Julianne Moore, entre la calma y el desequilibrio

Revista FUCSIA, 17/2/2015

Conocida por interpretar a mujeres que están al borde del abismo, Julianne Moore es una actriz que, a sus 53 años, recibe el Óscar por su papel en Siempre Alice.

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Julianne Moore, hija de un coronel de las Fuerzas Militares, nació en la base Fort Bragg, Carolina del Norte, y no pasó más de 18 meses en un único lugar. De Texas a Nebraska, de Alaska a Nueva York, vivió en cada una de las ciudades a las que su padre fue trasladado –incluso en Fráncfort– y aprendió, a temprana edad, que el comportamiento es mutable.

Espiando a sus vecinos y a las amigas de su madre entendió que las personas hablan a través de la ropa, de la forma de llevar el pelo y de abatir sus manos, de los acentos que han adquirido, y empezó a repetirse esta especie de mantra: “Así es como la gente habla aquí, así es como la gente se viste aquí, así es como se mueven”. Los imitaba para pasar inadvertida y evitar el rechazo, pero su pelo rojo y piel blanca la delataban, haciéndola notoria.

Mientras sufría por su aspecto físico, y quizá para sentirse mejor, fue pensando que detrás de las diferencias entre individuos debía haber un rasgo universal que los uniera, y que ese rasgo era la esencia de cualquier arte. Con esa hipótesis fue a estudiar actuación en la Universidad de Boston, y a los 22 años llegó a Nueva York, donde fue mesera mientras las oportunidades se presentaban. La primera vez que apareció en televisión fue en 1984, con un pequeño rol en la telenovela The edge of the night.

Desde entonces no ha parado de dar vida a mujeres que parecen sacadas de un cuento de Alice Munro, su escritora preferida. Estas son casi siempre antiheroínas: mujeres atrapadas en sociedades aparentemente tranquilas, de vidas, a simple vista, perfectas, con locuras silenciosas y secretas, que van cediendo hasta que al final detonan en escenas de poca duración, pero con un sentido de permanencia inquietante en el público. Por ejemplo, el momento en Vidas cruzadas, donde Moore, quien interpreta una pintora que pareciera tener todos sus cuadros colgados en casa, le admite a su esposo una infidelidad de hace tres años. Desnuda de cintura para abajo: los nervios le hicieron regar en su falda blanca una copa de vino; y mientras lava y seca la prenda decide confesarse. Tranquila, al principio, luego con un dejo histriónico en su voz. Después de la confesión nada sucede. El hombre se para de la silla en la que estaba y dice que va a encender la barbacoa antes de que lleguen sus invitados. Entonces es como si el público y los personajes entraran en el mismo estado, uno represivo: las cosas estallaron, pero no del todo, no lo suficiente para colapsar.

Algo parecido sucede en la película Magnolia, del director Paul Thomas Anderson. En esta ocasión Moore caracteriza a una mujer que se ha casado por dinero y que solo en el lecho de muerte de su marido aprende a amarlo, llegando a sentir tanta culpa que le pide a su abogado que la quite del testamento. Este sentimiento también la conduce a una farmacia, donde le indican que la combinación de pastillas que está solicitando puede ser letal. Entonces, el personaje de Moore revienta, otra vez. “¡Estoy enferma! ¡La enfermedad está a mi alrededor! (…) ¿Han visto la muerte en su cama, en su casa? ¿Dónde está su puta decencia?”, dice, con una voz distinta a la de la pintora, más fuerte y aguda, estudiada para ese personaje en particular.

Y ahora Moore ha ganado el Óscar, una estatuilla que no había recibido antes pero que sin duda merece, por su actuación en Siempre Alice. Dirigida por Wash Westmoreland y Richard Glatzer, y basada en el best seller de Lisa Genova que lleva el mismo título, en la película Moore interpreta a una lingüista de Columbia que a sus 50 años es diagnosticada con Alzheimer. La represión de su personaje la impondrá, entonces, la enfermedad que se evidenciará en la pérdida de las cosas que conoce, de la memoria.

Cuentan los directores que para Moore fue imprescindible visitar hospitales, conocer a mujeres que tuvieran Alzheimer para poder representarlas, y de alguna manera rendirles tributo. Trabajó, durante todo el rodaje, con Sandra Oltz, una enfermera que padece dicha alteración y que le regaló la siguiente línea que, por supuesto, dijo en la película: “Por favor, no piensen que estoy sufriendo. No estoy sufriendo. Estoy luchando, luchando por seguir siendo parte de las cosas, por seguir conectada con quien era”.

