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Los NUNCA para dummies

Susana y Elvira Susana y Elvira, 11/12/2008

Susana y Elvira cuentan la historia de su desdichada amiga Virginia, que en una cita con el que hubiera sido el padre de sus hijos, cometió todos los errores posibles. De paso dan consejos para que usted no caiga en desgracia.

Por: Susana y Elvira
www.susanayelvira.com
 
Es muy fácil sentarse como un maestro samurai a decir qué está bien y qué está mal. Qué se debe hacer y qué no. Como esos críticos de arte que nunca en su vida han cogido un pincel y dicen que Miró fue mal pintor. O esos autodenominados intelectuales que nunca en su vida se han arriesgado a publicar nada y se atreven a decir en medio de ‘tertulias’ insoportables y con una copa de brandy en la mano, que el Realismo Mágico de García Márquez es florido, excesivo, y volátil.
 
Y como es fácil, hoy seremos nosotras las que nos atreveremos a echar cátedra. No tenemos credenciales ni mayores éxitos en el asunto. Pero nos arriesgaremos porque hemos reunido un poco de experiencia en el tema que trataremos. Y somos tan desprendidas que compartiremos nuestras experiencias con ustedes, para que se salten los bochornos, las lágrimas y los pesares que hemos sufrido, porque nadie nunca nos dijo NUNCA.
 
Para ilustrar los ‘nunca’ vamos a contarles lo que le pasó a nuestra amiga Virginia Dickens. La pobre era muy linda, pero lo que tenía de belleza le faltaba de inteligencia. A ella nadie le dijo: “Virginia, hay ciertas cosas que NUNCA puedes hacer o decir en tu primera cita, ni en una noche de sexo casual, ni después de tirar”. Y como nadie se lo dijo, pues no hizo otra cosa que darse contra el piso cuando conoció al que pudo ser el padre de sus hijos, Vicente.
 
Él era un hombre del ‘más recio abolengo’ (esta frase salió publicada en un periódico dominical y no pudimos evitar usarla), churrísimo, inteligente y divertido. Le dio por fijarse en ella y la invitó a salir. Ahí se dañó todo.
 
La noche anterior a su cita, Virginia no durmió pensando en Vicente y los nombres que ambos escogerían para sus hijos, en qué se pondría la noche de la cita y en qué momento iría a la peluquería para engallarse como toda una diva colombiana.
 
El día cero la pobre se escapó temprano del trabajo y pasó por una peluquería desconocida que quedaba en el camino y le dijo a la fresa salvaje que atendía, “tengo una cita, déjame divina”. Ahí fue Troya. Fresa le respondió, “pero antes déjame despuntarte el cabello porque lo tienes achilado, lleno de horquilla”. Y la muy bruta aceptó. Después de la trasquilada, bucle va, bucle viene; gel, laca, enredo en el pelo atrás, plancha adelante. Virginia quedó inmunda. Y era tarde para enmendar el error.
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA se corte el pelo ni pretenda hacerse un extreme makeover antes de una cita.
 
Pero ahí no paró la burrada de esta vieja. Cuando llegó a la casa trató de aplanarse la bomba del pelo y fue peor. Además le dio por estrenar el ‘Tommy girl’ que la mamá le regaló el día del grado del colegio en 1998 y que había reservado para una ocasión especial. Y quedó oliendo a abrigo de abuela guardado en baúl. Era un olor a viejo y penetrante que no le pudo quitar nadie.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA estrene ni trate de innovar antes de una cita. Es mejor irse por lo seguro. Si sabe que huele bien con el splash de pera de siempre, pues hágale al splash de pera de siempre. Improvise el día que salga con su mejor amigo, ese al que no le da nada aunque anda perdidamente enamorado de usted.
 
Sigamos con Virginia. Íbamos en que tenía un pelo inmundo y olía peor de lo que se veía. Pues para rematar le dio por ponerse una camiseta apretada que no usaba desde que tenía 10 kilos menos. Y para bajarle el volumen a la panza, se puso faja. La pobre no podía respirar. Y remató el engalle con unas botas con tacón de 12 centímetros que se puso una vez y le sacaron callo. Entonces no podía respirar, ni caminar.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA se sobreactúe con la ropa cuando tiene una cita. Y menos su primera cita.
 
