editorial

‘El cisne negro’ y las madres controladoras

Lila Ochoa, Directora Revista FUCSIA, 9/3/2011

No basta el talento cuando éste se explota de manera desmedida en nombre del amor, por Lila Ochoa.

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Hace pocos días vi la aclamada película El cisne negro, que acaba de ganar varios Premios Oscar, entre éstos el de Natalie Portman a Mejor Actriz. Es una de esas raras películas que pueden catalogarse como una obra maestra, pero que uno no sabe si le gustó o no. Para empezar, ostenta una producción impecable desde todo punto de vista. Por ejemplo, el vestuario fue diseñado por Rodarte, una marca vanguardista y transgresora que se identifica plenamente con el carácter de la protagonista, gracias a detalles sutiles como los rasgados y el tratamiento de las texturas de las telas.
La música es preciosa y la fotografía impactante, cada ángulo está pensando para estremecerle a uno el corazón. La actriz principal, Natalie Portman, se preparó durante meses para interpretar su papel. Trabajó cerca de 16 horas para hacer las escenas de ballet, porque, aunque de niña fue bailarina, debía actuar como una profesional. Se dice que ella estableció una conexión tan estrecha con su caracterización, que casi se muere, físicamente, durante la filmación, pues perdió tanto peso, que al finalizar la película pesaba apenas 43 kilos. Portman declaró en una entrevista que le resultaba muy penoso desprenderse de su papel al final de un día de trabajo: “Fue más difícil que cualquier otra cosa que haya experimentado en la vida”, le dijo a un reportero.


Pero, volviendo a la obra, es una historia de tinte sicológico que llega muy hondo, quizá más a nosotras las mujeres, pues todo gira alrededor de la relación entre una mamá y una hija.

Aparentemente, al comienzo de la película la madre, una bailarina frustrada, está enteramente dedicada a su hija, supuestamente pensando solamente en su bien. Quiere que sea la mejor del mundo y la vida de las dos gira alrededor del ballet. No hay amigas ni salidas a discoteca ni diversión. La realidad es que la madre es una mujer narcisista y frustrada que pretende que su hija haga y experimente lo que ella no pudo lograr.
 
Lentamente, la trama va develando el carácter destructivo de la madre y muestra cómo Nina, la protagonista, utiliza para sobrevivir mecanismos de defensa aterradores, como hacerse daño a sí misma. Su madre le invade su espacio personal y la domina emocionalmente, con la disculpa de que sólo quiere ayudarla a ser la mejor.

Y como Nina, que adora y venera a su mamá, no la quiere defraudar, se convierte en una perfeccionista obsesiva. Se vuelve anoréxica y bulímica y, como nunca la dejaron madurar emocionalmente, es una niña ingenua que cae presa del abuso sexual, algo que pasa con frecuencia en el mundo del ballet, en el que las figuras masculinas son poderosas. Baste citar el caso del famoso coreógrafo Balanchine, que tenía debilidad por las jóvenes bailarinas de la compañía.

El hecho de que los padres le destruyan la estima personal a un hijo, aunque sea inconscientemente, tiene consecuencias fatales para su futuro. Cuando uno no puede decir lo que piensa por miedo a las confrontaciones, cuando el deseo de complacer a un padre o a una madre es lo más importante, se crean situaciones muy complicadas. En pocas palabras: el precio que se paga es la pérdida de la sanidad mental; como me decía mi mamá cuando era una niña, “Tanto le hizo el diablo a su hijo, que lo dejó tuerto”. Los padres no podemos olvidar que un niño es como una escultura que se moldea con las experiencias y que estamos llamados a ejercer una influencia definitiva en ese proceso.
Puede ser que Darren Aronofsky, el director de El cisne negro, haya exagerando un poco el mundo del ballet y lo pinte de una manera tortuosa y caricaturesca, pero ese no es el punto. Creo que la reflexión que nos puede ayudar en nuestra difícil tarea de moldear el carácter de nuestros hijos es pensar en que el amor a ellos exige ponerles límites, pero también, y ante todo, brindarles generosidad y respeto.