Propósitos para 2016: Sigo buscando el amor

Virginia Mayer, 15/12/2015

Tres 'life-coaches' (entrenadores de vida) asesoraron a 3 mujeres en el amor, el trabajo y el dinero. Así le fue a Virginia Mayer en los temas de de pareja.

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Por Virgina Mayer.

FUCSIA
me propuso asistir a unas sesiones con una coach para hablar sobre el amor, y pensé, “bien”, porque ese es precisamente mi problema, el amor.
Pero ya con eso estoy diciendo mentiras, porque para que exista un problema debe haberlo, y yo ni siquiera tengo un amor por el cual padecer. Mi última relación fue hace cinco años con una chica de Filadelfia, a quien le terminé cuando confirmé que me mentía sobre su adicción a las drogas. De ahí en adelante todos han sido intentos fallidos.

Tuve un amante que se ofendió porque me referí al ínfimo tamaño de su pene cuando me dijo que estaba muy gorda para que pudiéramos follar placenteramente, y terminamos. De él no me enamoré porque era casado. Después me obsesioné con un Twitero, un polvazo, que me dijo mil mentiras y se abrió al considerarme una loca por lo intensa. Este resultó esquizofrénico e internado en la Clínica Monserrat con pérdida de la memoria.

Me enamoré de un amante de quien nunca debí enamorarme, pues nunca salimos de la cama, y dicen los imprudentes que a pesar de que se le movió el piso conmigo, no quiso quererme por considerarme demasiado gorda.

Hace unas semanas conocí a un tipo súper interesante en Happn, follamos en la primera cita,
chateamos durante diez días y luego me invitó a un paseo en una finca con sus amigos, en donde se dedicó a ignorarme y a coquetearle a una flaca insípida. Luego me explicó que la razón fue que decidió que no soy material para esposa y que además quiere ser papá, algo que no solo no me interesa, sino para lo que la naturaleza no me equipó.

Durante los últimos cuatro años, mis otras aventuras han sido igualmente dañinas, un corso a contramano
. Siempre me ilusiono, porque siempre me digo a mí misma que esta vez sí va a funcionar. Y siempre termino con el corazón roto. Y sola.

Desde que tengo doce años he tenido terapias con psicólogos, psiquiatras y terapeutas, me faltaba darle la oportunidad a un coach. Seguiría mintiendo si no revelara que debido a que no creo en absolutamente nada en la vida, la idea me pareció una payasada, y así llegué hasta el apartamento de Quichi Cortés. Absolutamente incrédula, apática y dispuesta a probar que el coaching tampoco sirve para un culo.

Lo primero fue aprender que un coach es una persona que asesora a otra para impulsar su desarrollo profesional y personal. También es clave entender que, a diferencia de la psicología, al coaching no le interesa hablar de lo que ya pasó, no dedica tiempo a remover el pasado, y se concentra, exclusivamente, en el presente y las metas para el futuro. Pero en el caso de Quichi, que está estudiando para ser coach y es, de hecho, psicóloga del Richmond College, en Londres, en las tres sesiones que tuvimos —de dos horas cada una— sí se habló del pasado, que en mi caso es ineludible, imposible de ignorar.

Luego de explicarme cuál era su trabajo como coach, me preguntó qué quería yo.
Le dije que siempre me va muy mal con la gente que me gusta, incluso con aquellos a quienes les gusto. Le conté que tiendo a sentirme atraída por la gente que se hace daño, mucho daño, quienes no saben lo que quieren y quienes mienten.

Le dije que quería que me ayudara a ser capaz de llevar a cabo una dinámica de coqueteo sin llenarme de inseguridades y ansiedad, y sin terminar ahuyentando a cualquiera que se atreva a acercarse. Le conté que desde que soy una adolescente me he dedicado a sabotear precisamente esas relaciones que hubieran sido sanas, le dije que lo hago porque en el fondo no creo que una persona sea capaz de enamorarse de mí y desearme.

—¿Por qué? —me preguntó.

—Porque tengo rabia. Porque tengo rabia y mucho, muchísimo dolor.

—¿Por qué crees que tienes tanta rabia y tanto dolor?