Entonces llegó Vicente a recogerla. Y a la bola, que a sus 28 todavía vive con sus papás, se le ocurrió decirle a Vicente, “sube porque no me he terminado de arreglar”. Pues Vicente subió al apartamento 1205 y, como no fue suficiente hacerlo parquear el carro en un estacionamiento de visitantes estrechísimo, apagar el carro y subir doce pisos en el ascensor, a Virginia le dio por pedirle al papá que abriera. Entonces salió este señor en piyama, con lagañas en los ojos y de mal genio porque tuvo que levantarse de la cama, a abrirle al date de su hija. Y Vicente, muy formal saludó y procedió a sentarse en la sala a esperar a la reina, mientras el french poodle de la casa le ladraba y furioso le mordía la bota del pantalón. Vicente estaba matado de la dicha.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA haga entrar a su casa al man con el que va a salir por primera vez. Y menos si vive con sus papás y tiene un french poodle que se llama Tobías.
 
Pero lo peor estaría por llegar. Fueron a comer comida colombiana (¿les dijimos que Vicente era español y estaba matado con la cocina colombiana?) y a Virginia se le antojó una bandeja paisa. Sí, una bandeja paisa a las 9 de la noche. Y, en efecto, le sentaron un poquito mal los fríjoles.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA pida platos exóticos ni pesados durante  una cita.
 
Además no paró de hablar. “Que yo soy súper recochera”, “que mis amigas Pepis, Manguis, Ferchis, Marcis, Marianis y Juanis dicen que yo soy una bacana”, “que me ha ido súper mal con los hombres porque siempre me ponen los cachos”, “que el nombre que quiero para mi primer hijo es Nemesio Alexis”, “que quiero que mi matrimonio sea en San Andrés y fijo me visto de blanco hueso”, “que ya mis dos sobrinitas están listas para ser las pajecitas”, “que cuando me case quiero vivir en una casa divina en Santa Ana”, “que ni a palo quiero que me pase lo que le pasó a mi hermano con la tercera esposa”, “que mis papás viven agarrados todo el día”, “que hay una vieja lobísima y arpía en mi oficina a la que quiero sacarle los ojos”, “que qué inmundas las botas de la vieja de al lado”. Mientras tanto, Vicente la oía muerto del susto.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo en su primera cita NUNCA hable de su matrimonio, ni de su futuro, ni de sus ex novios, ni de sus traumas y ni de su familia. Tampoco le hable al man de sus amigos con nombre propio como si él los conociera. Y menos critique porque queda como un rábano. 
 
Bueno, y eso cuando tuvo tiempo para hablar con él. Porque el resto del tiempo Virginia estuvo pegada al celular. Es que su amiga Madame Foqui Foqui estaba de muerte lenta porque el galán con el que salía, uno con unos tatuajes espantosos, no la volvió a llamar. Y como Virginia es una bacana (como lo había advertido minutos antes), se dedicó a consolar a la amiga caída en desagracia. “ay amiga, no seas tan tonta, te entiendo. Olvida a ese canalla, tú mereces a alguien mejor. Ese man es un guiso. Etc., etc., etc.”. Y Vicente seguía matado de la dicha.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA se pegue a su celular en una cita. Es una falta de respeto, de decencia y de todo. Ya que salió con el man, dedíquele tiempo.
Definitivamente Vicente estaba rayado y ya moría del tedio. Entonces llamó a un par de amigos que estaban cerca para que le cayeran y le ayudaran a vivir su miseria. Y en efecto llegaron Camilo, Sebastián y Jerónimo.
 
A Vicente sí le habían dicho que en una cita, sobre todo si es la primera, NUNCA llevara parche. Pero como Virginia ya había roto todas las reglas, ya todo importaba cero.
Entonces Virginia, Vicente, Camilo, Sebastián y Jerónimo se fueron a un bar a tomar martinis. Virginia pidió uno de chocolate que la volvió nada. La tonta se rascó, comenzó a cantar, a hablar de sus tragedias en el amor y en la vida. Lloró un poco y después vomitó en el baño.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA se rasque en su primera cita, ni hable de sus tragedias, ni llore. Y tampoco le dijeron, “evite rascarse porque puede vomitar y ahí sí se acaba de tirar todo”.
 
Mientras Virginia vomitaba en el baño, Vicente la esperaba afuera con un vaso de agua. ¿Les habíamos dicho que Vicente era un caballero? Y se la llevó a la casa de él para que los papás y Tobías no la vieran en ese estado deplorable.
 
