sexo

Juegos prohibidos

Arnoldo Mutis, 16/11/2010

Placeres solitarios exóticos, como la autoasfixia que acabó con el actor David Carradine, el autosometimiento con ataduras y la excitación con objetos inverosímiles, pueden generar el mayor de los éxtasis, pero también la más horrenda de las muertes.

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Por Arnoldo Mutis
 
En junio del 2009, una nueva tragedia sacudió a Hollywood, cuando el actor David Carradine, mundialmente famoso por su personaje de Kwai Chang Caine en la serie Kung Fu, fue hallado muerto en su habitación del hotel Swissôtel Nai Lert Park, en Bangkok, donde rodaba la cinta Stretch. Los rumores de suicidio o asesinato sumieron en el estupor a los millones de admiradores del artista, que fue encontrado colgado de una cuerda en el clóset. Pero la realidad volvió a ser superior a la fantasía, cuando tras dos autopsias y pesquisas, que demostraron que había tenido un orgasmo justo antes de morir, la policía tailandesa concluyó que Carradine encontró la muerte accidentalmente, en medio de la práctica de un acto de asfixia autoerótica. Por esos días, además, dos de las ex esposas de la estrella, Gail Jensen y Marina Anderson, afirmaron públicamente que los intereses sexuales de él iban más allá de lo convencional e incluían el self-bondage o autosometimiento.

En otras palabras, Carradine hacía uso de su derecho a explorar su líbido, pero siempre fue una potencial víctima de las llamadas ‘fatalidades autoeróticas’, es decir, muertes fortuitas que ocurren durante una actividad sexual en solitario, a causa de objetos, aparatos, sustancias químicas u otros medios utilizados para obtener placer.
Como lo explican dos reputados autores sobre el tema, Hazlewood y Sheleg, no se trata de hábitos nuevos en hombres y mujeres, pero por años se confundieron con homicidios y suicidios. Muchos casos quedan ocultos o no bien esclarecidos, porque los allegados de los fallecidos, por el tabú que implica la masturbación, “limpian” la escena de la muerte, eliminando todos aquellos indicios de actividad erótica.

Peligro adictivo
Aunque riesgosos, como lo advierten los mismos sexólogos, esta índole de actos masturbatorios o juegos libidinosos, son una buena forma de apreciar cuán misterioso es el instinto sexual humano, que es capaz de retar a ese otro instinto básico, la supervivencia. Estas prácticas brillan por su variedad y sofisticación, ya que, como lo explica Brent E. Turvey, las personas afectas a ellas poseen una rica e intensa fantasía. Turvey es un gran conocedor del asunto, porque, además de sicólogo, es experto en ciencia forense, curiosamente, la mejor fuente para aprender del sexo que lleva a la muerte.

La asfixia autoerótica que silenció a David Carradine es la más común de esta fatalidades. Se reconoce como una parafilia (conducta sexual en la que la fuente de placer no reside en el coito o en otras formas consideradas convencionales de excitación, sino en cosas o actos que las acompañan) y también es llamada asfixiofilia, hipoxifilia, o juego de control de la respiración. Para muchos siquiatras es, de igual modo, un desorden del comportamiento, dada su alta letalidad o posibilidad de dañar gravemente a quien acude a ella.

Carradine no se había pasado una soga por el cuello para suicidarse, sino porque el sutil ahorcamiento produce hipoxia o reducción del oxígeno que va del corazón al cerebro por las arterias carótidas. El resultado es un estado entre alucinógeno y lúcido, muy placentero. Combinado con el orgasmo puede ser más adictivo que la cocaína, dice el autor George Suman, y muy gratificante, aunque frecuentemente se combina con la masturbación u otros estímulos como el self-bondage o la introducción de objetos por los orificios del cuerpo. Además del intento de ahorcamiento, la disminución de oxígeno en el cerebro con fines eróticos también se logra por medio de la sofocación con bolsa plástica, el autoestrangulamiento con ligaduras y la compresión del pecho. Así mismo, suele acudirse a gases o solventes volátiles, como el poppers, que produzcan estos efectos. Hay quienes mezclan varias de estas opciones y crean los más complejos dispositivos. Es muy comentado el caso de un campesino de Estados Unidos que sostenía un verdadero romance con su tractor, al cual le escribía poemas y le adaptaba un muy particular sistema de cuerdas para sus juegos con la hipoxia, que a la final resultaron en su muerte. Porque, como lo explica Turvey, toda fantasía requiere de un objeto para cumplirla. En este caso fue un tractor, pero también puede hacerse acopio de todo tipo de pornografía, ropa interior femenina en el caso de los hombres, elementos masoquistas, dildos u otros juguetes sexuales encontrados en la escena de muerte de las víctimas, que en Estados Unidos ascienden a entre 250 y mil por año. La intensidad de las consecuencias de la hipoxia varía de individuo en individuo, pero, según Turvey, hay quienes dicen experimentar sensaciones masoquistas cuando se aproxima la muerte y se desiste en el último segundo posible. “Imponerse sobre ese roce con la muerte da poder”, explica el forense. No obstante, a veces el éxtasis es más fuerte, la persona no logra revertir el estímulo nefasto y es ahí donde sobreviene el deceso accidental.

Esclavos de sí mismos
Mordazas, vendas para los ojos, esposas para las muñecas y los tobillos, toda suerte de nudos con cuerdas, correas, cadenas, grillos, entre otros adminículos, conforman la parafernalia del self-bondage. Brent E. Turvey explica que se trata del uso de limitaciones del movimiento en uno mismo en aras del placer sexual. Si en su forma compartida, bondage o vincilagnia, esta parafilia puede ser peligrosa, en solitario lo es mucho más, pues si algo falla no hay nadie que rescate a la víctima. Ciertos mecanismos pueden cortar la sensibilidad en los miembros o dilatarlos, lo cual conlleva que el dispositivo de escape no funcione. Otras veces, la complejidad de las posturas puede incitar la tragedia.
Hay dos clases de self-bondage. En el llamado ‘sensual’, la evasión está a disposición: nudos no tan apretados o llaves de esposas fáciles de alcanzar. En el self-bondage ‘estricto’, los medios de liberación se activan por sí mismos en un lapso predeterminado o están sujetos a condiciones azarosas. Hay quienes guardan las llaves de los candados de sus cadenas en cubos de hielo y sólo pueden usarlas cuando estos se derriten. Otros, acuden a juegos con las combinaciones de sus candados o cerraduras, como adivinarlas en la oscuridad o acertar a través de ensayo y error. Más sofisticado es el uso de un soldador que, adaptado a un cronómetro, corta una ligadura de nylon o libera las llaves, bajo riesgo de incendio. En todo caso, cuanto más sea el sentido de indefensión, mayor puede ser el placer. De todos modos, hay una especie de decálogo de seguridad que contempla usar la modalidad ‘sensual’ antes que la ‘estricta’, prever mecanismos de liberación, evitar todo lo que restrinja la respiración y no tomar alcohol o alucinógenos. Pese a sus peligros, estos tipos de conducta sexual son una elección por muchos seres humanos, que en pleno placer pueden enfrentar la más horrenda de las muertes. Además de los casos citados, las fatalidades eróticas también pueden ocurrir por electrocución, septicemia por perforación de los intestinos, aplastamiento por excitarse con objetos pesados y autoempalamiento.