"No podemos construir la paz si estamos llenos de ira"

fucsia.co, 3/12/2014

La periodista, activista y defensora de Derechos Humanos Lydia Cacho es un símbolo en su país, México, una mujer que ha consagrado toda su vida a defender los derechos del género femenino y los niños.

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“Si no te gusta, tienes que pensar qué vas a hacer al respecto”, le decía a Lydia Cacho y a sus hermanos su madre, una feminista convencida, cuando estos le preguntaban por qué otros niños de su edad padecían los desajustes de un Estado que fomenta las desigualdades sociales. Esta frase ha definido la vida y lucha de la periodista y activista mexicana de 51 años. También su compromiso de erradicar la violencia perpetrada por diferentes agentes del estado y la delincuencia organizada que asola su 'México lindo'.

Cacho fue una de las invitadas a la conferencia ‘Mujeres constructoras de paz’ que se desarrolló recientemente en Bogotá con el fin de dejar constancia de la necesidad de involucrar al género femenino en la resolución no violenta de conflictos. A este respecto, los pasos que se están realizando en la región a favor de la visibilización de la mujer son cada vez más acertados y perceptibles. “Los medios de comunicación latinoamericanos hablan sistemáticamente de la violencia contra las mujeres, el acoso sexual infantil, la trata… Las cosas han cambiado gracias a nuestros esfuerzos y nuestras convicciones, porque justamente en la construcción de la paz está el reconocimiento de los méritos y logros de todos los seres humanos que se involucran en cualquier movimiento social”, aseguró.

En 2004, la periodista presentó su libro Los demonios del Edén. En este recogía sus investigaciones sobre una red de pornografía y prostitución infantil que operaba en Cancún, ciudad donde reside desde hace 16 años, y en el que estaban involucradas “personas muy poderosas, también políticos”. A raíz de su publicación, Cacho recibió múltiples amenazas para que cesara su labor investigativa. “El periodismo es un trabajo de alto riesgo. Sabía perfectamente los alcances de las mafias y más las mafias insertadas en el poder político. Contrataron a un presidiario al que habían pagado 5.000 pesos, equivalente como 350 dólares, para asesinarme. En ese momento pensé ‘¿350 dólares vale mi vida? Que barata salgo. Espero poder ser un poquito más cara. Voy a seguir trabajando, investigando’”.

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Y así lo hizo. Algo más de medio año después, mientras salía de su oficina, un grupo de policías armados  y vestidos de civiles la rodearon, la pusieron un arma a la altura de las costillas y la subieron a un carro. Durante 20 horas de trayecto la torturaron, física y psicológicamente, y la amenazaron con matarla. “La primera reacción que tuve fue la gran necesidad de comunicarme con alguna parte de humanidad de estos policías, vincularme emocionalmente con ellos. Les pregunté si tenían hijos, y uno sacó las fotografías de los suyos. Le pregunté que qué tal si ellos  hubieran sido violados por estos señores. Él me respondió que si eso hubiera pasado, los hubiera asesinado y cortado en pedacitos él mismo, pero que ahora eran ellos quienes le pagaban”. Finalmente, la dejaron libre, no sin antes torturarla en una prisión de Puebla.

Desde ese momento, se mantuvo firme en su labor, pasando a ser un símbolo de la lucha de los derechos humanos en su país, especialmente el de los niños y las mujeres. “La sociedad durante siglos nos ha pedido a las mujeres que por favorcito les pidamos a los hombres que eligen ser agresores que no nos peguen tanto. Qué por favorcito les digamos a los militares y a los policías que no nos torturen tanto. Que por favorcito les digamos a los violadores que nos traten mejor. El mundo está al revés y no le podemos dar la vuelta si no es desde una perspectiva de paz. De construir argumentos más sólidos, más justos, para luchar contra todas las formas de violencia y particularmente la violencia contra las mujeres y las niñas. No es que hoy violen a más mujeres, es que ahora las mujeres se atreven a denunciar”, considera.

El secuestro le valió a Cacho para aprender una de las lecciones más importantes de su vida, que le acompañaría hasta el final de sus días: que nadie puede dar aquello de lo que carece. “No podemos dar de lo que no tenemos. Lo que han logrado los terroristas de la delincuencia organizada y los terroristas de nuestros ejércitos y de nuestras policías es convencernos de que la vida del otro no vale tanto como la mía. No podemos construir la paz si estamos llenos de ira, de resentimiento, de odio”.

Fiel a su lema, Lydia Cacho vive en paz consigo misma. Porque nadie puede dar de lo que no tiene.