Llegaron al apartamento de Vicente y él la acostó en su cama, le quitó las botas de 12 centímetros, le puso una cobija encima y se fue a dormir al sofá.
 
Pero al otro día Virginia se despertó atrevida y le gateó a Vicente. Vicente, esquivando los intentos de besos de Virginia (pues el tufo de trago y vómito no eran precisamente afrodisíacos), cedió ante la insistencia de Virginia y como quien dice, se la echó al buche. Pero Virginia, en ese estado deplorable en que se encontraba, ni siquiera se molestó en exigirle un condón. Porque Vicente siempre ha preferido cabalgar a pelo.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA se quede en la casa del tipo en la primera cita. Y peor aún, gatearle al susodicho, viéndose absolutamente inmunda, con tufo, y con las neuronas en recreo. En recreo, porque en ese estado, después de todas las que hizo el día anterior, nunca se le ocurrió decirle al tipo que “sin condón ni pío”. Como si el condón fuera responsabilidad única del macho.
 
Habiendo quebrado cuanta norma existe en esta materia, a la muy bruta de Virginia, después de terminada la que ella creía, había sido una madrugada de pasión desenfrenada, le dijo a Vicente que le prestara una camisa.
 
Vicente, como el caballero que es, sacó una camisa azul y se la dio con un poco de angustia. Pedir la camisa es como decirle al tipo “la estoy pasando tan bien que no planeo irme pronto”.
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA le pida una camisa o haga cualquier cosa para prolongar la estadía en la casa del tipo que conoció hace 8 horas. Una regla de oro del sexo casual, es que una vez sellado el negocio, el que ha invadido el espacio debe huir a la velocidad de la luz. Y mientras menos diga, menos exija y menos mire, mejor.
 
Pero es que Virginia es muy bruta, pobrecita. Ella ve en todos los tipos con los que sale, el padre de sus hijos. Por eso, quiso quedarse en casa de Vicente y hacerle desayuno, mientras el pobre no hacía otra cosa que mirar el reloj pensando en cuando demonios su pésima cita decidiría irse a darle la comida a Tobías.
 
Ya como a las once de la mañana, Virginia se acordó de que tenía que acompañar a su mamá a hacer unas vueltas. Abrió su cartera, buscó la billetera y se dio cuenta de que no tenía un peso para devolverse a la casa. Entonces, le pareció una gran idea pedirle plata prestada a Vicente. Vicente, retorciéndose de la ira, le dio cinco mil pesos e inmediatamente le pidió un taxi. Cuando llegó, Virginia cogió un papel y le anotó su teléfono y le dijo: “Acá te dejo mi número, ¿cuándo me llamas?, ¿qué vas a hacer mañana?”
 
Es que a Virginia nunca nadie le dijo NUNCA, que si el tipo no ha mostrado intenciones de pedirle el teléfono, no se lo deje. Y mucho menos pregunte cuándo piensa llamar, ni mucho menos se invente planes que seguramente no pasarán. Y si se quedó sin plata, arrégleselas solita, váyase para donde una amiga y pídale plata a ella, váyase caminando o llame a alguien para que la recoja en la esquina. Pero NUNCA le pida plata al tipo. Es un acto poco decoroso y manda el mensaje equivocado.
    
No entendemos por qué nadie ha sacado un ‘Nunca para Dummies’, en el que una vieja solterona, gorda y fea escriba sobre las cosas que nunca deben hacerse en las primeras citas, después de sexo casual y en otras situaciones delicadas. Pero ya lo hicimos nosotras, y no somos ni solteronas, ni viejas, ni gordas, ni feas. Y ojalá nadie, gracias a nuestras sabias palabras, repita la historia de la desdichada de Virginia, que aun hoy solloza por Vicente, quien por cierto está felizmente casado con Petra Arjona, una mujer con un poco mas de sentido común. 

** REVISTA FUCSIA ENTREVISTÓ A ALGUNOS FAMOSOS Y LES HIZO UN CUESTIONARIO MUY DIVERTIDO SOBRE LAS COSAS QUE SE DEBEN HACER Y LAS QUE NO EN LAS LIDES DE LAS PRIMERAS CITAS. VEAN EL VIDEO ACÁ
 
 
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