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Yo también levanto resto

Susana y Elvira Susana y Elvira, 20/4/2009

Por Susana

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Mientras Elvira levanta viejas, yo levanto: locos, machos alfa machistas, depravados, losers, una que otra vieja, tibios y hombres casados. Mucho en cantidad pero poco en calidad. Ya quisiera al menos una de las damas que le ofrecen a Elvira el cielo y la tierra.
 
Mis locos
He tenido dos grandes psychos en mi vida. Desafortunamente Alfred Hitchcock y Stephen King no los conocieron, habrían creado verdaderas obras maestras. En realidad, Jack Torrance es un Osito Cariñosito al lado de estos dos personajes.
 
El primero se tatuaba mi nombre en los brazos y entraba en shock (le daba una especie de Garrotera –como la del Chavo-) cada vez que le decía que ni a palo me cuadraría con él. Estábamos en el colegio. Además me tomaba fotos a escondidas, las revelaba (en ese entonces no había cámara digitales) y las pegaba en una especie altar. Si señoras y señores, entre mis méritos está haber tenido mi propio altar.
 
La loquera por mi le duró poco mas de un año hasta que consiguió otra víctima. Afortunadamente nuestros nombres se parecían porque no le quedó muy difícil transformar sus tatuajes hechos con bisturí.
 
Y el segundo era incluso más peligroso porque durante mucho tiempo me tuvo convencida de que era mi verdadero amigo. Pero no. Con su disfraz lo único que hizo, durante tres años, fue espantar a cada man que se me acercaba, con mentiras, chismes, engaños, y toda suerte de artimañazas sacadas de culebrones venecomexicanos. Él creía que así mi desengaño sería tal que me convencería de que él era el único ser honorable sobre esta tierra. Pero lo descubrí, lo eché y hoy me da escalofrío pensar en él. Era bien macabro. Mis amigas decían que él no me miraba sino que me “contemplaba”. Ya calcularán.
 
Mi macho alfa
Este personaje no sería el protagonista de ‘El Resplandor’, sino de ‘Allá en el rancho grande’. Cierren los ojos y piensen en un ser que reúna todos los clichés posibles de macho mexicano: músculos desarrollados, bebedor, machista, dominante, malhablado, peleón y gritón. Pues así era este personaje, que creía que las viejas somos seres inferiores que lo único que hacemos bien es tener chinos y cocinar. Y no exagero. Un día este ser despreciable me preguntó: “¿tu para qué pierdes tu tiempo matándote en el trabajo si cuando te cases no lo volverás a hacer?”. Es que me gustaría decir su nombre completo por si alguna ustedes está a punto de convertirse en víctima de este neandertal. Pero me abstendré por miedo a una demanda. Y, además, porque para meterse con este Vicente Fernández del siglo XV una vieja tiene que ser ciega, taruga, haber tenido un papá igual y estar muy desesperada. Y de todo esto no se sufre al tiempo, afortunadamente.    
 
Mi tibio
Lo conocí un día de fiesta. Era el amigo de una amiga. Cuando lo vi me pareció que estaba bien: maduro, serio y listo para una charla interesante. No me importó su saco en los hombros, su peinado de niño bueno, ni su falta de actitud para la fiesta. Nos dimos besos y quedamos en salir. Pues este galán treintón con delirios de cincuentón no se hizo esperar. A los dos días me invitó a comer y fuimos al restaurante al que mis papás iban cuando estaban de aniversario. Mucho ‘maitre’, mucha música de cuerdas y harta corbata con vestido de coctel. El caviar de beluga estuvo divino y ni hablar de las coquellettes rellenas de membrillo, albardada con acelgas y su salsa. Pero durante la ‘velada’ no paré de bostezar.
 
Mi gran problema es que me complacen con menos. El que quiera invitarme a salir no tiene que romper el marranito. Basta con que sea divertido y que la comida me guste.
Y ahí no paró todo. Yo ya estaba por cerrar este capítulo en mi vida cuando me llamó un par de días después. Me tenía “una súper invitación que no podría rechazar”. Voy a darles dos segundos para que se imaginen qué podría ser, ¿cine?, ¿construir casas en barrios de invasión para familias pobres?, ¿un concierto? Cualquier evento de estos estaría muy bien y no me haría salir despavorida. Pues no, me invitó a una exposición de perros. En seguida me imaginé en el club sentada en unas gradas viendo las monerías de Percibal, el tacita de té de Pepita de Urrutia, aplaudiendo cada vez que saltara el obstáculo o soltando una discreta y elegante carcajada cuando ignorara las órdenes que su entrenador personal trató de enseñarle. ¿Hay derecho a tanta tibieza?, ¿tengo que aclararles si volví a verlo?
 
En una próxima entrega les hablaré de los especimenes que se quedaron fuera de la lista. Es que ya voy tarde a una de las frijoladas de Olga Duque de Ospina. Eso sí les adelanto que en el evento gozaré como enana. Reiré con Ernestico, Pachito, Germán y Claudita. Y seguramente allí me encuentre con mi tibio.
 
 
 
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