editorial

La vida de los otros

Lila Ochoa, 20/12/2010

Las redes sociales han excedido sus límites hasta convertirse en un peligro real. Como el título de la película alemana, estamos viviendo la invasión de... los otros en la vida privada.

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Por Lila Ochoa
 
Tengo que confesar que no tengo cuenta en Facebook, ni tengo cuenta de Twitter, ni nada parecido. A pesar de que la gente de Facebook cree que tiene que convencer a la gente de mi generación, no creo que la cosa sea tan fácil. Esa invasión a la privacidad va en contra de todos mis instintos de supervivencia. Me parece genial la idea de contactar viejas amistades, pero el costo de hacerlo es que unos extraños se enteren de mi vida, de mis gustos. Y no sólo me preocupa que conozcan los detalles de mi vida, sino, lo peor, que el día de mañana vendan la información. Para no hablar del riesgo que se corre en las relaciones y en el trabajo. Como el título de la película alemana, estamos viviendo la invasión de los otros en la vida privada. Cuando este fenómeno empezó, los jóvenes andaban felices compartiendo todo. Subían las fotos de las fiestas, de los paseos, de los romances, hasta que empezaron las complicaciones. Una foto con trago en la mano en una fiesta, un novio celoso que arma un escándalo por cuenta de un mensaje de un amigo, hasta el enredo de un marido al que pillan en un romance.

Recientemente leí sobre un caso terrible, el de Tyler Clement, un joven estudiante de la Universidad de Rutgers que se suicidó tirándose del puente George Washington luego de que su compañero de cuarto subió a Facebook un video de su primera noche de amor. Toda la universidad, no sólo se enteró de que era gay, sino que se burló hasta el infinito de una situación íntima y privada que un mal amigo puso en el ciberespacio pensando que estaba haciendo una broma. Este muchacho, tímido e inseguro era un violinista sobresaliente que nunca se había enamorado, y que decidió quitarse la vida, pues no soportó que su intimidad fuera expuesta ante todos sus compañeros. A pesar de que la policía apresó al joven estudiante y a su compañera de pilatuna, el daño ya no se pudo reparar. Los dos jóvenes van a ser juzgados y probablemente pasaran unos años en la cárcel. Todo esto coincide con el estreno de la película Red social en Colombia. Una película excelente, en la que se puede percibir hasta qué punto la venganza, la misoginia, la traición a los amigos y la intrusión en la vida privada se vuelven instrumentos para que Mark Zuckenberg logre su propósito de ser el dueño de la red social más grande del mundo: Facebook.

La tecnología para comunicarnos trae una mejoría notable en la calidad de vida, y ahora que somos ciudadanos del mundo, la comunicación se volvió una necesidad interplanetaria, pero no se pueden minimizar las peligros que eso conlleva. Fuera de que está atentando contra las relaciones reales, pues ahora los jóvenes sólo se comunican por texto y en clave. No solamente se les va a olvidar escribir correctamente, sino que van a perder la habilidad de relacionarse con los demás. La sabiduría popular dice que ellos se sienten confortables contándose su vida y milagros desde donde se comen su pizza favorita, qué películas alquilan, hasta cuántos encuentros sexuales han tenido.
Lo primero que tienen que entender los jóvenes es que deben proteger su privacidad antes que nada, tienen que defender su reputación digital y los gobiernos tendrán que crear una serie de leyes que protejan esa privacidad.

No se pueden minimizar los peligros del exceso de comunicación, pues éstos pueden abrirse paso en esta red descomunal que le puede llegar a costar a sus usuarios desde la reputación hasta la vida.