Figura

Obsesiones que destruyen

Lila Ochoa, 28/8/2011

Las mujeres quieren ser flacas para gustarles a los hombres, y a ellos no les gustan así. Pues la mala noticia o, mejor dicho, la buena, es que a los hombres les interesan las mujeres-mujeres. Las curvas y la carne, para hablar de frente, son las que atraen a un hombre.

"No solamente por un problema estético, sino que hay que pensar quién va a tener energías para hacer el amor si sólo se ha comido una lechuga y una manzana durante el día" (Foto: Thinkstock - Foto:

Definitivamente, el tema de la anorexia se está apoderando de la vida de las mujeres, no importa su edad. Un fenómeno que hasta ahora era un tema de jovencitas inmaduras e inseguras, es hoy una realidad entre mis contemporáneas e inclusive en mujeres de la tercera edad. Parecería que un virus colectivo está atacando a la población femenina y a uno que otro hombre.

Vivir a dieta, estar pendiente de la balanza y tomar toda clase de menjurjes para estar flaca se ha convertido en una obsesión. Es impresionante ver cómo una mujer sana, alegre y un poco rellenita, de un momento a otro aparece como un esqueleto, con los ojos tristes, pero ‘feliz’ porque le puede contar a sus amigas que perdió diez kilos.

Intrigada por este fenómeno, me puse a hacer unas miniencuestas entre unos amigos para conocer el punto de vista masculino. Llegué a pensar que si no será que a los hombres les fascinan las mujeres esqueleto, si por cuenta de ellos estamos llegando a extremos inimaginables que nos están convirtiendo en ganchos de ropa.

Pues la mala noticia o, mejor dicho, la buena, es que a los hombres les interesan las mujeres-mujeres. Las curvas y la carne, para hablar de frente, son las que atraen a un hombre. Les parece espantoso ver palillos en lugar de cuerpos saludables, voluptuosos y llenos de vida.

No hay nada más aterrador que estar almorzando con un grupo de amigos y ver a estas mujeres sacando de la cartera una serie de frascos. Una pepa para quitar el hambre, otra para quemar la grasa, un polvito extraño para eliminar el agua y otra para quitar la ansiedad, ¡parecen una droguería ambulante! Lo peor del caso es que hacen esto sin que les importe el daño que le ocasionan a su salud. Es como si el instinto de supervivencia hubiera desaparecido entre tanta pepa y entrarán en un estado de autodestrucción.

Todas queremos estar bien, vernos bonitas en el espejo y atraer la mirada de los hombres, pero lo que estamos logrando es más bien sacarlos corriendo en lugar de seducirlos. El amor y la anorexia no combinan. No solamente por un problema estético, sino que hay que pensar quién va a tener energías para hacer el amor si sólo se ha comido una lechuga y una manzana durante el día.

Acepto una cosa: no es discutible que la ropa se ve mucho mejor puesta sobre una figura delgada, pero esa delgadez tiene sus límites y no creo que valga la pena vivir a punta de agua aromática y zanahorias. Históricamente, hombres y mujeres han consumido la misma cantidad de calorías: 3.000 los hombres y 2.500 las mujeres, y ambos eran flacos en épocas pasadas. Sólo hay que ver las pinturas del siglo XIX o, sin ir más lejos, las tallas de la ropa de nuestras abuelas. La diferencia es que ellas hacían mucho más esfuerzo físico del que se hace hoy en día y, por eso, ahora acumulamos calorías en lugar de gastarlas.

En Alemania, por ejemplo, entre 1910 y 1956 los ingresos aumentaron en 133 por ciento y el consumo de comida tan sólo en 7. El consumo de calorías bajó 3 por ciento, lo mismo que el de proteínas.

Por otra parte, el contenido de la dieta básica es hoy ligeramente más alto que en el siglo XVIII, a pesar de que la gente es entre diez y veinte veces más rica. Cambiamos el pan por el sushi, pero no aumentamos la cantidad de calorías.

Estoy empezando a creer que las mujeres nos estamos autodestruyendo por competir las una con las otras y no a causa de los gustos de los hombres, como queremos creerlo. Ellos prefieren a una Marbelle rellenita, divertida y feliz en lugar de una flacucha desabrida y triste que no tiene energía ni para levantar un dedo. ¿Se han preguntado todas esas mujeres si no están pagando un precio demasiado alto tan sólo para que sus amigas las envidien?


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