Home /

Bienestar

/

Artículo

Sicología

Locas por las liquidaciones

RevistaFucsia.com, 24/7/2012

¿Podemos resistir la tentación de entrar a un local cuando la vitrina está cubierta de carteles de Sale o frases como ‘Todo al 50%’? Imposible. Te contamos aquí la historia que se repite en la mayoría de las mujeres, de por qué afirmamos esta teoría.

Pantherstock - Foto:

           Si, si, si. Lo hice una vez más, ¡no lo puedo creer! Me juré y perjuré que no lo haría más. Pero no hubo caso, volví a caer. Qué débil soy, ¡por favor!

Había prometido no rendirme, pero una vez más me encontré de rodillas frente a él durante un largo rato, hasta sentir las piernas dormidas. Lo vi ahí tan solito, y no pude, una vez más no pude. Estaba en un rinconcito de ese enrome local y fue imposible evitar caer rendida a sus pies. El pobre canastito de las ofertas me llamaba, me pedía por favor que fuera a verlo. Y ahí me encontré una vez más, revolviendo la ropa como si estuviese metiendo las manos en el cofre sagrado de los piratas. Volví a caer en la tentación de comprarme gran parte de lo que estaba dentro, otra vez me encontré con los brazos llenos de cosas del canasto de las ofertas.

Es que cuando entro a un local y veo un canasto con las liquidaciones no puedo evitar correr hacia él. ¿Por qué? Simple: sólo porque sé que es barato y porque no puedo resistirme a la palabra oferta, y ahí me encuentro llevándome de nuevo cosas que no necesito, pero que en el momento siento que sí.

Dos camisetas al precio de una. Dos camisetas que nunca voy a usar porque son dos tallas más pequeñas que la mía, pero las compro por las dudas con la esperanza de que algún día voy a levantarme con varios kilos de menos. Las quiero aún sabiendo que después van a parar a ese rincón del clóset reservado para las cosas que jamás usaré, y que compré solo porque estaban de oferta. Pero es así... ¡y no puedo evitarlo!

¡Qué manía por Dios! Es un cuento de nunca acabar. Veo la palabra oferta y me mueve, veo un cartel de liquidación y entro. Camino como embobada, mirándolo todo, exigiéndome de algún modo que algo de lo que está en liquidación necesito. He llegado a entrar en un local de ropa para niños (cabe aclarar que no tengo hijos) porque en la vidriera había un cartel del 50% de descuento en la segunda prenda, y llamé a mis amigas con hijos preguntándoles si necesitaban algo, para aprovechar la oferta. Y ahí estoy comprando camisas diminutas para guardarlas para algún cumpleaños.

En el súper también lo padezco
, he comprado entonces enormes paquetes de jabón en polvo de a dos, solo porque el segundo estaba al 30% menos. Kilos de jabón en polvo, ¿para qué?, si vivo sola. Pero no me importa, los llevo igual. Y así con el detergente, el papel higiénico y demás.

Por suerte, no soy la única y eso me sirve de consuelo. El otro día me llamó una amiga y me dijo: ¿necesitas un colchón inflable? -¿Qué? –contesté-. ¿Un colchón inflable? –Si, me dice-. Por un momento siento que enloqueció y me da miedo, pero al instante todo se aclara. –Es que estoy en una casa de camping comprando una carpa y si llevo un colchón inflable, la carpa me sale a la mitad.

Me lo dijo con un entusiasmo y una alegría que dudé un instante e inmediatamente recordé que no necesitaba un colchón inflable, no solo porque odio salir de campamento, sino porque ya me llevé uno cuando fui con mi sobrino a comprar una campera para la nieve y con la campera te regalaban un colchón inflable. Se lo conté. Nos reímos un rato y cortamos.

Pero seamos sinceras: ¡qué tentación la frase dos por uno, los descuentos de los miércoles, el de los martes y los jueves, y el de los sábados y viernes... Y... que manía de acumular cosas innecesarias, cosas que jamás usaré, porque son chicas, porque son grandes, porque se rompen con solo mirarlas.

A veces me desvelo y me quedo mirando horas la Tv. en la madrugada en el canal de las compras por TV, y siento que hay cosas que me vendrían bien, como el sillón gigante inflable (que obvio no entra en mis dos ambientes), la picadora de verduras, el kit de manicura (aunque me como las uñas), y la parrilla portátil, pero por suerte resisto y me digo: ¡No!

Así es, así soy, así somos. Locas por las ofertas, por los canastos de liquidaciones, comprando cosas porque son baratas nomás, aún sabiendo que todo termina en un rincón esperando por nuevos amigos.