columna

El órgano independiente

, 10/5/2011

Pueda que tu seas la que manda en tu casa, en tu trabajo o en tu club de lectura, pero tu corazón se manda solo.

- Foto:

Por Odette Chahín
 
Un día le pregunté a cierta amiga que acababa de salir de una relación tormentosa: ¿cuál es tu tipo de hombre? Lo hice pensando en presentarle a alguien. “Me gustan perdedores, viciosos, cachones y buenos para nada,” respondió. Sonaba a broma. pero era cierto, sus novios parecían cortados por la misma tijera. Me resultaba difícil entender por qué alguien tan inteligente, guapa y exitosa como ella siempre se fijaba en esos ‘Beavis and Butt-Heads’, que lo único que le aportaban era una cantidad ilimitada de lágrimas y sufrimiento. Y llegamos a una conclusión casi científica: todo es culpa del corazón, que se manda solo y, muchas veces, por ser pura pasión y cero razón, toma las más estúpidas decisiones.

Muchas de las grandes historias de amor han tocado este tema, nadie escoge a quién amar. El corazón siempre nos sorprende actuando como un caballo indomable que cae rendido ante los pies de la persona menos apropiada o, en su defecto, la más conflictiva. Si tuviésemos algo de control sobre éste, tal vez Romeo hubiese zafado a Julieta por la enemistad mamona entre sus familias y se hubiese fijado en su vecina; Humbert Humbert no se hubiera enamorado de Lolita, sino de su mamá; y Lanzarote no le hubiese echado los perros a la reina Ginebra (la esposa de su jefe, el rey Arturo), sino que se hubiese conformado con una damisela que le cocinara rico. El corazón eligió por ellos y sus historias de amor terminaron en tragedias; pero, ánimo, no siempre es así.

Los egipcios creían que el corazón tenía voluntad propia y no estaban errados del todo. El corazón es el único órgano que tiene su propio impulso eléctrico, lo que le permite seguir latiendo aunque esté separado del cuerpo si obtiene el suficiente oxígeno. Este órgano del tamaño de un puño, que se encarga de bombear sangre a todas las partes del cuerpo, también es el responsable de hacernos sentir emociones tan fuertes que parece que se nos fuera a explotar el pecho y sentimientos encontrados que ni nosotros mismos entendemos, eso es lo que se llama vivir y lo que nos separa de los muertos sin pulso.
 
A veces conocemos a una persona que parece perfecta, hecha a la medida, compatible hasta el punto de que a ambos nos gusta el horrible jugo de tomate de árbol y que sin duda parece ser lo mejor que nos ha pasado, pero, por alguna extraña razón, el corazón se inclina hacia otro lado y elige a otra persona con la que no tiene nada en común, pero que le genera ritmos cardiacos como si estuviera en clase de spinning. Creo que a esto se refería Julie de Lespinasse cuando decía que “la lógica del corazón es absurda”.

La gente que no sabe qué consejo darle a sus amigos confundidos, les dice: “sigue a tu corazón”, como si fuese un pequeño dios sin margen de error; pero el corazón también se equivoca. Muchas veces confunde atracción con amor, costumbre con amor o ‘encoñamiento’ con amor. Un corazón locamente enamorado se vuelve locamente estúpido, y a veces olvida que el objetivo de su afecto está casado, es el mejor amigo de su novio, es su jefe o es menor de edad. En otras palabras, el corazón no piensa en las consecuencias, por eso, es necesario someterlo a un juicio ante la razón y el sentido común, para frenar y pensar por un momento, ¿en qué me estoy metiendo?, ¿esto vale realmente la pena?

A lo largo de nuestra vida romperemos muchos corazones y también nos romperán el nuestro muchas veces. Éste se confundirá, se desilusionará, estará melancólico, a veces tomará la peor de las decisiones, jurará no volverse a enamorar y, cuando pensamos que ya estaba muerto, volverá a latir por alguien. Lo importante es mantenerlo abierto, y sobre todo, no dejarlo solo en la toma de las decisiones, porque la razón es también necesaria en los asuntos del amor. Si el corazón es ciego, sordomudo, la razón es el perrito lazarillo que lo guía para evitar que sea atropellado por esa buseta loca que corre a grandes velocidades, llamada amor.