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Los cuarentones trotones

Por Samuel Giraldo, 14/6/2011

Al llegar a los 40, los hombres hablamos de pocas cosas que no sean las deudas y el trabajo, y entre las escasas excepciones brillan los temas de la gordura, la falta de ejercicio y, por supuesto, la calva.

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Lucho mensualmente para que esta columna no raye con la autoayuda o que no se convierta en una crónica personal, en un desahogo de las situaciones cotidianas que viven los tipos como yo tirados al borde del camino de la existencia. Es difícil conseguirlo, y más complicado ha sido este último mes, cuando me he sentido viejo, gordo y calvo, situación que me ha deprimido en altas dosis hasta el punto de creer que hay cosas que ya no tienen sentido.

Ese personaje fantasmagórico al cual le huí desde que pasé la etapa de los 30, un hombre flácido, de lento caminar y ligera giba se acerca a mí en cada encuentro mañanero con el espejo. He llegado a confesar que la vida masculina después de los 35 años es una eterna pelea contra la calva y la barriga. Del éxito en esas dos batallas depende en gran parte la felicidad. Qué perdedor es el hombre que escribe estas líneas, dirán los lectores que se topan con esta columna, pero es la reflexión a gritos de un cuarentón entristecido. Que no se engañe quien piense lo contrario, pues en el fondo siempre está pensando en esos temas tormentosos: los gordos de su panza, su abultada tripa, la papada de lagarto y el debilucho pelo que se cae a cuentagotas.

La metamorfosis de los 40 arranca con la primera salida a trotar. Es patético, pero cierto. ¿Cuándo ha visto a un joven de 20 ó 25 corriendo como loco por los parques o madrugando a las cinco de la mañana a correr por las calles de su ciudad? ¿Cuándo se ha topado con un joven, hombre o mujer, trotando por las ciclovías un domingo? Nunca, pues los muchachos normales están de resaca o no han llegado de su marcha sabatina. En pocas palabras: el trote es el primer síntoma de lo viejo que estás, una costumbre que se pega rápidamente y se acompaña de largas y tediosas conversaciones sobre el tiempo en que se hacen los 10 K o la media maratón, el reloj Garmin, los tenis sin costuras, las camisetas dry fit y unas ridículas pantalonetas con aberturas laterales.

Los cuarentones trotones son una especie peculiar que abunda en los parques en las mañanas domingueras. Amigos de los largos brunches, de los cines dominicales y de las separaciones de sus esposas de juventud remota. Ojo, casi todos están en el mercado del usado, dividen su vida entre el paseo de médico que le hacen a sus hijos los fines de semana cuando se los dejan, la planeación del próximo viaje a Disneyworld y un amor furtivo con una joven o amiga de infancia que les oiga sus cuitas. Pero cuando el cuarentón trotón se mezcla con la calvicie, el coctel puede ser melancólico. Lo primero que se pone son las gafas oscuras para mitigar el impacto de su poco pelo, lo segundo, es que apura mucho en sus rutinas de ejercicio para verse sexualmente más activo que un cuarentón trotón melenudo, que puede verse más joven que él.

Los dermatólogos saben de qué les hablo: ¡de sus pacientes estrella! De esos que ni se mueren ni se curan. De esos que le han dejado millones y millones al doctor Bojanini en su consultorio a lo largo de consultas relámpago que han detenido momentáneamente la caída del cabello, pero lo han convertido en un cliente vitalicio de pastillas rosadas, tónicos capilares que manipulan el pH del cuero cabelludo, etc. Incluso, algunos de los dermatólogos ya mezclan sus medicamentos con la venta de las alternativas naturales del viagra para empaquetar las angustias del cuarentón trotón y alopécico.

El panorama es negro, así lo veo. Empezaré a trotar, meteré la barriga, me operaré la papada, seré de la iglesia de Bojanini y me levantaré una joven que no haya nacido más allá de la fecha del nacimiento de MTV. Sólo así estaré en la onda de los de mi generación.