transplante de cerebro de Spock —el peor en toda la historia de la serie—, se sumerge en la revista. Entonces, luego de 40 minutos de rigurosa revisión (las mujeres no hojean ni leen revistas; las mujeres las aprenden de memoria) me dice: “‘Ratón’, los zapatos que usa esta niña ya habían salido antes”. ‘Ratón’, que soy yo, no puede creer que mi mujer tenga entre manos un par de fenomenales tetas, y esté concentrada en los zapatos. Tiene que ser una tomadura de pelo, pero, temeroso de haberme casado con una especie de disco duro con piernas, llamo a Lina Valenzuela, la máxima autoridad de la producción en SoHo. Lina me revela que, efectivamente, ocho ediciones (¡meses!) atrás esos zapatos, idénticos, vestían los pies de otro par de tetas. Increíble.

O tal vez no tanto, porque cuando uno está casado descubre que es muy cierto aquello de que las mujeres nunca miran y siempre observan. Ofendiendo a los puristas del idioma, diré que ellas escanean todo lo que se les pasa por delante. Y lo hacen por dos características que escasean en la mitad masculina del mundo: inteligencia y buen gusto. El hombre, que es una bestia disfrazada de persona, está educado para responder a estímulos primarios, y no sólo en el sexo, sino en el ejercicio de todos los sentidos; la mujer, no: ve, oye, siente y toca con una profundidad envidiable, y el producto de sus experiencias sensoriales queda archivado en su cerebro. El hombre, para poner sólo un caso cercano, no se acuerda ni de cuál es el nombre de la modelo que su mujer descubre repitiendo zapatos en una revista.

Dos palabras sobre el buen gusto: no será una característica básica en la tarea de garantizar la supervivencia, pero déjenme anotar que es un don vivir rodeados de buen gusto. Y no se crean que el buen gusto es pariente obligado del lujo. El buen gusto, eminentemente femenino (y gay, porque los homosexuales suelen reunir lo mejor de ambos mundos), consiste en combinar las dosis precisas de estética, moderación y utilidad, algo que los hombres encontramos tan comprensible como el tercer caso de factorización de la Baldor.

En resumidas cuentas, las mujeres saben para qué sirven los ojos y los oídos, y tienen un poder de almacenamiento de datos que trasnocharía los hombres que diseñan las computadoras de Bill Gates. Hombres, al fin y al cabo. Y, repito, son ellas seres dotados de una inteligencia inagotable. A veces, aunque pocas, les falla, sobre todo cuando se casan con tipos como yo.

Posdata: A propósito de Star Trek, nadie duda que los reyes del show eran Spock y Kirk, pero, pasados cuarenta años desde su estreno, hay quienes olvidan si el capitán de la Enterprise era este o aquel. Eso sí, todos nos acordamos de las piernas de la teniente… la teniente… la ten… “Amor, ¿cómo era que se llamaba la teniente de Star Trek?…” “Uhura, ‘Ratón’, se llamaba Uhura; y cambia de canal porque va a comenzar Desperate Housewives”.