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Los horrores de la adolescencia- Parte 1: Mi primer tampón

Susana y Elvira Susana y Elvira, 20/5/2009

Por: Elvira

www.susanayelvira.com Esta sociedad machista ha llenado de mitos la vida femenina. Y muchos hechos son sobreestimados precisamente, por ese machismo. El más importante es cuando uno se vuelve mujer. En este imaginario -que ha sobrevivido desde la época de las cavernas- hay dos grandes momentos que representan esta evolución: la primera regla (“ay, mi niña se hizo mujer”, dicen algunas mamás cursis) y la primera vez (“mami, yo te hice mujer”, dicen algunas garras que acaban de ‘desvirgar’ a una ‘otrora’ niña). Pues bien, no me ocuparé de lo segundo, sino de un efecto del primero: mi primer tampón, que pudo haber sido un momento más, pero se convirtió en uno de los días más miserables de mi existencia por culpa del señor Ob. Aun recuerdo con terror esa primera vez en que tuve que introducirme en lo más profundo de mis entrañas un tampón de esos fatales sin aplicador que usaban las mamás. Mi mamá me había explicado cien mil veces cómo usar un coso de estos. Pero creo que poco a nada le había puesto atención, porque cuando me tocó hacerlo, casi muero en el intento. Estábamos en unas vacaciones (porque estas cosas siempre pasan en paseo), y como yo no pensaba aguarme mi paseo de tierra caliente, llegó el momento de enfrentar los miedos y tratar de introducirme un adminículo de estos por un hueco que nunca había explorado. Me subí al baño y destapé una caja de Ob -reitero, SIN aplicador (cosa que no entenderán los hombres que lean esto)-, que me había empacado mi mamá por si acaso, y empecé a leer las instrucciones. Los dibujitos y descripciones “sencillas” eran tan crípticas como las instrucciones para armar un mueble de Ikea. Sin embargo, había que hacerle frente a esto. Mientras todos mis primos chapoteaban en la piscina, yo, encerrada en el baño analizaba los simpáticos tamponcitos junior y me encomendaba al todopoderoso para que no fuera a protagonizar una de esas historias de terror que uno oía en el colegio o leía en la revista Tú. Así que me senté en la taza, saqué un tampón y empecé a buscar por dónde se suponía que me lo tenía que meter. Recuerden que esto siempre había sido territorio inexplorado, así que encontrar el hueco es bastante complicado. Hice cinco intentos pero siempre quedaba la mitad por fuera y el dolor era horrible. Ahí ya me había terminado la mitad de la caja. Después intenté seguir un consejo de la caja de Ob que decía que si sentado no podía, tratara acostado. Así que me tendí en el suelo del baño y traté de introducirme el sexto, el séptimo y el octavo tampón. Nada. Mitad por fuera, mitad por dentro. Al calor del medio día, después de llevar como 45 minutos de intentos fallidos, sólo lloraba del desespero y me odiaba a mi misma y al mundo por tener que soportar estas cosas. Así que decidí hacer un último intento, y si no funcionaba, me tendería en una hamaca durante días hasta que todo volviera a la normalidad. Saqué el noveno amigo sin aplicador y una prima mayor que yo subió a preguntarme si estaba bien. Salí del baño con el ojo hinchado de tanto llorar y le dije con desespero que no podía ponerme un berraco tampón. Me abrazó con compasión y me dijo: le voy a ayudar. Cogió la caja y me dijo que estaba loca por tratar de meterme uno sin aplicador, pero no habiendo más, había que hacerlo. Empecé a seguir sus instrucciones: hale la cuerdita y siempre téngale por fuera- póngase el tampón en la punta del dedo y ahora donde sienta que algo puede entrar- métalo y empuje hasta el fondo- Acuérdese de la cuerdita, ¿la tiene ahí?- ¿ya pudo?- si todavía lo tiene por la mitad sáqueselo y vuelva a intentar- acuéstese- siéntese- ¿Nada? Nada. Me acabé la caja y no pude. Así que me bañé, me vestí, me puse una tradicional toalla y me dirigí a la hamaca de dónde nadie me sacaría en varios días. Las vacaciones se acabaron y ya era hora de entrar nuevamente al colegio. Había un puente cerca que pasaría también en finca de tierra caliente, pero después de todo lo que ya había vivido me sentía lista para mi siguiente paseo piscinero con la regla. Porque había aprendido una importante lección de vida: puedes odiar los tampones pero nunca, NUNCA compres tampones sin aplicador. Espere la próxima semana la segunda entrega de los horrores de la adolescencia. ¿Comentarios, dudas, propuestas, regaños? Escríbanos Y ahora estamos twittiando. Así que nos pueden buscar para saber qué estamos pensando: http://twitter.com/susanayelvira