Me quedé en silencio un momento, mirando la Bogotá privilegiada, de ladrillo, a través de un ventanal enorme y obsceno
. Comencé a respirar hondo y a apretar las manos en dos puños, y por fin le respondí, casi gritando.

—Porque estoy rota. ¡Estoy rota!

Y empecé a llorar sintiendo tanto, tantísimo dolor. Ya Quichi había entrado en mi alma, ahora le faltaba entrar a mi cabeza.

Le conté sobre el accidente que tuve cuando tenía nueve o diez años, del desacertado, insensato y desatinado manejo que se le dio, a pesar del hecho de que mis viejos únicamente me han amado y siempre han hecho lo mejor que han sabido hacer.

Le conté sobre las consecuencias que este evento tuvo en mi vida, el hecho de que me sentía sucia, desubicada, sola. Le hablé del perpetuo dolor que con el paso de los años se transformó en rabia. No me ahorré ningún detalle y le conté también sobre las cantidades de dulces que como, la ridícula pereza que me da hacer deporte, de cómo nunca me acuesto antes de las dos de la mañana y por ende jamás me despierto antes de las diez. De las incontables horas que pierdo mirando películas estúpidas para las cuales ni siquiera necesito prender el cerebro y por las cuales abandoné mi obscena biblioteca.

Le hablé de mis adicciones y de cómo persigo a quienes me gustan, convencida de que no me merezco su atención y que si no hago lo que hago, se van a desaparecer. Y seguí llorando, y sonándome los mocos con los Kleenex que tenía sobre la mesa, exclusivamente para sus sesiones de coaching.

Lo primero que hizo fue pedirme que hiciera una lista de lo positivo, y otra de lo negativo que este accidente trajo a mi vida.
Con lo negativo me inspiré como lo hago cada vez que escribo, con lo positivo solo pude anotar que me volvió muy sensible, lo que es clave para un escritor.

También me pidió que me imaginara el 2016 como un gran año y lo describiera. Sin embargo, no fui capaz de hacer ese ejercicio, pues me es difícil imaginar un año diferente al que acabo de tener.

El cliché sería escribir que me perdoné, me acepté, sané mi alma, comencé a cuidarme y quererme, me adelgacé, conocí a alguien espectacular y comencé una relación sana. Que dejé de hacerme daño y castigarme, pero ningún impulso me dura y no me imagino una vida diferente.

Me sentí ridícula imaginándome algo positivo que me parece irreal e imposible, y me puse a llorar.
Después Quichi me pidió que enumerara aquellas cosas que estoy haciendo mal y sobre las que debe haber un cambio: 1. Controlar mis adicciones. 2. Controlar mis horarios de sueño. 3. Comer sano. 4. Hacer ejercicio. 5. Suplantar las películas por libros. 6. Hidratarme. 7. No perseguir a nadie. 8. Repetirme a mí misma que soy maravillosa y merezco ser amada. 9. Repetirme a mí misma que el accidente no me define, que voy a sanar mi cabeza y mi alma. Y me recomendó que pusiera Post-its alrededor de mi apartamento con estas palabras.

Por último me pidió que hiciera una lista de los aspectos positivos y los negativos que me definen, y me sorprendí enormemente cuando terminé la tarea y vi que, ciertamente, soy maravillosa.

La gran lección que me deja el coaching es que, efectivamente, y como siempre me han dicho las personas que más me estiman: mientras yo no me quiera, será imposible que alguien más lo haga. Joder, tengo mucho trabajo por delante. Si no lo hago yo, no lo hará nadie.

La coach: Quichi Cortés
Cel: (311)2007777



Nació en Bogotá en 1975. Cuando se graduó del colegio se fue a París a estudiar francés, volvió a Bogotá a la Universidad de los Andes a estudiar psicología y luego hizo una transferencia al Richmond College de Londres, y se quedó allí siete años.

Regresó a Bogotá, donde conoció a su marido y comenzó el proyecto más grande de su vida, que son sus tres hijos. Hace dos años hizo un curso en coaching para volver a alinearse con el tema de psicología y está ejerciendo hace un año.