Para el reconocido profesor de actuación de The New School (Nueva York), Peter Jay Fernández, “Moore tiene un corazón generoso y abierto, que la hace compenetrarse con sus personajes. Consigue dejar de lado su propia conciencia para apoderarse de las emociones y de los pensamientos de esos a quienes representa. Su trabajo en Siempre Alice es maravilloso, iluminador y universal. Seduce al espectador, lo hace identificarse con una mujer que usualmente pasaríamos por alto”.

Su unicidad como actriz también radica en su físico, que raya en lo inusual, en lo feroz, y también por eso las antiheroínas que interpreta resultan asombrosas. Medios como la revista de moda T-magazine la han definido como una persona que luce “un poco irreal”; el escritor Juan Gabriel Vásquez ha dicho de ella que parece un camaleón de pelo rojo, y en conversación con la revista FUCSIA, afirmó que tiene el poder suficiente para interpretar a Isabel Archer, la enigmática heroína de Henry James en Retrato de una dama.

Como toda gran actriz de Hollywood, Julianne tiene directores que la llaman su musa. Primero está su esposo, el director de cine, Bart Freundlich, diez años menor que ella y con quien se casó en 2003, después que nacieran sus dos hijos, Caleb de 17 y Liv de apenas 11.

También está el director y diseñador Tom Ford. La amistad entre ellos comenzó un año después de que se diera el noviazgo de Moore con Freundlich. La actriz estaba nominada al Óscar por la película Boogie Nights y el diseñador quiso impresionarla haciéndole un vestido. Era negro, de chiffon, algo descubierto, pero el escote hizo que Moore no quisiera ponérselo: acababa de dar a luz a su primer hijo y se sentía insegura con su cuerpo. La respuesta de Ford a la negativa fue simple: “Póntelo, no te lo pongas, es solo un vestido”. La amistad aún perdura, reafirmándose entre alfombras rojas y escenografías.

De Moore, el diseñador ha dicho: “La adoré de inmediato. Está completamente en la Tierra, no como la mayoría de actrices que uno conoce. Tiene un gran sentido del humor, una sonrisa preciosa (…). Cuando la dirigí para mi primera película la miré a través del lente y me di cuenta de que irradiaba luz. Tiene un talento innato para la moda y conoce todo lo relacionado con el diseño. Usa la ropa con confianza. Eso es lo que la hace un ícono”. Por su parte, la actriz, que actuó en la ópera prima de Ford –la película, A single man– declaró que había donado la mayor parte de sus vestidos al diseñador para que abriera con ellos un museo; y también dijo al portal The Edit:“Cuando él te hace algo, hay que ponérselo. Es precioso. Es perfecto. Es uno de los mejores diseñadores que hay hoy en día”.

Esta íntima alianza con el diseñador no es inesperada, los años que lleva desfilando en la alfombra roja la han vuelto un ícono de la moda, con un estilo que se basa en reglas simples: no comprar nada que lleve palabras estampadas después de cierta edad; no usar en la ropa demasiado color –ya que este se encuentra en su pelo–; con frecuencia ponerse vestidos de silueta marcada; y nunca recurrir al bótox ni a las cirugías plásticas para verse más joven. “Nuestro miedo a envejecer –le dijo al Daily Mail– se basa en nuestro miedo a morir. Pero no es justo que la vida de las mujeres se reduzca a tener hijos para luego hacerse cirugías”.

Entre sus vestidos memorables está el amarillo Dolce & Gabbana que lució el día en que dejó su huella en el Paseo de la Fama, en Hollywood. Otro más reciente: el traje plateado de la casa Givenchy que se puso el pasado 12 de enero en los Globos de Oro, y por el cual El País de España dijo que la actriz había dado “una lección de sofisticación”. También se encuentra su favorito, un Chanel blanco con plumas, de brillos y transparencias, que usó en el estreno de la película Maps to the stars, en el marco del Festival de Cannes 2014. Pero Moore no trata solamente la elegancia en la moda. Según The Edit, su estilo es igual de atractivo cuando se viste de forma casual. De hecho, en una entrevista en 2013, Moore describió su atuendo favorito para estar en la calle: “Chaqueta de piel de oveja Isabel Marant, zuecos, jeans marca J Brand, y un top con algo llamativo”.

Así como es capaz de transitar entre lo elegante y lo informal, entre la alfombra roja y la calle neoyorquina, Moore también separa a las extrañas mujeres que interpreta de su vida familiar, y en casa poco habla del trabajo. Como cualquiera, se levanta y hace el desayuno para sus hijos, los lleva al colegio, lee las noticias y si alguna le interesa comenta de ella por Twitter. Trata de tener, ante todo, una vida común: equilibrada y tranquila, como si no quisiera que la ficción que representa entre a irrumpir el ritmo que, con esfuerzo, ha conseguido.