columna

Flirteos textuales

Odette Chahín, 16/8/2010

Las nuevas tecnologías nos ayudan a comunicarnos, pero, sobre todo, a descararnos más.

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Estás muy concentrada en tu trabajo y, de repente, te llega un mensaje por BB Chat de un amigo de la oficina que dice: “Me gustaría ser la tapa de tu esfero para que me muerdas con esa boquita”. El tipo es un ‘calienta calzones’ que te manda mensajitos coquetos, pero cuando hablan en los pasillos la conversación no fluye y él se pone tieso, en el peor de los sentidos. Por BB Chat el tipo es un playboy arrollador, pero, en vivo y en directo, es una abuelita temblorosa a punto de sufrir un infarto.

Esta historia se repite todos los días en el mundo por Facebook, Twitter, MSN, BB Chat, Second Life, y otros; historias de mucho tilín tilín virtual y nada de paletas; algunos se conforman con esos affaires que quedan sólo en la letra, otros se frustran por no obtener más. ¿Por qué será que nos resulta más fácil ser unas fufurufas por escrito, pero, a la hora de la verdad, somos más puritanas que monjitas franciscanas? Sin lugar a dudas, no es que suframos de personalidades múltiples ni bipolaridad, sino que hoy en día todos tenemos un alter ego virtual, una versión más divertida, más sarcástica, más lanzada de sí mismas, y con ese alter ego liberamos a la inner bitch que teníamos reprimida. (Bueno… algunas, otras jamás la reprimen).

Estamos viviendo una realidad paralela en la que las palabras han sido reemplazadas por ‘emoticones cachetones’, editamos nuestras vidas en Facebook y manipulamos la realidad en photoshop para ganarnos el título de Miss Fotogénica. En los mensajes de texto, los hombres se muestran más romanticones y no les da oso ser cursis, mientras que las mujeres son más lanzadas y coquetas, hasta la bibliotecaria gafufa tímida que no sabía cómo coquetear se la pasa ahora mandando ‘emoticones’, picándole el ojo a sus prospectos, y este sí que es un pequeño paso para el hombre y un gran salto para la humanidad o, en su caso, un pequeño paso para su timidez y un gran salto hacia la cama de alguien.

Estas nuevas plataformas nos han servido para comunicarnos, pero también para engañarnos; nos han facilitado algunas cosas, pero, al mismo tiempo, nos han complicado la vida. Hay ciertas personas que empiezan a cortejar a otras con mensajitos de texto dulzones, comienzan preguntando cuál es su color favorito y terminan inevitablemente chateando acerca de cuál es su posición favorita en la cama, y no hay nada de malo en echar los perros virtualmente si uno está soltero. El problema estriba en aquellas personas comprometidas que coquetean con terceras y cuartas personas por estos medios y piensan que no son cachos porque no ha habido ‘ñanga ñanga’. El pajazo mental que se hacen para tranquilizar su conciencia es que no es nada serio ni malo; pero, ojo, porque esto suceda en un plano virtual no significa que no sea real ni tenga consecuencias. Por favor, entiendan que esos chats no son parte de una realidad simulada, ni esto es The Matrix ni ellos son Keanu Reeves (ilusos).

Estos medios nos ayudan a conocer personas, pero nos sirven además para sacar a otras de nuestras vidas. Gracias a Dios, y a varios nerds, tenemos la opción de ponernos ‘invisibles’ en los chats, tenemos el ‘Perfil limitado’ en Facebook y la opción de bloquear a alguien por completo, lo cual resulta muy útil con ciertas personas non gratas. Una de mis mejores amigas tenía a un tipo súper intenso detrás de ella, habían intentado salir, pero la cosa no funcionó. Pero el tipo la seguía buscando por todos los medios: MSN, celular, Facebook… Cierto día, él empezó a escribirle por MSN. –“Hola, ¿cómo vas, preciosa?, me haces falta”. Y la respuesta fue: –“Hola, Fulana está en el baño”. –“Hola, ¿quién me escribe?”. –“Roberto, su novio”. –“¡Ah!, bueno, dile que saludes”. A mi amiga le tocó hacerse pasar por otro hombre para que la dejara en paz, y santo remedio.

Es frecuente hoy, que en una reunión con amigos muchos estén más pendientes de sus Blackberries que del que está hablando; la comunicación virtual se ha vuelto un impedimento para la comunicación personal. Hay personas tan adictas a estos aparatos, que los consideran una extensión de su cuerpo, prefieren chatear; hablar les parece anticuado. Llegará el momento en que agotemos tanto esta tecnología, que anhelaremos una conversación cara a cara, con gestos, secreteos, aromas, lenguaje corporal; extrañaremos que alguien nos toque las manos, nos brinde un pañuelo y podamos carcajearnos de algo en simultánea, sin tener que recurrir a su desabrido equivalente por chat, el “jajajá”.
 
Por Odette Chahín